Por qué Villa Adelaida terminó envuelta en historias de narcos, fiestas e incautada por el Estado

El español Manuel Abajó, quien pagó 10 años de cárcel por narco, la había comprado, la SAE la recuperó y hoy, tras décadas de abandono, renace como espacio cultural

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septiembre 25, 2025
Por qué Villa Adelaida terminó envuelta en historias de narcos, fiestas e incautada por el Estado

En Chapinero, donde la carrera Séptima conserva algo de esa solemnidad bogotana de otros tiempos, desde hace un siglo está levantada Villa Adelaida. Una mansión de color naranja, de muros altos y de techos empinados que, durante décadas, fue mucho más que un casa: fue el espejo de las obsesiones de cada dueño, desde la pedagogía hasta la fiesta, desde la ostentación hasta el olvido.

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Construida entre 1919 y 1921 por el arquitecto Pablo de la Cruz, la casa nació como un homenaje. Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno y figura clave de la educación colombiana, la levantó para su esposa, Adelaida Cano. Tenía huertas, jardines, 11 habitaciones y hasta un cuarto de cuarentena para los hijos enfermos. Era, en esencia, una casa pensada para vivir con dignidad y para educar rodeado de naturaleza.

Pero ese aire solemne se fue diluyendo. Tras pasar por varias manos, Villa Adelaida terminó en los años setenta en poder de un hombre que marcaría su destino: Manuel Abajó, un español que llegó a Bogotá con la ambición de convertir la casona en un negocio. Y lo logró. Allí abrió el Barón Club, donde desfilaban modelos y políticos, y en el sótano prendió la rumba con La Cueva, la discoteca donde Jimmy Salcedo y sus Supernotas hacían historia. En los ochenta, el lugar recibió al restaurante El Gran Vatel, uno de los íconos gastronómicos de la época.

Era, sin exagerar, un centro de la vida social capitalina. Pero mientras Bogotá lo celebraba, en España la justicia empezaba a seguirle la pista a Abajó. En 1987 lo detuvieron con dos kilos de cocaína en un Peugeot, y un año después fue condenado por narcotráfico. Desde entonces, el castillo de cristal que había levantado se vino abajo.

Tres décadas de disputas

La condena en Europa desató la tormenta en Colombia. Las autoridades empezaron a investigar cómo había comprado la mansión, y pronto la Fiscalía señaló que los dineros provenían del narcotráfico. Abajó, desde España, lo negó todo. “Nunca he tenido un problema con la justicia colombiana”, repetía en entrevistas, mientras enviaba abogados para frenar la ocupación del inmueble.

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Pero los litigios se extendieron casi treinta años. Hubo apelaciones, recursos y demandas cruzadas. Mientras tanto, la casa se fue apagando. Lo que antes fue un emblema cultural terminó convertido en un parqueadero y luego en una ruina que parecía destinada al derrumbe. Los bogotanos la miraban de reojo al pasar por la Séptima, como quien reconoce a un viejo conocido que cayó en desgracia.

No fue sino hasta el 2021, en pleno gobierno de Iván Duque, que el Tribunal Superior de Bogotá confirmó la extinción de dominio sobre Villa Adelaida. La sentencia la declaró oficialmente en manos del Estado. Después de tres décadas de disputa, la mansión por fin dejaba de ser el botín de un pleito judicial para convertirse en un bien público.

El rescate

El paso siguiente fue aún más difícil: cómo devolverle la vida a una casa que había sido abandonada durante tanto tiempo. Desde 2017, un grupo liderado por el arquitecto Rodolfo Ulloa, con el respaldo de la Sociedad de Activos Especiales (SAE) y aportes privados, había empezado la tarea. Restaurar no era solo pintar paredes: había que reforzar cimientos, salvar vitrales, rescatar pisos de madera y reparar techos que parecían a punto de desplomarse.

La obra costó unos seis mil millones de pesos y requirió, además, el apoyo de la familia Nieto, que aún conservaba piezas originales de la casa. Gloria Nieto de Arias, hija de Agustín Nieto Caballero, donó elementos clave que ayudaron a recuperar el espíritu original del lugar.

En 2021, el mismo año en que se concretó la extinción de dominio, la restauración terminó. Villa Adelaida dejó de ser un símbolo del abandono para convertirse en otra cosa: Kasa Raíz, Centro Nacional de Diseño e Innovación Cultural.

Hoy, la casona que alguna vez estuvo a punto de colapsar respira de nuevo. Sus salones, que antes alojaban banquetes y conspiraciones, son ahora espacios para el arte, la memoria y la creación colectiva. Kasa Raíz busca que el patrimonio no sea un museo muerto, sino un espacio vivo en el que diseñadores, artistas y gestores culturales encuentren un lugar para trabajar y dialogar.

La historia de Villa Adelaida no es solo la de una casa. Es también la de un país que ha visto cómo el narcotráfico corrompió patrimonios, familias y ciudades enteras. Durante años, la mansión fue ejemplo de lo que pasa cuando la riqueza fácil se infiltra en la vida social: brillo fugaz seguido de ruina.

Pero también es una historia de resistencia. Contra el abandono, contra el olvido y contra la tentación de vender la memoria al mejor postor. Hoy, Kasa Raíz representa otra posibilidad: la de que los bienes incautados al crimen puedan convertirse en espacios para la vida cultural, y no solo en cifras en un inventario estatal.

Quizás por eso Villa Adelaida sigue llamando la atención de quienes pasan frente a ella. Ya no es el símbolo del derroche de un narco venido a menos ni la ruina de un pleito interminable. Ahora es, otra vez, un lugar donde se tejen historias. Un siglo después de haber sido construida para honrar a Adelaida Cano, la mansión que sobrevivió a la fiesta, al abandono y a la justicia, vuelve a tener un propósito. Y lo hace recordándonos que, en Bogotá, los muros no solo guardan polvo: también guardan memoria.

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