Caminando por una vía principal en Nueva York con mi hijo, fuimos testigos de un choque. Un par de carros colisionaron y los conductores se bajaron de los vehículos. Muy cerca estaba una policía que, sin dudar un segundo, se dirigió al sitio, miró a los dos señores, chasqueó sus dedos y, con gran autoridad, les hizo señas para que se apartaran a un lugar donde no interfirieran con el tráfico. Los accidentados obedecieron al instante y se instalaron a unos metros, donde ya no trancaban ni causaban problemas a los demás.
Con la misma claridad y eficiencia, en los muy raros casos en que policías nuestros son destinados todos los días a asegurar que, en algunas intersecciones complicadas, las cosas “anden”, lo logran. Y lo logran muy bien.
Pero, para mal, en contraste, cada día, en todas nuestras ciudades y vías, cuando se dan casos similares, los accidentados paran y discuten en el sitio. Todo empeora cuando los policías de tránsito llegan, acomodan conos naranjas y se lleva a cabo un procedimiento que dura una hora o más. La vía queda cerrada o muy limitada por ese mismo tiempo y todos los que pasarían por allí deben desviarse o perder mucho tiempo.
En las horas pico, algunos policías de tránsito no tienen ningún pudor de hacer retenes improvisados en las vías principales y dedicarse a “pedir papeles”
De la misma manera, aun en las horas pico, algunos policías de tránsito no tienen ningún pudor de hacer retenes improvisados en las mismas vías principales y dedicarse a “pedir papeles”, causando el mismo desastre en el flujo vehicular.
Construir o reparar una calzada cuesta muchísimo dinero de nuestros impuestos. Pero, sin embargo, todos los días, en los mismos sitios, muchos carros se parquean olímpicamente en las vías que deberían ser para el flujo de los carros y trancan toda la calle o, por lo menos, la mitad de la vía.
Al mismo tiempo, siempre en las mismas intersecciones, todos los días a las mismas horas, quienes se atraviesan desde una tercera o cuarta fila hacia la derecha, para privilegiarse a sí mismos a costa de quienes hacen fila juiciosamente, salen impunes, a pesar de que demoran el tráfico para todos los demás.
Y existen muchos más aspectos en los que se hace evidente que muchos de los servidores públicos que deberían dedicarse a facilitar que el tráfico vehicular fluya tienen una confusión sobre cuál es su propósito y qué es lo que deben lograr.
Multar por multar no sirve de nada. Montar retenes para hacer una verificación casi notarial del cumplimiento del checklist de los papeles del carro y del conductor no previene la accidentalidad, no hace que el tráfico fluya y, si hay que hacerlo, obvio, se lograría de muchas maneras más inteligentes.
Necesitamos, entonces, claridad de objetivos: junto con la no accidentalidad, la misión de toda la organización de tránsito, de la cual los policías son parte, es que los tiempos de transporte sean los menores posibles. Punto.
Si se tiene esa claridad, cada acción, cada movimiento de nuestros servidores debe dirigirse a lograr esos propósitos:
Si existen estímulos laborales para los policías, deben ser para premiar a quienes muestren que en sus áreas se ha mejorado el tiempo de desplazamiento.
Todos los mecanismos tecnológicos: las cámaras, los drones y los sistemas de comunicación, deben usarse para identificar los obstáculos a la movilidad y solucionarlos.
La asignación de patrulleros a temas y zonas debe hacerse teniendo en cuenta las necesidades medidas en términos de celeridad en el flujo de los carros y otros vehículos.
El uso de las muy costosas vías debe ser solo para que haya flujo de vehículos. Quienes necesiten parquear deben ir a donde corresponde y los descargues de mercancías hacerse a las horas en que no hay tránsito.
Ahora que, no solo en Bogotá sino en tantas otras ciudades, hay un montón de obras viales por entregar, es un muy buen momento para que acompañemos esos logros con una política pública municipal y distrital que reoriente bien la acción de los servidores del tránsito y nos valorice, con tráfico rápido y seguro, las gigantescas inversiones.
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