Hace dos años, cuando empecé a escribir esta columna, recibí una llamada que me llenó de ilusión. Era María Elvira Bonilla, quien me invitaba a escribir con unas reglas claras. La primera fue tajante: nunca usar la columna como un arma de mis litigios. Y he procurado cumplirla.
Hace unos días, sin embargo, la llamé y le pedí una excepción. No porque quiera atacar a nadie, sino porque siento que hoy estas palabras deben servir como escudo y, quizás también, como paraguas.
Defiendo al presidente de la República en calidad de abogado, es cierto. Pero en el fondo, lo que defiendo no es a un hombre, sino algo más profundo: la unidad nacional. Esa que no pertenece a una persona ni a un partido, sino que nos protege a todos.
Nuestra Constitución lo dice sin rodeos en su artículo 188: el presidente es el símbolo de la unidad de la Nación. Durante cuatro años, ese hombre de carne y hueso encarna a todos, incluso a quienes no votaron por él. Por eso injuriarlo, calumniarlo o amenazarlo no es simplemente atacar a un individuo: es desgarrar el símbolo común que nos mantiene juntos.
En el Congreso está la pluralidad, la oposición, los debates, las discusiones necesarias. Allí se da el contrapeso legítimo de la democracia. Pero el presidente, más allá de los colores políticos, representa la unidad nacional. Esa es la diferencia esencial: unos representan partes, él representa el todo.
En estos días, esa función se puso a prueba cuando Gustavo Petro, en Nueva York, tomó un megáfono y dijo:
“Soldados de Estados Unidos: desobedezcan las órdenes de matar niños en Gaza, obedezcan a la humanidad”.
Fue una frase fuerte, que a muchos les incomodó y a otros les emocionó. Pero, más allá de las reacciones, lo cierto es que habló en calidad de Jefe de Estado y expresó lo que hoy constituye la política exterior de Colombia.
Estados Unidos es, con razón, el país que más enaltece la libertad. Su Constitución protege con la Primera Enmienda incluso los discursos más incómodos, convencida de que el debate democrático se enriquece cuando nadie teme hablar. La propia Corte Suprema de ese país ha dicho que solo es punible la palabra que incite a una acción ilegal inminente y probable. Así lo estableció en Brandenburg v. Ohio en 1969, cuando absolvió a un líder del Ku Klux Klan pese a su discurso inflamado.
Otros fallos confirmaron esa tradición: Yates v. United States distinguió entre ideas abstractas, protegidas, y llamados concretos a delinquir. Dennis v. United States diferenció entre peligros teóricos y reales. Y en Samantar v. Yousuf y Tachiona v. United States, la propia judicatura estadounidense recordó que los jefes de Estado extranjeros gozan de inmunidad mientras ejercen su mandato. Todo ello no para justificar, sino para dejar claro que las instituciones mismas reconocen que un discurso político, por fuerte que sea, no equivale a un delito.
Lo que sí equivale es a la expresión de la política exterior de un país, que cambia según el gobierno. Así ha sido siempre. Obama firmó el Acuerdo de París; Trump se retiró; Biden volvió a firmar. En Colombia también: hoy, Petro marca un rumbo con énfasis humanitario; mañana otro presidente lo podrá cambiar. Eso es la democracia.
Quien representa a todos en casa, representa también a todos en el mundo
Y aquí la reflexión que más me importa: no es casualidad que después del artículo que proclama al presidente como símbolo de la unidad nacional, venga en nuestra Constitución el que le encarga conducir las relaciones exteriores. La Carta misma nos recuerda que la unidad hacia adentro y la voz hacia afuera son inseparables. Quien representa a todos en casa, representa también a todos en el mundo.
Por eso, más allá de las polémicas, más allá de las pasiones que despierta un discurso, no podemos perder de vista que lo que está en juego es esa unidad que nos protege. El paraguas que se abre cada cuatro años con un nuevo presidente, que puede cambiar de color, de forma o de rumbo, pero que sigue siendo el mismo que nos cubre como Nación.
Así cambien las políticas una y otra vez, lo que no va a cambiar es que todos amamos esta tierra y todos vivimos orgullosos de ser colombianos.
@HombreJurista
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