De la madre de Emma Reyes no se tiene ningún registro, rumores dicen que lo más seguro es que fuese una empleada del servicio que tuvo que abandonar a sus hijas en tanto que había sido embarazada por el dueño de la casa para la que trabajaba, algo muy común en aquella época a principios del siglo pasado, no obstante, esto no es más que un chisme de pasillo.
Lo que sí se sabe es que Emma conoció a su padre en una anecdótica noche de tragos cuando hablaba con un señor que, por casualidad, la resultó presentando con quien sería su padre. No obstante, el padre de Emma, la recibió con cierto desdén, como cuando a uno le toca enfrentar lo que lleva años evitando, le dijo a Emma que él la podía ayudar a conseguir trabajo como empleada de servicio. Oferta que Emma rechazó sin pensarlo dos veces, pues, sabía muy bien que lo suyo era el arte.
Emma vivió los primeros 5 años de su vida en un cuarto aislado, frío y oscuro al sur de Bogotá, con una señora llamada María que no hacía más que insultar, gritar y golpear a la pequeña Emma y a su hermana Helena, hasta que un día la señora María les cumplió la amenaza que llevaba tiempo diciéndole a las niñas y las abandonó en la estación del tren en Zipaquirá.
Las hermanas Reyes quedaron huérfanas por segunda vez, solas y desamparadas regresaron a Bogotá, donde fueron internadas en el convento María Auxiliadora. En el convento de monjas Emma estuvo durante 10 años, que transcurrieron en medio de una especie de caridad turbia e hipócrita, en donde le hacían ver la esclavitud como una virtud.
Las dos pequeñas fueron recibidas como hijas del pecado por no tener papás y tampoco haber sido bautizadas. Lo que dio pie para que las monjas las sometieran a trabajos forzados y agresiones de todo tipo. Adicional a esto, Emma y Helena solo aprendieron a limpiar y a rezar. No les enseñaron a leer ni a escribir.

Pero un día todo cambió, Emma se llenó de valentía y se escapó del convento en el que había vivido toda su adolescencia. Ya en la calle, Emma, sintió mucho miedo, llevaba una década en el cautiverio del convento, pero le pudo más su afán de salir de aquel lugar, y emprendió su largo viaje por América Latina. “Marchando a pie, en buses, trenes o lo que fuera, vendiendo cajas de Emulsión de Scott”, como cuenta en su libro Memorias por correspondencia.
En este quijotesco recorrido, Emma vivió episodios tan pintorescos como accidentados que la fueron formando como una de las artistas colombianas más importantes del siglo XX. Entre estos casos que fueron dibujando su camino, se encuentra su llegada a Argentina. Reyes, establecida con su esposo en Paraguay, decide abordar un barco rumbo al país del sur del continente, no obstante, su esposo del momento no estuvo de acuerdo con la travesía que quería hacer Emma.
Pero ella, una mujer que si algo tenía claro es que iba a ser tan libre como ella quisiera, se montó al barco sin su esposo. Ya en el barco, la artista no tenía con qué costear el viaje, motivo por el que decidió hablar con el capitán del barco, le contó que ella era pintora, que si él gustaba le podía pintar la cubierta del barco con brocha gorda, a cambio de costear su viaje.
El capitán aceptó el canje y Emma empezó a pintar la cubierta del barco. No obstante, la pintura estaba compuesta de materiales tóxicos y la artista no pudo continuar con su tarea, pues se intoxicó y tuvo que ser llevada a la enfermería del barco. En medio de un vómito que no parecía trancarse con nada, se enamoró del doctor que la atendía y así fue como Emma conoció a su nuevo esposo.
En Buenos Aires comenzó, oficialmente, la carrera artística de Emma Reyes, en 1947 participó en el concurso internacional de la Fundación Roncori de Buenos Aires y se ganó una beca para estudiar en París, en la academia del artista André Lothe. Hecho que le abrió las puertas de una carrera artística prolifera a nivel internacional.
Con el paso de los años, la originalidad autodidacta de las obras de Reyes la fueron haciendo una artista de peso, que se codeaba con sectores intelectuales donde se encontraban personajes de la talla de Jean-Paul Sastre, Pier Paolo Pasolini y Elsa Morante.
De tal modo, la artista bogotana, se convirtió en un referente para todos en el gremio de artistas no solo colombianos, sino también a nivel internacional. Ejemplo de ello, en su momento, fue el artista Fernando Botero, pupilo de Emma Reyes. Pero también hay otros casos, como lo es la artista cartagenera María Isabel Rueda, quien le hace un homenaje a Emma Reyes en la brillante exposición titulada El oráculo de la noche, presentada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Rueda cuenta que llevaba demasiado tiempo sintiendo una fuerte conexión con la figura de Emma Reyes, al punto de que se le ha vuelto casi como una compañera de vida. Es por ello que, fascinada con una imagen que leyó de Emma Reyes, en la que describe una cabeza llena de muchas cabezas dentro, Rueda se inspira en el supuesto de que cada una de estas cabezas se independizara y tomara diferentes destinos al entrar en contacto con la luz, la sombra, la realidad y la ficción.
La exposición titulada 'El oráculo de la noche' tiene que ver con eso, con los sueños, uno de los temas que más ha obsesionado a Rueda, quien, a su vez, se pregunta ¿qué pasaría si todos nuestros sueños tuvieran una repercusión política? Así que los asistentes a la exposición se toparan con diferentes personajes, figuras y formas que resonaran de manera única en los espectadores. Convirtiéndose esta exposición en un verdadero espacio para soñar.

Además, la exposición de María Isabel Rueda también tiene como meta difundir y reivindicar la figura de Emma Reyes entre las nuevas generaciones del país, teniendo en cuenta que, aunque Reyes sea una artista de talla mundial, paradójicamente, en vida siempre se le cerraron las puertas de Colombia, motivo de gran acongojo para la respetada artista bogotana.
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