Hablar de David Delgado es hablar de un arquitecto colombiano que decidió que el diseño debía servir para algo más que levantar muros. Su carrera —marcada por la educación, la memoria y la participación comunitaria— lo ha llevado a convertirse en una de las voces más influyentes en la arquitectura social del país. Su firma, DDA (David Delgado Arquitectos), resume esa filosofía: construir espacios que no solo funcionen, sino que enseñen.

El país comenzó a conocer su trabajo masivamente gracias a uno de los proyectos más simbólicos en el posconflicto colombiano: el Colegio Fundación Pies Descalzos de Shakira en Tibú. En una zona atravesada por la violencia durante décadas, Delgado propuso no un edificio, sino un Parque Pedagógico, Ecológico y Cultural capaz de dignificar a más de 1.200 niños y sus familias. El proyecto generó empleo local, fortaleció tejido social y demostró algo que él repite con convicción: el diseño puede convertirse en una herramienta de equidad.
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Este colegio no fue una excepción. Su firma ha desarrollado proyectos educativos para cajas de compensación, universidades, alcaldías y entidades privadas, consolidándose como uno de los estudios con mayor especialización en infraestructura para el aprendizaje. En todas estas obras se refleja su concepto más estudiado: los espacios intermedios, zonas que no son del todo interiores ni exteriores, pero donde ocurren los encuentros, la conversación y el aprendizaje espontáneo. Pasillos que se vuelven aulas, patios que se convierten en talleres, terrazas que funcionan como zonas de diálogo.
Del aula al territorio, los secretos de este arquitecto colombiano
Pero Delgado no solo diseña colegios: diseña territorio. Su participación en el Plan Especial de Manejo y Protección del Centro Histórico de Bogotá (PEMP-CH) demostró su capacidad de integrar patrimonio, sostenibilidad y participación comunitaria. En ese proyecto, liderado desde el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, su misión fue clara: que el centro no fuera un museo estático, sino un lugar vivo donde la ciudad pudiera reconocerse.
A esta visión se suma su trabajo en el Plan Parcial de Renovación Urbana Triángulo de Fenicia, donde participó en la formulación de un modelo urbano que combinara academia, cultura, comercio y vivienda con un enfoque incluyente. Allí, como en sus proyectos educativos, la comunidad fue protagonista: talleres, diálogos y decisiones compartidas que definieron la manera en que el territorio debía transformarse.
Desde su estudio, Delgado también ha desarrollado proyectos para el Colegio Argelia II y Centro de la Bici, propuestas para centros de recursos educativos (CRAI), sedes universitarias y planes maestros para instituciones como el Rosario y Compensar. Su firma —con más de 30 expertos y operaciones en Colombia, Estados Unidos, España, Arabia Saudita y Emiratos Árabes— suma cerca de 100 proyectos y más de tres millones de metros cuadrados diseñados.
Lo que une estas obras no es un estilo, sino una postura ética: la arquitectura como vehículo de aprendizaje, dignidad y transformación social. Para Delgado, construir no es solo intervenir un terreno; es intervenir la vida de quienes lo habitan. Y esa, quizás, es la marca que diferencia a los arquitectos que diseñan edificios de los que diseñan futuro.
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