Álvaro Castillo no tiene claro cuándo quiso convertirse en librero. Su afición por hacer listas de libros que quería tener y leer lo fue llevando por una misteriosa ruta que terminó convirtiéndose en su razón de vivir. La cita para entrevistarlo estaba para las 4 de la tarde en el imponente y grisáceo edificio Ágora Bogotá.
El stand de Sanlibrario, la librería de don Álvaro, estaba ubicada cerca al ventanal del 4, lo vi apenas me bajé de las escaleras eléctricas, ya lo conocía por su librería, sin embargo, nunca habíamos entablado una conversación.
- Buenas tardes, don Álvaro. ¿Cómo está? Mi nombre es Felipe.
- Cómo está, Felipe, espéreme un momento y empezamos.
Esperé un par de minutos mientras atendía a una pareja que se veían muy a gusto con la compra que estaban haciendo. Cuando se fueron, don Álvaro me hizo seguir a la parte detrás del stand, junto a él.
-Bueno, comencemos, me dijo.
Álvaro Castillo Granada nació el 21 de junio de 1969 en Bucaramanga, pero allá no alcanzó ni siquiera a gatear, cuando ya estaba llegando en brazos de su madre al barrio La Floresta, en Bogotá. Por eso, lo dice sin titubeos que él es un bogotano más.
Creció siendo un niño tímido que encontró refugio en los libros que estaban en su casa. Aunque no eran muchos, Álvaro recuerda con bastante cariño esas primeras lecturas que no solo marcaron el principio de su vida libresca, sino que también le dieron la compañía y las herramientas necesarias para hacerse un lugar en el mundo.
De las primeras librerías que visitó fue la Librería Nacional de Cafam Floresta, donde vio los primeros libreros, en quienes empezó a ver un reflejo del hombre que él quería ser. Después conoció la Librería Nacional de Unicentro, donde lo desterraron por haberse intentado robar el libro ABChé del caricaturista mexicano Eduardo Humberto del Río García, más conocido como 'Rius'.
Después de eso, empezó a visitar otros barrios y conoció, junto con sus amigos David, Felipe y Francisco, el extraordinario comercio de libros usados en la Calle 19 entre la Carrera Séptima y la Carrera Décima. Allí iban todos los viernes sin falta después del colegio, con lo que se habían ahorrado de los almuerzos de la semana.
Cuando cumplió 18 años, Álvaro salió del colegio San Bartolomé La Merced y también de la casa de sus padres. Se fue a vivir a Chapinero, donde ha vivido desde entonces. También empezó a estudiar Literatura en la Universidad Javeriana. Cuenta que nunca perdió un semestre, pero la academia no era lo suyo.
Ese muchacho mechudo de gafas redondas prefirió embarcarse en la aventura de buscar trabajo. Imprimió 2 hojas de vida, pero a las librerías a las que fue lo rechazaron de entrada. Sin saber qué hacer, se devolvió para su casa.
Un día, haciendo lo que más le ha gustado en la vida, Álvaro se fue a mirar libros a la antigua plazoleta exterior del Centro Granahorrar. Le llamó la atención que La vuelta al día en ochenta mundos, de Julio Cortázar, se encontraba más cara en ese lugar que en el resto de librerías de la ciudad,
Álvaro se acercó a un trabajador y le hizo el reclamo del precio. El hombre calvo y de bigotes largos se incomodó, buscó un folder con los precios y comprobó que Álvaro tenía razón. Se quedó pálido y se devolvió con el folder.
Lo que Álvaro no sabía es que ese valiente reclamo por el precio del libro era la prueba de entrada a su oficio de librero. En el sitio se encontraba la periodista Gloria Moreno de Castro, dueña de Enviado Especial Libros, quien al presenciar lo sucedido no dudó en ofrecerle trabajo a Álvaro como librero.
Oficialmente, empezó a trabajar el 30 de noviembre de 1988, apenas se habían acabado las clases de la Universidad. Desde ese día hasta el sol de hoy, Álvaro Castillo, ha sido librero. Consciente de que trabajar en la librería era cumplir su sueño de niño, abandonó la vida universitaria y se dedicó de lleno a los libros, lejos de la academia.
Para ese momento de la entrevista llegó un señor de cabello largo y canoso a curiosear los libros del pequeño stand de Sanlibrario. La entrevista se detuvo, don Álvaro se dispuso a atender al señor, el cual se encontraba profundamente fascinado con el facsímil de los manuscritos de León de Greiff.
El señor empezó a contar su historia con León de Greiff, lo había conocido cuando era un niño, incluso aseguraba que de Greiff había sido quien lo cuidó en sus primeros años de vida. También recordaba muy bien el olor a cigarrillo piel roja que nunca abandonó al poeta. Don Álvaro entabló una amable conversación con el señor y este se mostraba cada vez más seducido por los manuscritos.
Abrió uno de los poemas que había sido fechado en el año 1957. La alegría de aquel señor se duplicó porque esa era la fecha de su nacimiento, un azar misterioso, lo llamó don Álvaro. El señor estaba dudoso, el precio no le cuadraba, así que se fue. Nos dispusimos a continuar con la entrevista, pero volvió el señor: me lo llevo, le dijo a don Álvaro.
Con la generosidad que lo ha caracterizado, seguro contagiada por su cercanía con los libreros de Cuba, don Álvaro se dispuso a empacar el libro, pero no tenía con qué. Así que, haciendo honor al lema de su librería, ‘la diligencia de los libros’, consiguió un sobre de manila, dos cartones y cinta que le pidió a los vendedores vecinos. Empacó el libro como quien guarda un tesoro. Le ayudé con los detalles finales de la empaquetada y se la entregó a su dueño.
Enseguida, don Álvaro se me quedó mirando, sus ojos ya cansados, producto de los casi 37 años de trabajo duro con los libros, me dijo:
Esto es lo que me ha dejado la librería: la posibilidad de llegar a la vida de las personas para compartir con ellas azares tan misteriosos como encontrarse con un poema escrito por la persona que lo cuidó a uno, en el año que uno nació.
Fundación de Sanlibrario
Sin exagerar los libros le han dado todo a Álvaro Castillo, desde el plato que desayuna, los zapatos que se pone, su chaqueta de jean y su mochila cruzada. Los libros dejaron de ser ese refugio a la timidez, para convertirse en el sustento con el que le dio un sentido a su vida.
Producto de su vocación realizada con los años, junto con sus socios Claudia Cadena Silva, María Luisa Ortega y Camilo Delgado, abrieron una librería de libros usados en la Calle 70 # 12 – 48, una zona residencial donde no solo no había ningún comercio de libros cerca, sino que era una calle por donde no transitaba nadie.
Pero Álvaro y sus socios la tenían clara: lo importante no era la ubicación del sitio, sino que en el sitio se encontrara lo que la gente necesitaba. El negocio empezó a ser un éxito luego de que pasados unos meses de su apertura el periodista Francisco Celis Albán, del diario El Tiempo, le hiciera una nota en la que puso la dirección y el teléfono de la librería para que la conociera todo el mundo.

Desde ese día, por Sanlibrario han pasado generaciones enteras de escritores tanto colombianos como de otras partes del mundo, también ha llegado gente de todos los estratos sociales, desde personas de escasos recursos hasta políticos influyentes.
Pero don Álvaro, independientemente el cliente, sabe darle en la vena del gusto a la gente para que se encuentre con ese libro que los ha estado esperando por mucho tiempo. También consiente a sus clientes amigos consiguiéndoles la firma de los autores, como cuando le consiguió a un cliente que Gabriel García Márquez firmara Cien años de soledad.
El comienzo de la amistad con Gabriel García Márquez
Álvaro Castillo y Gabo ya se habían conocido en el Festival de Cine de Cartagena en el año 1996, pero fue 3 años después cuando pudieron entablar una conversación real. Fue en las instalaciones de la Revista Cambio, donde buscando una firma para un cliente, se resultaron empezando a escribir las líneas de una amistad que se extendió por más de una década.
El Nobel colombiano encontró en el librero su datero de confianza al que siempre acudía cuando necesitaba encontrar un verso, una frase o un libro en una edición especial, que Álvaro siempre se daba maña de conseguirle sin nunca cobrarle un peso.

Los dos letrados entablaron una amistad que duró hasta el último día de García, como le decía de cariño su amigo Álvaro, se reunían en Cuba a hablar de la vida acompañando las tertulias con un buen café o un buen whisky. Producto de esa amistad, Gabo le resultó poniendo a Álvaro el apodo con el que el librero título el primero de sus libros: Librovejero, que hace referencia a ropavejero. Por los ventanales del edificio Ágora Bogotá ya se veía que había caído la noche, le agradecí a Álvaro por la entrevista, nos despedimos, me llevé uno de sus libros y prometí visitarlo pronto en su librería.
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