Durante más de un siglo, las galletas Noel han estado ahí: en la alacena, en la lonchera, en la mesa de la tarde y, sobre todo, en la Navidad. No como una nostalgia impostada, sino como un hábito que se repite sin preguntas. Pocas marcas en Colombia pueden contar una historia tan larga sin despegarse de la vida cotidiana. La de Noel empieza en Medellín, en plena Primera Guerra Mundial, cuando todavía nadie sabía que esas galletas terminarían viajando por cinco continentes ni que, un siglo después, quedarían bajo el control de uno de los grupos económicos más poderosos del país.
La empresa nació el 1 de febrero de 1916 con un nombre largo y ambicioso: Fábrica Nacional de Galletas y Confites. Fueron diez empresarios antioqueños los que apostaron por esa idea, en un momento en el que el país tenía pocas industrias de alimentos y el comercio dependía en buena medida de las importaciones. Entre ellos estaban Pedro Vásquez Uribe, Juan de la Cruz Escobar, Fernando Escobar Chavarriaga y Luis Restrepo, acompañados por otros socios paisas que compartían una misma intuición: en una región de tradición agrícola, todavía había espacio para construir una industria moderna alrededor de la mesa.
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La decisión fue práctica antes que romántica. Durante años habían intentado introducir el consumo de pan de trigo en Antioquia, pero la arepa seguía reinando sin competencia. Entendieron entonces que no se trataba de desplazar costumbres, sino de acompañarlas. Así nació la apuesta por las galletas. La fábrica arrancó con 17 empleados, un capital inicial de mil pesos y una sede modesta ubicada en la esquina de Ayacucho con Tenerife. Las primeras galletas no se llamaban Noel. Se vendían bajo la marca Papagayo, junto con confites y dulces sencillos que buscaban abrirse paso en un mercado todavía incipiente.
Desde el inicio hubo una idea clara que los diferenciaba: el producto no terminaba en el horno. El empaque importaba tanto como el sabor. Mientras muchas fábricas vendían a granel, la Fábrica Nacional de Galletas y Confites apostó por presentaciones cuidadas, cajas metálicas y un lenguaje visual que transmitiera calidad. En 1918, apenas dos años después de fundada, la empresa ya había abierto expendios al menudeo en Medellín, Bogotá, Barranquilla, Cali y Manizales. Y muy pronto apareció una intuición que marcaría su historia: diciembre no era solo una temporada alta, era un ritual.
Las galletas empacadas especialmente para Navidad empezaron a circular y encontraron un lugar fijo en las celebraciones familiares. Pero la empresa todavía necesitaba un nombre que condensara esa idea. En 1924 convocaron a un concurso público para bautizar la marca. Doce personas coincidieron en proponer el mismo nombre. El sorteo lo ganó Marcelina Ospina, quien recibió como premio 50 pesos y varias libras de galletas. Desde 1925, Noel dejó de ser solo una referencia estacional y se convirtió en la identidad oficial de la compañía.
La década de los treinta marcó el verdadero despegue industrial. La producción alcanzó una tonelada diaria y aparecieron productos que aún hoy sostienen el portafolio. En 1932 nacieron dos de sus insignias más duraderas: las Sultana, asociadas desde su lanzamiento con la Navidad, y las Saltín Noel, inicialmente concebidas como Saltines, una galleta salada que terminaría entrando en casi todos los hogares del país. Al mismo tiempo, la empresa comenzó a diversificarse hacia chocolates, pastas y confitería.
En 1933 se dio un movimiento decisivo: la fusión con Confitería Dux y la entrada como accionista de la entonces Fábrica Nacional de Chocolates. Esa alianza selló el vínculo que décadas más tarde daría origen al Grupo Nutresa y aseguró a Noel respaldo financiero y proyección a largo plazo. No fue un camino exento de tropiezos. En 1949 un incendio destruyó la planta, obligando a la compañía a reconstruirse y trasladarse a la avenida Guayabal, donde sigue operando. El golpe no frenó el crecimiento. Por el contrario, coincidió con una etapa de consolidación.
Para mediados de los años cincuenta, Noel ya figuraba entre las empresas más importantes del país y lanzaba uno de sus productos más reconocidos: Festival, una galleta pensada para competir en mercados internacionales y que con el tiempo se convertiría en la más conocida de la marca fuera de Colombia. Hoy se producen decenas de millones de unidades cada mes.
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La expansión internacional llegó de forma progresiva. A partir de los años setenta, con la autorización para exportar, Noel comenzó a entrar en mercados del Caribe, Centroamérica, Suramérica y Estados Unidos. Con los años alcanzaría destinos en Europa, África, Asia y Oceanía.
La innovación se volvió constante. En 1981 apareció Ducales, una galleta salada cuya fórmula sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la industria. En los años noventa llegaron nuevas líneas dirigidas a públicos jóvenes y, en 1998, Tosh, una apuesta temprana por productos más saludables. A lo largo de ese camino, Noel selló alianzas con compañías internacionales como Kellogg’s, Heinz, Bimbo y Danone, ampliando su capacidad productiva y su presencia en el mercado.
Con el tiempo, Noel pasó a convertirse en el negocio galletero del Grupo Nutresa, el conglomerado que heredó la tradición de la antigua Nacional de Chocolates. Bajo ese paraguas, la marca consolidó su liderazgo en Colombia y fortaleció su perfil exportador. El capítulo más reciente llegó cuando el Grupo Gilinski tomó el control de Nutresa, en una de las operaciones empresariales más relevantes del país. Con esa transacción, Noel cambió de dueño sin cambiar de lugar en la vida cotidiana.
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