La puja electoral en la que venimos está por entrar a una etapa que augura rudos enfrentamientos entre organizaciones políticas, sin parangón histórico en cuanto a su número, pero ligadas estrechamente, cada cual, a uno de los tres bloques en que ellas mismas se han agrupado según sus afinidades: el de las organizaciones que apoyan el proyecto petrista; el de las que buscan recuperar las gabelas que perdieron con el ascenso presidencial de Gustavo Petro; y el de las que aparentan no estar en ninguno de estos extremos y se muestran deseosas de evitar la polarización y promover la convivencia entre los colombianos.
Esta disputa tiene su motivo en las 100 curules del Senado y las 161 de la Cámara de Representantes, en cuya conquista competirán 1.078 candidatos a la Cámara Alta, agrupados en 26 listas, y 2.066 a la Cámara Baja, repartidos en 498 listas. Es preciso aclarar que estos no son números definitivos, pues falta que el Consejo Nacional Electoral (CNE) verifique el cumplimiento de los requisitos a los que están obligados los candidatos y las listas, especialmente las del Pacto Histórico, en lo concerniente al respeto de los resultados de las consultas celebradas el 26 de octubre, de obligatorio cumplimiento.
En cuanto a la disputa presidencial, hay en liza 25 partidos, movimientos y grupos significativos de ciudadanos que están a la espera del próximo 8 de marzo para someterse a consultas interpartidistas, de las cuales no se sabe aún cuántas se realizarán ni cuántos candidatos participarán. Además de estas fuerzas electorales, hay 11 más dispuestas a postular aspirantes de forma directa, es decir, sin consulta previa.
Con respecto al Pacto Histórico, hay un hecho particular que lo está afectando: no se sabe si la consulta realizada el 26 de octubre, cuyo vencedor fue Iván Cepeda, será validada por el CNE como interna o como interpartidista. De ser reconocida como interpartidista, el Pacto quedaría inhabilitado para participar en la consulta del Frente Amplio que adelantarán varios sectores afines al petrismo —o, al menos, no contrarios a su esencia—, cuyo cometido será definir una candidatura única de izquierda y centroizquierda. Esto obligaría a esta parcialidad a contar con candidatos enfrentados en su seno, con todo el riesgo que ello implica para ganar el paso a la segunda vuelta.
Sin importar la decisión del CNE, los defensores del cambio están obligados a desplegar toda su creatividad y esfuerzo en estas campañas, so pena de ver frustrado un proceso todavía esperanzador, pese a las limitaciones que ha tenido en sus realizaciones.
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