El 7 de junio, cuando Miguel Uribe Turbay fue herido de muerte por un menor de edad en un parque al occidente de Bogotá, los precandidatos presidenciales entendieron que la política en Colombia volvía a jugarse con chaleco antibalas. Desde el siguiente día buscaron la manera de cuidarse más. No faltaron las llamadas a la Policía y a la UNP, dirigida por Augusto Rodríguez, para que les aumentaran el esquema de seguridad. No faltó tampoco la búsqueda de protección particular.
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Las imágenes de los precandidatos en la calle haciendo campaña así lo demuestran. Por ejemplo, Abelardo de la Espriella no sale sin un chaleco antibalas encima. Así se le vio en su más reciente correría que hizo en Cali comiendo chontaduro y preguntando por corrientazos de 18 mil pesos.

De la Espriella recorrió el centro de la ciudad vallecaucana con un chaleco antibalas blanco que hacía juego con su impecable camisa también de color blanco.
A Vicky Dávila, la periodista vuelta una de las precandidatas de la llamada derecha, también se le ha visto de chaleco antibalas por las calles del país, pero el suyo, a diferencia del de el abogado barranquillero, es más discreto y con un toque de moda.
El suyo es un chaleco sport, un chaleco de vestir color azul que realmente es una prenda antibalas. Abelardo apareció días después con uno muy similar, prendas muy parecidas a las que fabrica y vende el empresario Miguel Caballero, y qué tiene exhibidas en la página web de su empresa MC Amor, por un valor cercano a los 5 millones de pesos, son chalecos que manejan talla estándar- es decir no son hechos a la medida como ocurre con la ropa que ha lucido Abelardo de la Espriella quien además se moviliza solo en aeronaves particulares y protegido por su esquema de seguridad privado.

Y precisamente, también, un día después del atentado contra Uribe Turbay, Miguel Caballero, se convirtió en uno de los hombres más buscados por los candidatos a la presidencia y sus esquemas de seguridad. Lo han llamado los de derecha, los de izquierda, los de centro y los que dicen no ser de ningún partido. Y quienes lo llaman quieren lo mismo: un chaleco antibalas, un traje que no se note, una chaqueta para clima frío que aguante cualquier disparo, una camisa para tierra caliente que les devuelva al menos la sensación de que la vida está bajo control.
Los pedidos de ropa blindada crecieron como si el país entero hubiera despertado en guerra. Los candidatos no solo quieren protegerse ellos sino también a los muchachos que cargan sus vallas, a las asesoras que entregan volantes y a los escoltas que se exponen en primera línea. Lo que pasó con Uribe Turbay les dejó en claro que en Colombia cualquiera puede ser un blanco.
Aunque por tratarse de temas de seguridad y de confidencialidad, Miguel Caballero no reveló nombres de sus protegidos, sí confirmó que varios de ellos, al menos una docena están protegidos por sus prendas y no solo los candidatos también lo están altos dignatarios del actual gobierno y de otros pasados.
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A Caballero lo eligen porque no es un improvisado en estas aguas. Montó su empresa en 1992, cuando todavía era estudiante de Administración en la Universidad de los Andes. La idea le nació después de hablar con los escoltas de una compañera, quienes confesaban que preferían dejar el chaleco antibalas en el carro porque era pesado e incómodo. Él pensó que la seguridad no tenía por qué ser sinónimo de incomodidad. Imaginó una chaqueta de cuero blindada y esa fue su tesis. Y la tesis se convirtió en empresa. Con diez mil pesos de la época, un escritorio y una silla prestada, arrancó el negocio.
La primera prenda blindada que fabricó, que pasaba siete kilos, se la compró su suegro de entonces, un empresario que entendió el valor de combinar moda y protección. De ahí en adelante, el camino fue una mezcla de obstinación y buena puntería empresarial. Treinta años después, MC Armor es líder mundial: vende en 53 países, tiene tiendas en Bogotá, Medellín, México, Chile y Miami, y mantiene tres plantas en Cota donde trabajan más de 300 empleados, muchos de ellos desplazados por la violencia y un 30% mujeres cabeza de familia.
El catálogo de Caballero no se limita a chalecos convencionales. En sus talleres se fabrican camisas, chaquetas de cuero, túnicas árabes, kimonos de seda y hasta trajes de gala con blindaje. Todo a la medida, todo con la promesa de que la bala no atraviese la tela. La empresa se ufana de sus clientes VIP: los reyes de Qatar, una princesa de Tailandia que pidió un kimono blindado, y hasta actores de Hollywood como Will Smith. Los nombres de muchos otros quedan en secreto, firmados bajo millonarios contratos de confidencialidad.

Y también es reconocido en el mundo como uno de los más grandes en el oficio. En 2016, la camiseta Armor le dio a Caballero un premio Red Dot en Alemania, uno de los más codiciados en el mundo del diseño. Pero más allá de los galardones, lo que le sostiene es la eficacia. Los escoltas lo cuentan con naturalidad: sus prendas aguantan balas modernas sin sacrificar comodidad. Y en los corredores del poder, desde palacios de Medio Oriente hasta ministerios en América Latina, se repite la misma frase: “Miguel Caballero salva vidas”.
La tragedia de Miguel Uribe Turbay revivió ese lema en la política nacional. Ningún candidato quiere ser el siguiente titular de prensa. En cuestión de días, MC Armor se convirtió en parada obligada. Miguel Caballero. Sus clientes poco preguntan por el precio, solo por el tiempo de entrega. Cada prenda de las tradicionales puede costar entre tres y ocho millones, pero recorrer las calles colombianas en campaña el dinero parece secundario frente al miedo.
El propio Caballero lo resume con la seguridad de que sus protegidos están vivos: “Nosotros no vendemos ropa, vendemos tranquilidad”. Su esposa, Carolina Ballesteros, lo acompaña en la dirección de la empresa y recalca que por estos días están sintiendo harta presión de producción y les pueden poco tiempo. En los talleres, mujeres que antes cosían para marcas de moda ahora ajustan hilos de chalecos, y exdesplazados que saben lo que significa huir de la violencia ponen su destreza al servicio de blindar trajes de seda o lino.
En los pasillos de MC Armor conviven la tecnología más avanzada y el recuerdo de un país que nunca se ha curado de vivir entre bala. Por eso cada prenda que sale de la planta de Cota lleva una historia detrás: la de alguien que no confía en caminar sin protección.
La ola de pedidos de los precandidatos es apenas el reflejo de un clima que se respira en las calles. El mensaje es claro: los que aspiran a dirigir el país tienen miedo de salir a la plaza pública sin blindaje. Treinta años después de aquella chaqueta de cuero que pesaba siete kilos, Miguel Caballero sigue al frente de una empresa que mezcla moda y seguridad que fabrica en cerca de Bogotá, pero con puntos de venta en Estados Unidos y México, una de sus mejores plazas por el nivel de violencia urbana que soporta. Su marca, MC Armor, es al mismo tiempo un símbolo de ingenio colombiano y un espejo del país: un lugar donde hasta para hacer política hay que vestir ropa antibalas
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