La exhibición de poderío militar de Estados Unidos en el Caribe venezolano tiene a Maduro en la Unidad de Cuidados Intensivos geopolíticos y a Colombia en riesgo de ser un perjudicado más. La crisis puede o no pasar a mayores, pero es claro que difícilmente Trump dará marcha atrás en su propósito de asfixiar al gobernante chavista. A la amenaza militar se sumará en algún momento la presión de la oposición que votó por el cambio en Venezuela. También se sumará la presión diplomática de países como México, Brasil y España, así como a nivel global China, Irán y Rusia que tienen intereses en juego.
Las posibles acciones -militares, políticas y diplomáticas- afectarán a Colombia con su tradicional incapacidad para incidir en procesos internacionales. Menos ahora, cuando Trump decidió alinear a Petro con el ficticio cartel de Maduro que disfraza su objetivo principal. Colombia tiene una voz débil en la ecuación geopolítica resultado de la estrecha visión de las relaciones internacionales de gran parte del sector privado y de la clase política que ha gobernado. Todavía creen que el acomodo correcto es permanecer bajo las faldas del tío rico. Les parece que el resto del mundo sobra, se contentan con vender materias primas en el mercado norteamericano sin fijarse en las transformaciones de países como Corea o Vietnam que dieron un gran salto adelante aprovechando las oportunidades que ofrece el mundo sin importar la ideología.
Los miopes del ayer
Aquella visión miope aísla a Colombia, la hace desaprovechar el mundo multipolar del Siglo XXI. La infantil reacción de los gremios locales como Amcham frente al tímido acercamiento a China del gobierno Petro, así lo demostró. Lo mismo ocurre frente al alineamiento de la clase dirigente -no del gobierno- a favor la salida de Maduro. Solo tienen en cuenta su ideología, desconociendo que se trata de un vecino con el que estratégicamente Colombia debe convivir. Las élites nacionales siempre han ideologizado las relaciones internacionales sin comprender que los intereses de Colombia son diferentes y por eso no los defienden.
El gran reto para Colombia frente al acecho militarista gringo es que la intervención que ya está en curso -sea militar o no- la afecte negativamente. Los flujos migratorios, la economía, la seguridad y la diplomacia saldrán afectadas. En estas circunstancias es importante lograr el frente que impulsa el gobierno con los países fuertes de la región -Brasil y México- con el fin de moderar los planes arbitrarios de Trump. Ser parte de una solución aceptable que evite una transición radical y desate un nuevo conflicto es una tarea que necesita la región. La solución a los abusos de Maduro y a su permanencia en el poder no la debe imponer Estados Unidos con un abuso mayor. Toda América Latina pierde si el tío imperial se impone con sus arbitrariedades.
Los resentidos anticastristas en acción
El problema para que un bloque sureño actúe es que ni siquiera la guardia trumpiana, dominada por Marco Rubio, sabe qué decisiones tomará Trump. Trump suele guardar la carta final para asegurar que su intervención ocurra cuando el triunfo esté asegurado y lo pueda capitalizar. Trump gobierna para las redes sociales. Los planes que han elaborado para derrocar a Maduro o provocar el colapso de su gobierno, tienen distintos escenarios, pero como en toda confrontación la dinámica de los procesos y de las operaciones es la que determina las decisiones. De manera que promover una solución conjunta de transición, que anticipe y evite un desastre es una tarea propia de las cancillerías regionales.
Para la región es clave entender que sí Estados Unidos decide el futuro de Venezuela por la intimidación pierde toda la región. La tesis de que se trata de hacer justicia ante al robo de las elecciones, no debe desembocar en que Estados Unidos imponga su objetivo rompiendo las normas internacionales y las suyas internas, porque lo que sigue es una tiranía imperial que afectará a todas las naciones.
Elefantes pisoteando hormigas
Las señales tiránicas son muchas. Asesinar tripulantes de embarcaciones en aguas internacionales sin defensa, es propio de un estado criminal. Un estado que asesina civiles a mansalva es un estado que no sobrevive. Así no actúa un estado democrático con responsabilidades globales. Sin advertencias, sin abordaje, sin pruebas, sin juicios, se atribuyen el derecho a acabar con la vida de personas, sean o no narcotraficantes, creando un clima propio del mundo parafascista.
La arbitrariedad trumpiana que tampoco está cobijada por las normas de uso de la fuerza norteamericanas, tiene unos elementos adicionales: usar misiles para volar lanchas implica un aparataje tecnológico diseñado para confrontaciones con enemigos que hostigan o que estén en capacidad de infringir daños, de atacar o de realizar acciones ofensivas. Usar, sin necesidad alguna, semejante exceso de fuerza solo se explica como un mensaje en sí mismo. Los costos de volar esas lanchas y un semi sumergible son de una desproporción insólita frente a la nula amenaza de seguridad que representaban. Las única explicación de poner un elefante a aplastar hormigas es mostrar el poderío militar para decirle a Maduro “…hasta aquí llegaste comandante.”
¿La oposición dónde está?
En el frente interno Maduro tampoco lo tiene fácil. La reacción de la oposición ante el cerco militar será determinante para el desenlace: si los votos de las últimas elecciones fueron los que dice la oposición, y no los que dice Maduro, hay una mayoría que desea cambiar el régimen. De manera que el objetivo de hacer valer el triunfo electoral parece legítimo si se respeta la voluntad popular. También debe despertar simpatías entre los 8 millones de migrantes repartidos por el mundo. La esperanza de gran parte de la oposición es que las acciones de Trump logren el milagro de volver la derrota una victoria.
Maduro, con los ojos del mundo encima y los drones gringos en la esquina, no puede actuar como un bárbaro. O sí, pero legitima el abuso gringo.
Si la oposición interpreta que la exhibición de poder militar gringo es un esfuerzo para hacer justicia frente al robo de las elecciones, Maduro debería pasar a una fase crítica. Un dictador -como lo considera la oposición- no se tumba ni se cae con demandas judiciales ni con marchas pacifistas ni con millones de exiliados. Se cae cuando el descontento social interno es tal que le anula la posibilidad de tomar acciones represivas para sostenerse. Maduro, con los ojos del mundo encima y los drones gringos en la esquina, no puede actuar como un bárbaro. O puede hacerlo, pero legitima el abuso gringo.
Si no lo hace, Trump reclamara que fue gracias a la exhibición del poder gringo que lo inhibió. O, porque su control sobre el aparataje militar se resquebraja. El pequeño halo de legitimidad de la intimidación para hacer valer un resultado electoral y liberar a un pueblo oprimido, cobra sentido pues cumpliría su propósito de debilitar al gobierno.
Si la oposición sale a las calles sin riesgo a que la masacren, compensa la falta de poder y de armas. Puede provocar afectaciones que paralicen al país y neutralizar la posibilidad de acciones de los altos mandos ante la protestas. Cumplir órdenes de reprimir para contener a la oposición cuando ya parece todo perdido, es un deshonor militar. Pero si ocurre lo contrario, es decir que la oposición no se expresa aprovechando el impulso gringo, el escenario favorece a Maduro, lo invitaría a resistir.
¿Unidos en la defensa?
Es obvio que el país dividido como está, no se va a unir para respaldar a Maduro. Nadie se imagina a los seguidores de la Nobel Machado saliendo armados a contener a los gringos para defender la soberanía nacional. Maduro quiere hacer creer que la población rechaza las acciones intervencionistas. Pero es obvio que el “pueblo unido” no va a salir a luchar contra los invasores, si acaso llegan. Es más realista reconocer que el pueblo dividido entre quienes le dan la bienvenida al colapso del gobierno y quienes desean permanecer en el poder, van a medir sus fuerzas. Por arbitrario e incómodo que la amenaza trumpiana, es probale que desencadene el cambio, pues la gente de Maduro es ahora una minoría impopular.
La encrucijada de Colombia
Bajo el gobierno Petro el distanciamiento de Estados Unidos, la apertura hacia China y la participación activa en eventos internacionales le da otro carácter al rol del país. Sin embargo, hay más activismo que la construcción de una posición sólida que se sume a los liderazgos de Brasil y México, con cancillerías que llevan décadas manejadas por profesionales y que actúan bajo las directrices del mandatario de turno, pero dentro del diseño acordado para defender los intereses estratégicos de sus países.
Colombia corre el riesgo de recibir los impactos de la crisis en Venezuela en condiciones desventajosas. La voz pacifista y conciliadora impulsada por el gobierno es débil ante el alejamiento con el gobierno Trump y con un equipo de cancillería en su mayoría inexperto y desarticulado. Colombia, que preside la Celac, que está en el Consejo de Seguridad de la ONU, podría anticipar una alianza temprana con Brasil y México para prevenir una escalada o un incidente y ayudar a recanalizar el conflicto hacia la mesa de negociaciones de Catar.
Lo contrario es perder poder como país capacidad diplomática; deteriorar la seguridad ante un ELN que incrementará sus acciones en la frontera con riesgos de incidentes mayores; perder en la economía, con el aumento de las primas y seguros ante las nuevas dificultades logísticas y con el alejamiento de la posibilidad de comprar el necesario gas venezolano o empresas como Monómeros. El gobierno y los sectores dirigentes están a tiempo de impulsar acciones que eviten una salida que producirá un deterioro económico, político y social de los colombianos.
Del mismo autor: América para los norteamericanos una vez más
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