Cada vez que el humo y las llamas cubrían montañas, pueblos o reservas naturales, el país volvía a la misma escena: brigadas exhaustas en tierra, bomberos limitados por la geografía y aeronaves que no siempre llegaban a tiempo. Colombia aprendió a combatir incendios forestales con lo que tenía, no con lo que necesitaba. Esa brecha, que se volvió evidente en las emergencias de 2024, terminó empujando una decisión que hoy empieza a tomar forma en hangares y pistas: la llegada de dos helicópteros diseñados específicamente para apagar fuego desde el aire.
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Los S-70 Firehawk que se alistan para entrar en operación no son una compra aislada ni un gesto simbólico. Son el resultado de una presión real, de incendios que avanzaron sin control en el sur del país, de ecosistemas en riesgo y de una institución que, tras un escándalo de corrupción sin precedentes, necesitaba demostrar que podía volver a hacer bien su trabajo. La gestión estuvo a cargo de Carlos Carrillo, actual director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, quien asumió el cargo después de la salida de Olmedo López, enjuiciado como el cerebro de una trama que desvió más de 40 mil millones de pesos a partir de la compra irregular de camiones cisterna para La Guajira.}

Carrillo recibió una entidad golpeada, cuestionada y bajo observación permanente. En ese escenario, avanzar en una adquisición internacional de alto valor no era una jugada cómoda. Sin embargo, la urgencia operativa terminó pesando más que el temor al error. En septiembre de 2024, cuando el país enfrentaba simultáneamente más de 20 focos de incendio en distintos departamentos y el de Palermo, en Huila, concentraba la mayor atención, la UNGRD elevó al Gobierno la solicitud formal para comprar helicópteros especializados. No cualquier aeronave: se necesitaban plataformas capaces de volar de noche, cargar grandes volúmenes de agua y operar en condiciones extremas.
El camino elegido fue un convenio entre la UNGRD y la Fuerza Aeroespacial Colombiana, por cerca de 150 mil millones de pesos, con el acompañamiento técnico de la Corporación de la Industria Aeronáutica Colombiana. La FAC, además de participar en el proceso de compra, también asumió la responsabilidad de ser la única responsable de operar las poderosas aeronaves.
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Estos helicópteros fueron fabricados por la firma Sikorsky, una compañía norteamericana reconocida por el desarrollo del Black Hawk. El Firehawk es una evolución de esa plataforma, adaptada durante más de tres décadas para el combate de incendios forestales. No es una conversión básica: integra sistemas certificados para lanzamiento de agua, operación nocturna con visión especializada, navegación en ambientes hostiles y una estructura preparada para cargas pesadas sin sacrificar estabilidad.
Cada uno puede transportar hasta mil galones de agua en un tanque integrado que se recarga en menos de 60 segundos desde fuentes naturales. En la práctica, eso significa menos tiempo de espera, más ciclos de descarga y una capacidad muy superior a la de helicópteros tradicionales. También puede operar durante la noche, un punto crítico en Colombia, donde muchos incendios se reactivan cuando las aeronaves convencionales deben suspender operaciones.
La experiencia acumulada por la Fuerza Aeroespacial con helicópteros UH-60 fue uno de los factores que inclinó la balanza. Colombia ha operado casi durante 40 años, esta familia de aeronaves tanto en misiones militares, humanitarias como de rescate. Eso se traduce en pilotos formados, técnicos especializados y una infraestructura que ya existe. Los Firehawk no llegan a un terreno desconocido: llegan a una institución que sabe cómo volarlos y mantenerlos.
Además de apagar incendios, estas aeronaves pueden transformarse rápidamente según la emergencia. En menos de una hora pueden configurarse como ambulancia aérea para evacuaciones médicas, helicóptero de búsqueda y rescate o plataforma de transporte humanitario. Su autonomía de hasta dos horas y media les permite cubrir grandes distancias, y su rendimiento no se ve afectado por la altura: pueden operar desde el nivel del mar hasta más de 13.000 pies, una condición indispensable en un país con cordilleras, selvas y sabanas.
Hoy, los dos Firehawk se encuentran en la fase final de alistamiento técnico. Están siendo sometidos a los últimos procesos de mantenimiento y pintura con los colores de la Fuerza Aeroespacial Colombiana. La expectativa es que entren en operación a comienzos del próximo año, una vez concluyan las verificaciones finales. No llegarán como una promesa, sino como una herramienta lista para ser usada cuando el país la necesite.
La comparación con el pasado es inevitable. Mientras los camiones cisterna de La Guajira se convirtieron en el símbolo de una corrupción que dejó comunidades sin agua, los Firehawk buscan convertirse en el ejemplo contrario: una compra pensada desde la necesidad real, ejecutada con respaldo técnico y con un impacto directo en la atención de emergencias. No resuelven todos los problemas, pero sí corrigen una ausencia histórica en la capacidad aérea del Estado.
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