El norte de Bogotá tiene un puñado de barrios donde la ciudad parece desacelerar y cambiar de escala. Entre ellos, el Chicó y Santa Ana se han consolidado como el territorio donde vive una parte importante de la élite económica del país. No solo por las mansiones que se levantan en sus calles silenciosas, sino por la forma en que allí se combinan vivienda, comercio de lujo, oficinas de empresas globales y una sensación de seguridad que contrasta con el ritmo más caótico de otras zonas. Es un sector que no necesita anunciarse: basta caminarlo para entender por qué es uno de los más exclusivos de Colombia.
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El Chicó es un ejemplo claro de cómo la ciudad se ha movido hacia el norte en busca de espacio, aire y valorización. Las calles anchas, los edificios de ladrillo perfectamente mantenidos y las casas que imitan estilos europeos forman un paisaje que se volvió sinónimo de estatus. Allí conviven familias de alto poder adquisitivo, diplomáticos, empresarios y un número significativo de los llamados ultra ricos del país. Según cifras oficiales, cuatro de cada diez personas con patrimonios más altos en Colombia viven en Bogotá, y una parte importante se concentra precisamente en este sector.
La vida cotidiana en el Chicó es un retrato de esa exclusividad. Los arriendos de los apartamentos alrededor del Parque Virrey, uno de los puntos más valorados de la zona, empiezan en seis millones de pesos y pueden superar los diez millones. No es extraño encontrar apartamentos amplios de dos habitaciones por más de siete millones, o unidades de más de doscientos metros cuadrados que alcanzan cifras de dos dígitos. La venta de vivienda también marca el tono: los apartamentos van desde 650 millones de pesos hasta más de 3.000 millones, dependiendo del metraje, la vista y las amenidades del edificio. Hay unidades que superan los 4.000 millones de pesos. El metro cuadrado ronda los nueve millones.
El Parque Virrey es otro eje del sector. A pesar de estar en medio de la ciudad, funciona como un corredor natural limpio, amplio y con un ambiente que combina deportistas, familias y vecinos que lo recorren a cualquier hora. Alrededor del parque se levantan edificios modernos, oficinas de compañías internacionales, cafés, restaurantes y comercios de alto nivel. Es una zona de alta valorización que conecta el Chicó con otros barrios igualmente exclusivos como la Cabrera.
Muy cerca está Santa Ana, uno de los rincones más llamativos del norte bogotano. Aunque es oficialmente un barrio de clase media alta, sus calles muestran viviendas unifamiliares enormes, muchas de ellas levantadas sobre antiguos terrenos de haciendas que se integraron a la ciudad. Las casas superan fácilmente los tres mil millones de pesos y se caracterizan por sus jardines amplios, garajes llenos de camionetas, fachadas clásicas y una tranquilidad que resulta inusual en Bogotá. La presencia de embajadas, como las de Rumanía, Portugal y Egipto, confirma su estatus diplomático y residencial.
En Santa Ana es común ver mansiones custodiadas por porterías privadas y muros con sistemas de seguridad reforzada. También es común la ausencia de peatones. Incluso en días soleados, las calles permanecen casi vacías, lo que refuerza la idea de que es un sector donde la vida ocurre hacia adentro, entre jardines, salones amplios y casas de varios niveles. Algunas viviendas conservan elementos decorativos particulares; otras, abandonadas, contrastan con el lujo general y recuerdan que el tiempo también pasa por estos barrios.
El Chicó, Santa Ana y sus alrededores conforman un corredor donde se mezclan centros comerciales, colegios privados, consultorios, restaurantes de alta gama y servicios que suelen ser escasos en otras partes de la ciudad. También está el único concesionario de Ferrari del país, un símbolo evidente de la vida que se mueve en estas calles. Vende entre diez y doce unidades al año, casi todas reservadas con anticipación y bajo estrictos criterios de exclusividad. La presencia de este tipo de tiendas de lujo confirma que la esta zona ha sido moldeada para un público con alta capacidad de pago y grandes expectativas de lujo.
En la época colonial, la élite vivía en el centro histórico; luego se movió a Teusaquillo, Chapinero y finalmente a estas áreas donde el suelo permitió crear casas más grandes, parques extensos y barrios diseñados para quienes buscaban privacidad y seguridad. Hoy, el Chicó y Santa Ana siguen siendo referencia cuando se habla de exclusividad en Bogotá. Allí se trazan los límites de una ciudad que cambia constantemente, mientras mantiene algunos espacios reservados para los más acomodados del país.
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