Así van a tumbar con dinamita los puentes de la Carrera 50 con Calle 13 ¿Quiénes lo va a hacer?

Por seguridad evacuarán a unas 6 mil personas en Puente Aranda, durante una de las demoliciones más precisas y controladas que se hayan hecho en Bogotá

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octubre 10, 2025
Así van a tumbar con dinamita los puentes de la Carrera 50 con Calle 13 ¿Quiénes lo va a hacer?

La implosión de los puentes de la carrera 50 con la calle 13, en el corazón de Bogotá, programada para las 10:00 a. m. de este domingo 12 de octubre, será el resultado de meses de ingeniería meticulosa y de una logística urbana tan estricta como visible: se busca que 4 puentes se desplomen en cuestión de segundos para despejar el terreno y permitir la construcción de una nueva intersección vial.

La empresa que está detrás de esta implosión será Demoliciones Atila Implosión S.A.S., una firma caleña que ha encabezado implosiones complejas en el país y que llega a Bogotá con un equipo experimentado para ejecutar una maniobra que, en la capital, no tiene precedentes para un puente vehicular de estas características.

La estrategia está pensada para que la gravedad haga buena parte del trabajo: los ingenieros han diseñado una secuencia de fragmentación que “le quita la patica” a los puntos de apoyo del tablero. En la práctica eso significa alojar cargas en los soportes estructurales —pilas y zapatas— de manera que, al detonar en el orden previsto, se rompan las piezas que sostienen la losa. El tablero no será lanzado con fuerza hacia un lado; se le debilitan los puntos de apoyo para que, por su propio peso, colapse y quede sobre la misma huella que ocupaba.

Durante casi un año el equipo de Atila trabajó en la planeación; en las últimas semanas afinó el diseño y la logística con todas las entidades involucradas. La técnica que se empleará utiliza indugel, un explosivo de hidrogel, colocado en miles de puntos estratégicos. En total se han programado 4.550 perforaciones para recibir las cargas, 1.200 de ellas instaladas en las pilas principales. Cada carga estará conectada a detonadores electrónicos que permiten un disparo sincronizado milimétricamente: la perfecta coordinación entre los tiempos de detonación es lo que garantiza que la estructura se rompa en el orden y la forma previstos. El área de implosión suma alrededor de 8.000 metros cuadrados.

El instante de la implosión es breve —los ingenieros calculan que la secuencia de desarme estructural y caída tomará apenas unos segundos— pero lo que sucede antes y después exige más tiempo y más trabajo. Desde la noche anterior se activarán cierres viales: la circulación quedará restringida desde las 11:30 p. m. del sábado, y el domingo muy temprano comenzará la llegada y el posicionamiento de los equipos técnicos. Se ha establecido un plan de evacuación que afecta a 37 unidades habitacionales entre viviendas, industrias y comercios, donde se estima que unas 6.000 personas suelen permanecer y que deberán salir del área desde las 7:00 a. m. del día de la detonación. Centros comerciales y locales próximos ajustaron su operación para minimizar riesgos y facilitar el control.

En terreno habrá un Puesto de Mando Unificado en el que convergerán la Alcaldía, el IDU, la Secretaría de Movilidad, la Policía, el Ejército, los bomberos, la Personería, la Cruz Roja y las empresas de servicios públicos. Cerca de 500 funcionarios participarán directamente en la operación para mantener perímetros, atender emergencias y coordinar cierres y desvíos. La zona se segmentó en tres anillos de seguridad: un área crítica de 50 metros donde no puede haber personas ni animales; un anillo intermedio entre 50 y 100 metros; y una zona de protección que alcanza hasta los 150 metros. Solo el personal autorizado permanecerá dentro de estos límites durante la ejecución.

Técnicamente, el procedimiento incluye medidas de mitigación del impacto ambiental inmediato. Antes y después de la detonación los bomberos regarán las estructuras para controlar el polvo; habrá monitoreo meteorológico continuo para asegurar que la dirección del viento no comprometa áreas no previstas y que no llueva en el momento crítico. Los ingenieros esperan que el material particulado se asiente en el suelo en cuestión de minutos, aunque la remoción y el tratamiento de los escombros será una tarea que se extenderá por días. Se calculan alrededor de 7.900 metros cúbicos de escombros, una fracción de los cuales podrá ser reutilizada como relleno y estabilización para la misma obra vial.

La implantación de la secuencia, a cargo del gerente técnico de Atila y su equipo, incluye la fragmentación controlada en los puntos de apoyo para evitar daños colaterales en las edificaciones vecinas. Esa es una de las razones por las que la empresa fue contratada: su trayectoria en demoliciones de alto impacto —incluyendo trabajos en edificaciones y puentes en otras ciudades— le dio experiencia en técnicas de implosión que permiten concentrar la energía en los locales precisos y minimizar la onda expansiva y la vibración. El uso de detonadores electrónicos sincronizados y la colocación precisa de indugel permiten que la energía liberada esté contenida y dirigida.

La implosión responde también a una necesidad práctica: por métodos convencionales de demolición con maquinaria y corte, la remoción de esas estructuras podría llevar entre ocho y diez meses, incluso un año. La demolición controlada ofrece un atajo temporal que permitirá al contratista avanzar la construcción del nuevo intercambiador con rapidez y reducir el tiempo de impacto operativo para la ciudad.

Para los vecinos la operación despierta emociones encontradas. Hay curiosidad técnica y una esperanza legítima por la mejora vial que se abrirá paso, pero también inquietud por el ruido, el polvo y la pérdida momentánea de movilidad. Las autoridades insisten en la comunicación constante y en el respeto de los perímetros para que la experiencia, por disruptiva que sea, siga siendo segura. El domingo, cuando llegue la hora cero, no será solo un estallido: será el momento en el que meses de cálculo y coordinación se prueban en el espacio público. Si todo sale como lo planearon, en menos que canta un gallo los cuatro tableros dejarán de ser un obstáculo para convertirse en escombros controlados, y la ciudad podrá comenzar a construir sobre ese hueco de concreto una nueva conexión pensada para la movilidad de hoy.

La implosión de los puentes de la carrera 50 con la calle 13, en el corazón de Bogotá, programada para las 10:00 a. m. de este domingo 12 de octubre, será el resultado de meses de ingeniería meticulosa y de una logística urbana tan estricta como visible: se busca que 4 puentes se desplomen en cuestión de segundos para despejar el terreno y permitir la construcción de una nueva intersección vial.

La empresa que está detrás de esta implosión será Demoliciones Atila Implosión S.A.S., una firma caleña que ha encabezado implosiones complejas en el país y que llega a Bogotá con un equipo experimentado para ejecutar una maniobra que, en la capital, no tiene precedentes para un puente vehicular de estas características.

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La estrategia está pensada para que la gravedad haga buena parte del trabajo: los ingenieros han diseñado una secuencia de fragmentación que “le quita la patica” a los puntos de apoyo del tablero. En la práctica eso significa alojar cargas en los soportes estructurales —pilas y zapatas— de manera que, al detonar en el orden previsto, se rompan las piezas que sostienen la losa. El tablero no será lanzado con fuerza hacia un lado; se le debilitan los puntos de apoyo para que, por su propio peso, colapse y quede sobre la misma huella que ocupaba.

Durante casi un año el equipo de Atila trabajó en la planeación; en las últimas semanas afinó el diseño y la logística con todas las entidades involucradas. La técnica que se empleará utiliza indugel, un explosivo de hidrogel, colocado en miles de puntos estratégicos. En total se han programado 4.550 perforaciones para recibir las cargas, 1.200 de ellas instaladas en las pilas principales. Cada carga estará conectada a detonadores electrónicos que permiten un disparo sincronizado milimétricamente: la perfecta coordinación entre los tiempos de detonación es lo que garantiza que la estructura se rompa en el orden y la forma previstos. El área de implosión suma alrededor de 8.000 metros cuadrados.

El instante de la implosión es breve —los ingenieros calculan que la secuencia de desarme estructural y caída tomará apenas unos segundos— pero lo que sucede antes y después exige más tiempo y más trabajo. Desde la noche anterior se activarán cierres viales: la circulación quedará restringida desde las 11:30 p. m. del sábado, y el domingo muy temprano comenzará la llegada y el posicionamiento de los equipos técnicos. Se ha establecido un plan de evacuación que afecta a 37 unidades habitacionales entre viviendas, industrias y comercios, donde se estima que unas 6.000 personas suelen permanecer y que deberán salir del área desde las 7:00 a. m. del día de la detonación. Centros comerciales y locales próximos ajustaron su operación para minimizar riesgos y facilitar el control.

En terreno habrá un Puesto de Mando Unificado en el que convergerán la Alcaldía, el IDU, la Secretaría de Movilidad, la Policía, el Ejército, los bomberos, la Personería, la Cruz Roja y las empresas de servicios públicos. Cerca de 500 funcionarios participarán directamente en la operación para mantener perímetros, atender emergencias y coordinar cierres y desvíos. La zona se segmentó en tres anillos de seguridad: un área crítica de 50 metros donde no puede haber personas ni animales; un anillo intermedio entre 50 y 100 metros; y una zona de protección que alcanza hasta los 150 metros. Solo el personal autorizado permanecerá dentro de estos límites durante la ejecución.

Técnicamente, el procedimiento incluye medidas de mitigación del impacto ambiental inmediato. Antes y después de la detonación los bomberos regarán las estructuras para controlar el polvo; habrá monitoreo meteorológico continuo para asegurar que la dirección del viento no comprometa áreas no previstas y que no llueva en el momento crítico. Los ingenieros esperan que el material particulado se asiente en el suelo en cuestión de minutos, aunque la remoción y el tratamiento de los escombros será una tarea que se extenderá por días. Se calculan alrededor de 7.900 metros cúbicos de escombros, una fracción de los cuales podrá ser reutilizada como relleno y estabilización para la misma obra vial.

La implantación de la secuencia, a cargo del gerente técnico de Atila y su equipo, incluye la fragmentación controlada en los puntos de apoyo para evitar daños colaterales en las edificaciones vecinas. Esa es una de las razones por las que la empresa fue contratada: su trayectoria en demoliciones de alto impacto —incluyendo trabajos en edificaciones y puentes en otras ciudades— le dio experiencia en técnicas de implosión que permiten concentrar la energía en los locales precisos y minimizar la onda expansiva y la vibración. El uso de detonadores electrónicos sincronizados y la colocación precisa de indugel permiten que la energía liberada esté contenida y dirigida.

La implosión responde también a una necesidad práctica: por métodos convencionales de demolición con maquinaria y corte, la remoción de esas estructuras podría llevar entre ocho y diez meses, incluso un año. La demolición controlada ofrece un atajo temporal que permitirá al contratista avanzar la construcción del nuevo intercambiador con rapidez y reducir el tiempo de impacto operativo para la ciudad.

Para los vecinos la operación despierta emociones encontradas. Hay curiosidad técnica y una esperanza legítima por la mejora vial que se abrirá paso, pero también inquietud por el ruido, el polvo y la pérdida momentánea de movilidad. Las autoridades insisten en la comunicación constante y en el respeto de los perímetros para que la experiencia, por disruptiva que sea, siga siendo segura. El domingo, cuando llegue la hora cero, no será solo un estallido: será el momento en el que meses de cálculo y coordinación se prueban en el espacio público. Si todo sale como lo planearon, en menos que canta un gallo los cuatro tableros dejarán de ser un obstáculo para convertirse en escombros controlados, y la ciudad podrá comenzar a construir sobre ese hueco de concreto una nueva conexión pensada para la movilidad de hoy.

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