Así logró Carlos Ballesteros, el dueño de Bike House, convencer a la japonesa Shimano para unirse a su marca Cliff

El empresario paisa empezó vendiendo repuestos y partes de la maca; insistió por 8 años por la alianza recién lograda que se sella con nueva planta en Rionegro

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noviembre 14, 2025
Así logró Carlos Ballesteros, el dueño de Bike House, convencer a la japonesa Shimano para unirse a su marca Cliff

 Fueron ocho años de persistencia de Carlos Ballesteros, el dueño de Bike House hasta que logró consolidar la alianza con la  gigante japonesa Shimano.  Gracias a  ello  Bike House contará con sistemas de cambios, frenos y tracción Shimano en sus bicicletas Cliff, elevando su nivel técnico y competitivo. Pero esta no es la única jugada con la que la compañía busca consolidar su liderazgo en el mercado nacional.

Así logró Carlos Ballesteros, el dueño de Bike House, convencer a la japonesa Shimano para unirse a su marca Cliff

La empresa, que cerró el 2024 con ventas superiores a $68 mil millones, ya tiene la mira puesta en un nuevo proyecto: una planta de ensamblaje en la Zona Franca de Rionegro, donde se fabricarán precisamente las bicicletas Cliff con componentes Shimano.

Detrás de este éxito está Carlos Ballesteros, un paisa que no la tuvo fácil. Se convirtió en padre antes de los 20 años, pero ese golpe de realidad fue el impulso que lo llevó a trabajar sin descanso. De vender licor y gafas pasó a fundar una de las empresas más reconocidas del ciclismo en Colombia.

De vender licor y gafas a levantar Bike House en Colombia

Con solo 18 años, Carlos enfrentaba un reto enorme: ser padre mientras estudiaba en la Universidad EAFIT. Soñaba con ser administrador, pero la necesidad lo obligó a buscar cualquier trabajo que le permitiera sostener a su hija. Vendió ropa, comida, whisky y lo que se atravesara. Toda valía para salir adelante.

Así logró Carlos Ballesteros, el dueño de Bike House, convencer a la japonesa Shimano para unirse a su marca Cliff

En 1988, la suerte —o más bien, su determinación— lo cruzó con Carlos Uribe, un compañero de universidad que le propuso participar en un contrato de distribución de gafas de la famosa marca Oakley. Así nació su primera sociedad: Dicode. En paralelo, hacía sus prácticas en Coltejer, pero el negocio con Uribe lo fue acercando a un mundo que cambiaría su vida: el de las bicicletas.

Ese mismo año viajó a Los Ángeles para asistir a una feria internacional. Allí conoció las bicicletas de montaña, creadas en los años 70 por Gary Fisher, una tendencia que apenas empezaba a expandirse. Ballesteros y su socio consiguieron la representación de varias marcas para Colombia. Al volver al país, estaban convencidos de que triunfarían, pero en 1989 el concepto de ciclas de montaña aún era desconocido en Colombia.

Lejos de rendirse, decidieron abrir sus propias tiendas para promover este tipo de bicicletas. Entre 1990 y 1992, el negocio empezó a despegar. El éxito fue tan notorio que uno de los hermanos de Uribe intentó comprarle las acciones a Ballesteros, pero él se negó. Finalmente, los caminos se separaron y Ballesteros se asoció con Juan Andrés López, quedándo con las representaciones de Scott y Specialized.

Sin embargo, su ambición no se detuvo ahí. En 1993 fundó su propio negocio, Bike House, con una visión clara: convertirlo en la tienda de ciclismo más importante del país. Con poco inglés, pero mucha audacia, consiguió la distribución en Colombia de Cannondale, además de cascos Giro y Bell.

El éxito y expansión de la empresa de Carlos Ballesteros

Aquel joven que empezó vendiendo de todo un poco ya era un empresario con nombre propio. Después de su viaje a Estados Unidos, Ballesteros abrió 11 tiendas en distintas ciudades del país. Su reputación creció rápidamente, tanto que la marca Trek, una de las más prestigiosas del mundo, lo buscó para representar sus bicicletas en Colombia.

No todo fue fácil. La falta de experiencia lo llevó a tomar decisiones apresuradas y tuvo que cerrar cuatro tiendas, pero no se rindió. A finales de los 90, se asoció con la familia Carrioza, los principales socios de Granahorrar, lo que le permitió estabilizar su empresa y proyectarla a un nuevo nivel.

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Aun así, las dificultades no cesaron. La sociedad tuvo tensiones y Ballesteros llegó a ofrecer su participación como parte de una deuda pendiente. Sin embargo, los Carrioza confiaron en su capacidad, y el tiempo les dio la razón. En 2010, Bike House se consolidó como una marca sólida, aunque dejó de distribuir Cannondale para enfocarse exclusivamente en Trek, una decisión estratégica que reforzó su liderazgo.

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El siguiente gran paso llegó en 2017, cuando Ballesteros decidió crear Cliff, su propia marca de bicicletas, pensada para competir en el segmento medio y bajo. Fue un movimiento arriesgado, pero inteligente: el mercado local pedía productos de calidad a precios accesibles.

Para 2019, Bike House ya había puesto 19.000 bicicletas Cliff en el mercado colombiano. Hoy, la compañía se ubica en el top 5 de las comercializadoras más grandes del país, con más de 42 tiendas en todo el territorio nacional.

La nueva planta de ensamblaje en Rionegro: el siguiente paso

La historia de Bike House está lejos de detenerse. Según información oficial, su planta de ensamblaje en Rionegro busca fabricar alrededor de 80 bicicletas diarias, una capacidad que los hará más competitivos frente a las empresas que importan sus productos desde Asia.

El hecho de ensamblar en Colombia les permitirá reducir tiempos de entrega, optimizar costos y responder más rápido a la demanda del mercado. La planta, que tendrá una extensión de 1.650 metros cuadrados, representa el primer paso de un plan de expansión más ambicioso que incluye distribución regional y fortalecimiento de exportaciones.

De aquella pequeña tienda en Medellín, creada por un joven que apenas hablaba inglés, a una marca con presencia nacional y alianzas con gigantes como Shimano, Bike House es hoy un ejemplo del espíritu paisa: insistir, reinventarse y nunca rendirse.

Lo que comenzó como una necesidad terminó convertido en un legado empresarial. Carlos Ballesteros, el hombre que alguna vez vendió licor y ropa para mantener a su hija, levantó una de las compañías más reconocidas del ciclismo colombiano, demostrando que los sueños —sí se pedalean con constancia— sí se alcanzan.

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