La imponente y popular fiesta con la que Medellín prendió la Navidad

La Alborada de Medellín encendió diciembre entre pólvora, música y cuadra; la Alborotada sumó concierto y barrio, y la ciudad volvió a celebrarse en las calles

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diciembre 03, 2025
La imponente y popular fiesta con la que Medellín prendió la Navidad

Medellín volvió a prender diciembre como solo ella sabe hacerlo: con esa mezcla de ruido, expectativa y pertenencia que cada primero de diciembre se derrama sobre los barrios y sube por las laderas. La Alborada, esa costumbre que lleva años marcando el inicio de la temporada decembrina, regresó a ofrecer su sinfonía de luces, estallidos y voces que se entrecruzan mientras la ciudad despierta antes de que amanezca. Nadie sabe con exactitud cuándo se volvió tradición, pero todos entienden su lógica íntima: un ritual donde la pólvora anuncia que el año empieza a despedirse y que la fiesta entra en modo permanente, casi como una orden tácita que Medellín se da a sí misma.

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A esa hora incierta entre la noche y la madrugada, cuando el aire todavía huele a montaña fría, miles de personas se asoman a balcones, terrazas, esquinas. Hay quienes lo viven como una herencia familiar y quienes lo descubren por primera vez con el asombro de un ruido que parece venir de todas partes. Lo que para un visitante es estruendo, para la ciudad es lenguaje. Una forma de decir aquí estamos, aquí seguimos, aquí empieza diciembre. En los barrios altos, donde las luces se ven multiplicadas, la gente se reúne alrededor de fogones improvisados, termos de café, música que sale de parlantes que ya no saben si son viejos o eternos. El sonido se eleva, se devuelve, se esparce. Medellín entera se enciende.

Este año, a ese pulso tradicional se sumó otra fiesta. No buscó reemplazar nada ni competir con nadie. Más bien se coló entre la emoción que ya estaba encendida para moverse con ella, como quien baila siguiendo el ritmo de un barrio que no espera invitación. La llamaron la Alborotada, y surgió como un punto de encuentro para jóvenes, curiosos, vecinos y visitantes que querían meterle un poco más de música a la madrugada. El escenario fue el Perpetuo Socorro, un sector que en los últimos años se volvió lugar natural para nuevas movidas culturales, esas que nacen del propio desorden amable de Medellín.

La Alborotada reunió talento local, agrupaciones que llevan años pateando tarimas pequeñas y salones comunales, y también sonidos más reconocibles que han logrado expandirse a ritmos de redes y cuadra. Tropicombo apareció con su mezcla tropical despreocupada, esa que no pide permiso para poner a bailar incluso al que dijo que solo iba a mirar. Afra One, Sonido Sincreto y Timeless siguieron con esa capacidad tan medellinense de juntar calle, tradición y modernidad como si fueran ingredientes de una receta que todos conocen. Queen Juandy, Valentino y otros nombres del panorama urbano terminaron de amarrar la atmósfera que se necesitaba: un escenario donde la música no era adorno sino motor.

La marca Smirnoff Spicy Tamarindo estuvo detrás de la organización del concierto, aunque en la práctica la noche se sintió más como una reunión de barrio que como un evento. Fue gratuita, abierta, sin códigos que delimitaran quién podía o no entrar. La gente llegó en grupos, como llega a casi todo en Medellín: sin protocolos, sin la urgencia de cumplir horarios, con el ánimo de quedarse mientras haya algo que escuchar o alguien con quien hablar. Algunos venían de vivir la Alborada en sus cuadras; otros habían bajado desde las comunas para no perderse lo que prometía ser una continuación lógica de la madrugada. Y así fue.

En medio de esa multitud que caminaba a su propio ritmo, hubo un momento en que la fiesta dejó ver su intención final: acompañar una tradición sin intentar modificarla. La Alborada siguió siendo la dueña absoluta del inicio de diciembre. La Alborotada se sumó como una extensión natural, una forma de recoger la energía que ya existía y moldearla en un concierto improvisado por la ciudad.

Cuando amaneció, Medellín ya estaba en modo diciembre. No hacía falta revisar calendarios ni mirar relojes. La noche había cumplido su función: anunciar que empezaba el mes que la ciudad vive con un fervor que a veces desconcierta, pero siempre emociona. La gente regresó a sus casas con el olor persistente de la pólvora en la ropa y con esa sensación de que la fiesta apenas está tomando forma. Diciembre apenas comienza, pero Medellín, como cada año, ya lo siente entero.

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