Casarse fuera de Bogotá se ha vuelto una opción cada vez más atractiva para quienes quieren que su boda sea mucho más que una ceremonia: buscan que sea una experiencia que hable de ellos, que tenga un escenario con alma y que quede grabada en la memoria de todos los presentes. La elección del lugar ya no se limita a un salón elegante en la ciudad, hoy las parejas prefieren viajar a destinos que sumen historia, paisajes únicos o incluso un sentido espiritual que haga del “sí, acepto” un momento irrepetible.
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Villa de Leyva es, sin duda, uno de esos escenarios soñados. Quienes han caminado sus calles empedradas saben que cada rincón parece hecho para una fotografía. El encanto colonial del pueblo se mezcla con la calma de las montañas boyacenses, y eso convierte a sus haciendas y casas rurales en espacios perfectos para celebrar una boda. Allí no falta nada: desde jardines amplios hasta capillas íntimas, pasando por cocinas donde se preparan menús tradicionales y alojamientos que reciben a los invitados como en casa. El resultado es un ambiente que logra ser a la vez sencillo y sofisticado, ideal para parejas que quieren disfrutar sin preocuparse por los detalles logísticos.
Más al norte, Santa Cruz de Mompox aparece como un tesoro escondido a orillas del Magdalena. No en vano la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad: este lugar conserva una atmósfera que transporta al pasado. Sus iglesias, en especial la de Santa Bárbara, son joyas arquitectónicas que han sido testigos de incontables uniones. Los matrimonios en esta ciudad están rodeados de historia. Según el portal Colombia.co no es extraño que quienes se casan en Mompox hablen de la sensación de estar en un escenario detenido en el tiempo, donde cada detalle suma a la magia del momento.
Y para quienes sienten que su boda debe ser algo aún más profundo, el Amazonas ofrece una alternativa difícil de igualar. En medio de la selva, algunas comunidades indígenas han compartido sus rituales ancestrales para quienes desean unirse bajo la guía de un chamán. No hay anillos, sino collares tejidos que simbolizan la unión de las almas, y el altar no es otro que la selva misma con su sonido inagotable de vida. La ceremonia es íntima, casi sagrada, y después la celebración puede continuar en hoteles o reservas naturales de Leticia o Puerto Nariño, que ofrecen paquetes pensados para integrar la aventura con el rito.
Cada una de estas ciudades y regiones plantea una forma distinta de vivir el matrimonio. Los protagonistas en Villa de Leyva son su aire colonial y campestre, El bello Mompox deja ver la herencia histórica en sus calles y el verde departamento del Amazonas respira una espiritualidad profunda que pocas veces se logra encontrar.
Elegir alguno de estos destinos no solo es decidir dónde casarse, sino también cómo recordar ese maravilloso día, que debe ser un momento único salido de la rutina, que refleja la personalidad de los novios y que deja en cada invitado la sensación de haber sido parte de una historia única.
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