Durante años, Gregorio Pernía fue el sinónimo del galán colombiano. El hombre de sonrisa amplia y cejas levantadas que parecía haber nacido para las cámaras. En las noches de televisión, su rostro aparecía en novelas que marcaron época —La hija del mariachi, Sin senos no hay paraíso— y más tarde en Master Chef, donde el público descubrió una versión distinta de él: más espontánea, más cercana, más humana. Pero detrás del brillo de los reflectores, Gregorio Pernía también se hizo famoso por algo más terrenal: su encanto, ese aire de conquistador tropical que lo convirtió en uno de los hombres más codiciados de la pantalla.
Hoy, sin embargo, ese personaje pertenece a otra vida. Desde hace más de quince años, Pernía ha bajado el ritmo del set para habitar una historia más íntima, más suya. Su protagonista se llama Érika Rodríguez, una exmodelo colombiana con quien se casó en 2007 y con quien ha construido una familia sólida, blindada contra el ruido del espectáculo. Juntos han tenido dos hijos, Luna y Valentino, y en abril de este año sorprendieron a todos con una noticia que ni ellos mismos esperaban: están esperando otro bebé.
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Los médicos les habían dicho que ya no era posible. Pero la vida, que a veces tiene su propio guion, decidió reescribir el final. Érika será madre a los 41 y Gregorio volverá a tener un recién nacido a los 55. “Es un milagro”, dijeron, y no sonaba a cliché.
El nuevo integrante tendrá cinco hermanos. Tres de ellos son fruto de relaciones anteriores del actor, quien, antes de encontrar estabilidad, protagonizó romances que fueron titulares en revistas de farándula y conversación de camerinos. La vida amorosa de Gregorio Pernía fue durante mucho tiempo una novela paralela a sus telenovelas.
Todo empezó en los años noventa, cuando grababa Padres e hijos, esa escuela televisiva colombiana por donde pasaron varias generaciones de actores. En esos pasillos conoció a Tania Robledo, actriz colombo-mexicana, con quien compartió algo más que escenas. Fue su primera relación conocida y, aunque duró poco, marcó el inicio de su leyenda de conquistador.
Luego vino Andrea Guzmán, otra colega, otra historia breve pero intensa. Ella ya era una figura reconocida por sus papeles en Pedro el escamoso y Las muñecas de la mafia. A Gregorio lo admiraba desde antes, y la amistad que tenían se transformó en amor. Su relación fue corta, discreta, pero dejó la huella de dos actores que se entendían sin palabras.
Después de esos amores fugaces, llegó una historia diferente, más profunda. En el año 2000, mientras filmaba la película Tres mujeres, dirigida por Carlos Hernández, conoció a Marcela Mar. De ese encuentro nació Emiliano, su primer hijo. Durante seis años vivieron juntos, viajaron por distintos países y construyeron una familia. No todo fue sencillo —ninguna historia larga lo es—, pero incluso cuando la relación terminó en 2006, ambos supieron mantener la calma y el respeto por el bien de su hijo. Emiliano Pernía, que hoy tiene una carrera como actor en España, heredó algo más que el apellido: el amor por el arte y la disciplina que vio en casa.
Después de esa ruptura, Gregorio se detuvo. Durante un tiempo se alejó de la televisión, de los titulares y del papel de galán. Fue una pausa necesaria, casi una terapia. “Tenía que volver a encontrarme”, ha contado. En ese paréntesis conoció a Érika Rodríguez. Coincidieron en un evento social en Bogotá. Él llegaba sin expectativas, ella tampoco buscaba nada. Pero algo se alineó. “Sentí una paz rara, algo que no me pasaba hacía años”, dijo él. Érika, acostumbrada al mundo de las pasarelas, vio en Gregorio Pernía a un hombre diferente al personaje televisivo: más calmado, más sencillo, más real.
El flechazo se volvió historia. Primero vinieron los viajes, las risas, los silencios cómplices; luego, el matrimonio y los hijos. Desde entonces han aprendido a ser equipo. “Nuestra relación funciona porque hablamos de todo, porque creemos en Dios, y porque nos reímos incluso cuando no deberíamos”, contó ella en una entrevista.
No todo ha sido perfecto; ninguna pareja que lleva más de una década lo es. Hubo crisis, distancias y reconciliaciones, pero siempre volvieron. En redes sociales, los seguidores suelen ver solo las postales familiares: las vacaciones, los cumpleaños, los bailes improvisados. Pero detrás de esas imágenes hay una historia de amor real, que ha sobrevivido a lo que más destruye en este oficio: la exposición mediática.
Mientras que Gregorio Pernía y Érika Rodríguez esperan la llegada de su nuevo bebé, viven una etapa tranquila. Él sigue actuando, pero ahora su prioridad es la familia. Ella, lejos de los reflectores, acompaña cada paso de esa cotidianidad que eligieron juntos.
Y así, entre risas y pañales, entre recuerdos de rodajes y tardes en familia, Gregorio Pernía parece haber encontrado su mejor papel: el de un hombre que, después de tanto actuar, aprendió a vivir sin cámaras.
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