En Bogotá, la noche del concierto de Green Day tuvo un detalle que pasó casi inadvertido entre guitarras distorsionadas, saltos y gritos de miles de fanáticos: las graderías. Nuevas, brillantes, levantadas en el escenario del Vive Claro, el espacio de Ocesa que promete convertirse en el epicentro de los grandes espectáculos en Colombia. Aquella estructura metálica fue obra de una empresa con más de ocho décadas de historia: Nussli.
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La compañía suiza, que nació en un pequeño taller de carpintería en 1941, fue la encargada de diseñar y montar las tribunas que inauguraron su presencia en Bogotá con uno de los conciertos más esperados del año. Detrás de esas gradas se esconde una historia de conexiones: entre países, culturas, organizadores y públicos. Una empresa que, como dicen sus directivos, no construye simplemente escenarios o graderías, sino experiencias que terminan marcando recuerdos entre los asistentes.
Tras la primera gran prueba en la capital, no faltaron las críticas a las graderías. Hubo momentos de tensión. Algunos asistentes aseguraron que durante el concierto las graderías se movían demasiado. La sensación generó incertidumbre. Desde Ocesa, los ingenieros explicaron que ese movimiento era parte del diseño mismo de la estructura. Explicaron que las gradas están pensadas para moverse al compás de los saltos y movimientos de los asistentes. Según lo explicado, esto aumenta la seguridad al evitar tensiones en la estructura que podrían comprometer la estabilidad de la misma. Lo que para muchos es un defecto de la estructura, es, según los dueños del lugar, una medida de protección.
¿Quiénes la construyeron?
El recorrido de Nussli comenzó con un hombre: Heini Nüssli, que en plena Europa de posguerra levantó un pequeño negocio de carpintería en Hüttwilen, Suiza. Junto a su esposa, Germaine Sprenger, que aportó capital y apoyo constante, el taller fue mutando hacia un terreno que parecía insospechado: el de los eventos masivos. A finales de los años cincuenta, la empresa dio el salto al mundo de los andamios, los escenarios y las tribunas temporales. Fue entonces cuando empezó a perfilarse lo que décadas después sería una marca global en el diseño de infraestructuras para conciertos, competencias deportivas y ferias internacionales.

La historia de NUSSLI está marcada por hitos que parecen sacados de un álbum de grandes eventos del último siglo. En 1961, por ejemplo, construyó las tribunas de la Fiesta Federal de Lucha Suiza y Juegos Alpinos en Zug. Tres décadas más tarde, se encargó nada menos que del monumental escenario de “The Wall”, de Pink Floyd, en Berlín, en 1990, un concierto histórico celebrado poco después de la caída del muro. Con el tiempo, la empresa suiza entendió que su misión no era solo levantar estructuras, sino ser protagonistas de momentos épicos.
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Hoy, bajo el liderazgo de Andy Böckli, consejero delegado del grupo, Nussli cuenta con un equipo de 400 personas distribuidas en 20 sedes alrededor del mundo. Cada año ejecutan alrededor de 1.500 proyectos que van desde tribunas para Fórmula 1, escenarios olímpicos y pabellones feriales hasta graderías temporales como las que ahora adornan el Vive Claro en Bogotá. El secreto de su éxito parece ser un equilibrio entre la precisión suiza y la capacidad de adaptarse a cada cultura y necesidad local.
El proyecto en Colombia no es un caso aislado. La empresa viene ampliando su presencia en América con una nueva división llamada Nussli Américas, con sedes en Estados Unidos y México, que ya trabaja en infraestructuras para el Gran Premio de Fórmula 1 en Las Vegas y que prepara el camino hacia dos eventos de escala global: el Mundial de Fútbol 2026 y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Para Nussli, América Latina representa un territorio de oportunidades, y Bogotá, con su efervescencia cultural, aparece como un punto estratégico.
No es la primera vez que la empresa construye graderías para espectáculos que se convierten en símbolo. En 2021, cuando la Fórmula 1 regresó a Zandvoort, en Países Bajos, después de 36 años de ausencia, fueron ellos quienes levantaron tres gradas con capacidad para 35.000 personas frente al mar. Lo hicieron en apenas unas semanas, con un despliegue técnico que mezclaba precisión matemática y destreza artesanal. En Barcelona, durante el Gran Premio de España, instalaron más de 12.000 asientos, algunos techados, en un espacio reducido que puso a prueba la logística del montaje. Y en México, la pasión de los fanáticos de la Fórmula 1 se vive en estructuras diseñadas por la misma compañía que hoy pisa Bogotá.

En España, Nussli ha encontrado un segundo hogar. Su sede en Santa Perpètua de Mogoda, en Barcelona, reúne a más de 60 profesionales que no solo ejecutan proyectos nacionales, sino que exportan soluciones modulares a países como Estados Unidos, Arabia Saudita o Finlandia. Para Lluís Herrero, director general de NUSSLI en España, el papel de la empresa trasciende lo técnico: “No solo construimos infraestructuras, creamos experiencias que impulsan el posicionamiento de ciudades y marcas a escala global”, asegura.
La apuesta por América responde justamente a esa filosofía: conectar territorios a través de emociones. Con el concierto de Green Day, Nussli no solo levantó una estructura metálica en Bogotá. Construyó el escenario para que miles de personas corearan canciones y vivieran una noche que seguramente quedará en su memoria. En eso radica la esencia de la empresa: en ser invisible cuando todo empieza, y quedar grabada en la experiencia cuando todo termina.
El camino que llevó a Nussli a Bogotá es también el reflejo de una compañía que ha sabido transformarse. En 2007, por ejemplo, decidió dejar de lado su división de andamios para centrarse en eventos y exposiciones. En 2014 integró a la alemana Ambrosius, especializada en construcción de stands para ferias. Ese mismo año enfrentó la salida de 40 empleados que fundaron su propia empresa, Adunic AG, solo para volver a fusionarse con ellos en 2018, creando una nueva unidad de negocio bajo el paraguas del grupo. Son giros que demuestran que, más allá de levantar gradas, Nussli ha aprendido a adaptarse a los cambios, a reinventarse y a no perder de vista lo esencial: que cada proyecto es una oportunidad para contar una historia.
Con 84 años de experiencia, dos centros de producción propios y una red global, la empresa sigue siendo fiel al espíritu de su fundador, aquel carpintero suizo que entendió que la madera y el acero podían convertirse en emociones colectivas. Las graderías del Vive Claro Music Center son apenas un capítulo más en un libro que se escribe en distintos idiomas y geografías, pero con la misma premisa: unir personas a través de experiencias que hacen historia.
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