Diciembre vuelve cada año con la misma coreografía: luces que se prenden, mesas que se llenan, abrazos que se ensayan antes de tiempo. Es el mes en el que el país brinda más y se pregunta menos. Y es también, sin que la mayoría lo note, el mes en el que el licor adulterado y el contrabando encuentran su temporada alta.
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No es una coincidencia ni una sospecha. Es un patrón que las autoridades conocen bien y que se repite con disciplina criminal. Cuando se acerca el fin de año, los talleres clandestinos trabajan más horas, los cargamentos ilegales se mueven con mayor velocidad y las redes de distribución afinan sus rutas. La fiesta es el contexto perfecto para el engaño.
Los licores más adulterados no son un misterio. Aguardientes de alta rotación, rones tradicionales y whiskies reconocidos encabezan la lista porque son los más consumidos y los más fáciles de camuflar. El aguardiente Néctar aparece una y otra vez en los operativos, lo mismo que el Ron Medellín. A ellos se suman whiskies de alta gama como Buchanan’s, Old Parr, Chivas Regal y Jack Daniel’s, marcas que, por su prestigio, permiten precios altos incluso cuando son falsificadas con líquidos de origen incierto.
Y hay un nombre que genera un escalofrío particular entre las autoridades: Rey de Reyes. Un licor que no es de gran marca ni de larga tradición, pero que se convirtió en símbolo de la tragedia. A finales de 2022 y comienzos de 2023, su adulteración masiva dejó 86 personas muertas. No fue una cifra abstracta: fueron cuerpos reales, familias reales, celebraciones interrumpidas de forma brutal. Desde entonces, su sola reaparición activa todas las alarmas.

Ese fantasma volvió a aparecer recientemente en el centro de Bogotá. En el barrio Voto Nacional, en la localidad de Los Mártires, operaba una red de distribución de licor adulterado que parecía una cosa y era otra. Uno de los locales intervenidos funcionaba bajo la fachada de un spa de uñas, cejas y maquillaje. Mientras afuera se ofrecían servicios de belleza, adentro se armaban botellas falsas listas para circular por bares, tiendas y estancos.
El operativo que permitió desmantelar esa red fue interinstitucional y meticuloso. Participaron la Policía Metropolitana, la Fiscalía General de la Nación, la Sijín, peritos de marcas privadas como Diageo, Sulicor y Repcoy, y el Grupo GEPCI de la Secretaría de Hacienda de Cundinamarca. No fue un golpe aislado ni improvisado, sino parte de una estrategia sostenida contra un negocio que mata sin disparar.
El balance habla solo. Fueron incautadas 1.752 unidades de licor adulterado, 8.000 estampillas falsas de Cundinamarca y más de 18.000 elementos secos como etiquetas, tapas y cajas, todo listo para convertir alcohol ilegal en un producto con apariencia de legalidad. De esas botellas, 647 correspondían a aguardiente Néctar, confirmando que sigue siendo uno de los blancos preferidos de los falsificadores.

No hubo capturas ese día, pero el impacto fue contundente. Ocho mil estampillas falsas equivalen a ocho mil botellas que iban a terminar en mesas decembrinas, en brindis familiares, en celebraciones empresariales. Ocho mil oportunidades de daño.
Las autoridades departamentales llevan años librando esta pelea, con el respaldo de la Federación Nacional de Departamentos, que ha entendido que el problema no es solo fiscal sino profundamente humano. Cada botella adulterada que se incauta no es solo una renta que se protege, es una vida que potencialmente se salva.
Desde 2024, la estrategia se ha enfocado en toda la cadena de producción. No solo en el punto de venta, sino en los lugares donde se rellenan botellas, se imprimen etiquetas y se falsifican estampillas. En lo corrido de 2025 ya se han incautado más de 10.000 botellas adulteradas, y hay más de 56.000 almacenadas en bodegas oficiales, a la espera de ser destruidas una vez terminen los procesos judiciales. Es una montaña de vidrio que no se rompió a tiempo en años anteriores.

El cuidado debe empezar en lo básico. Cada botella debe mirarse con cuidado. Sus etiquetas deben estar bien pegadas y los sellos no pueden estar rotos o manipulados. A contraluz el líquido debe observase también con detenimiento y precisión, debe estar limpio, transparente, sin una sola partícula extraña. La información de la etiqueta debe confirmar el registro sanitario y el origen. Y el código QR debe escanearse cuando exista. Uno de los pasos más importantes es comprar cualquier licor solo en sitios de confianza y desconfiar de rebajas que parecen salidas de la realidad.
Una vez abierta la botella, el cuerpo también da señales. El licor adulterado suele oler más fuerte de lo normal y tener un sabor quemante o amargo, muy distinto al original. No es cuestión de tolerancia ni de valentía. Si algo no cuadra, no se toma.
El contrabando de cigarrillos sigue una ruta distinta pero igual de peligrosa. Cajas que salen desde Uruguay, que atraviesan fronteras y puertos, que llegan a Colombia sin controles sanitarios y se venden como una opción barata. En diciembre, cuando el consumo aumenta y el control se relaja, su circulación se dispara.
Las fiestas de fin de año son un ritual colectivo. Nadie quiere asociarlas con hospitales ni con morgues. Pero la realidad insiste. Cada diciembre, los delincuentes trabajan más porque saben que el descuido también aumenta. Frente a eso, la única defensa real sigue siendo la atención.
Brindar es un gesto simple. Cuidarse, también. En estas fiestas, elegir bien qué se sirve en la copa no es exageración ni paranoia: es una forma silenciosa y eficaz de seguir celebrando la vida.
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