Opinión

La memoria en México y la desmemoria en Colombia

Imposible no asociar lo que nos revelaba aquel museo de la memoria, con lo sucedido en Colombia durante los últimos ochenta años

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octubre 08, 2025
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En mi reciente viaje a México asistí a la primera presentación, privada, de Pase de Lista, pieza escénica que, tal y como la promocionan, entrelaza música y memoria para rendir homenaje a quienes siguen presentes en la historia. El 2 de Octubre tendría lugar su primera presentación abierta al público, con ocasión de la conmemoración del 57 aniversario de la que se conoce como la masacre de la plaza de Tlatelolco o de las Tres culturas.

Mis anfitriones me explicaron que Pase de Lista es equivalente a lo que nosotros conocemos como llamado a lista, y hace relación al numeroso grupo de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, que fue reprimido brutalmente, baleado, detenido, torturado y hasta desaparecido por la fuerza pública de su país, bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, apenas faltando unos días para la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968.

El grupo de protagonistas, todos jóvenes, muchachos y muchachas, recrean distintos momentos de aquel 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, dejando en cada diálogo y canto, en cada grito, lágrima o risa un testimonio conmovedor de la experiencia trágica. Cómo un Estado poseído por la enfermiza mentalidad de seguridad nacional, de formas democráticas aparentes, es capaz de desatar un infierno tal sobre su propio pueblo al que convierte en enemigo a muerte.

Lo planea todo previamente, cuidadosamente, sin dejar cabos sueltos. Infiltrando un batallón especial de agentes encubiertos dentro de los grupos estudiantiles inconformes, con el propósito específico de obtener información completa sobre ellos, sus líderes, sus reclamos, para saltarles finalmente encima de manera infame. Todo para que las marchas y protestas estudiantiles en alza no fueran a echar a perder la fiesta que significaba inaugurar las olimpíadas.

La representación del salvajismo de un Estado y un gobierno que se ufanaban de democráticos alcanza una auténtica excelencia. Imposible no llegar a identificarse con la actuación de los actores, con sus cantos y voces adoloridas reviviendo el horror. A todo lo cual se suma la posibilidad de recorrer luego el Memorial 68, impresionante museo de la memoria ubicado allí mismo, en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, un verdadero monumento a la verdad.

En ese lugar, años después, México descubre ante el mundo sus heridas, la vileza de quienes concibieron y ejecutaron semejante barbarie, la impunidad con que sus responsables se cobijaron hasta su muerte, el heroísmo de los jóvenes estudiantes de ambos sexos aplastados por las botas y el fuego militares. Aún hoy se desconoce el número exacto de las víctimas, pero es claro que puede hablarse de miles. El Memorial nos cuenta paso a paso cómo ocurrió todo.

Testimonios, fotografías, conmovedoras obras de arte, documentales y testimonios fílmicos, archivos oficiales, la prensa de la época, todo contribuye a dejar al descubierto la nefasta ideología que dominaba al poder en México por entonces, producto de la cual no sólo es posible la ejecución de un crimen de semejantes dimensiones, sino la conjura gubernamental, empresarial, mediática y política del conjunto del establecimiento para ocultar y desvirtuar lo ocurrido.

Lo mejor de este museo de memoria es que no se limita a recordar y graficar ejemplarmente la horrible represión y la masacre, sino que busca y halla sus raíces en el pasado del país. Lo de aquel octubre en Tlatelolco no fue el resultado de la decisión arbitraria de un gobierno reaccionario y violento, sino la copa que rebosó el vaso del régimen político descaradamente autoritario, que ya venía desde décadas atrás imponiendo su voluntad mediante la fuerza bruta.

Régimen político que, sin embargo, revestía formas democráticas. Multipartidismo, elecciones, diversidad de poderes públicos, aparente libertad de prensa. Resultó imposible no asociar lo que nos revelaba aquel museo de la memoria, con lo sucedido en Colombia durante los últimos ochenta años. La que se precia ser la más antigua democracia de América Latina cobija en su interior los más horrendos crímenes bajo el amparo del poder económico y político.

Nos hace falta un Museo Nacional de la Memoria que contenga y exponga descarnadamente la verdad histórica sobre la violencia que ha soportado Colombia

Crímenes que los detentadores del poder se niegan ensoberbecidos a reconocer. Nos hace falta también un Museo Nacional de la Memoria que, sin ninguna clase de evasiones, contenga y exponga descarnadamente la verdad histórica sobre la violencia que ha soportado Colombia. En nuestro país se ha recurrido, sobre todo tras el Acuerdo de Paz de La Habana, a señalar con el dedo acusador a los jefes guerrilleros y paramilitares, ocultando a los verdaderos responsables.

Gobernantes, empresarios de la ciudad y el campo, jefaturas políticas tradicionales a escala nacional y regional, las cúpulas militares y policiales, los grandes medios de comunicación, los que aborrecen la JEP por temor a comparecer, los que lograron burlar la Comisión de la Verdad, los que aplauden emocionados las condenas contra las antiguas FARC. Todos ellos se creen ya a salvo, pero se equivocan. Sus nombres y hechos serán finalmente del dominio público.

Del mismo autor: Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud

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