Opinión

El tiempo de las encuestas

Tiempo en que es clave mirar con calma la política, y recuperar criterio propio y responsabilidad colectiva frente a un escenario electoral emocional y manipulable.

Por:
noviembre 21, 2025
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Estamos entrando nuevamente en ese ciclo preelectoral en el que las encuestas, los rumores y las negociaciones internas empiezan a mover las aguas de la política colombiana. Es la época en la que los partidos se apresuran a definir candidaturas al Congreso y a perfilar, con prudencia calculada o con estridencia mediática, los nombres que podrían competir por la Presidencia. Este debería ser un momento para escuchar ideas, contrastar proyectos de país y cultivar confianza democrática; sin embargo, lo que suele hacerse evidente es la profunda fragilidad de los partidos y, con ella, la fragilidad misma de nuestra democracia.

Aunque los partidos fueron concebidos para representar intereses sociales y recoger las demandas de la ciudadanía, con demasiada frecuencia parecieran dedicarse más a la disputa por el poder que a la representación de la gente. Esa inversión de prioridades es una constante de nuestra vida política: se renuevan los nombres, cambian los colores, pero persiste la lógica de fondo. Y esa lógica deja ver fenómenos que se repiten con desalentadora regularidad: el manejo poco democrático de encuestas y listas, la influencia dominante de poderes económicos y castas políticas, los personalismos que transforman la competencia electoral en un asunto de apellidos o clanes, las fracturas internas que desgarran a las organizaciones políticas, los escándalos éticos que brotan como advertencia y el uso instrumental de funcionarios y liderazgos para construir tendencias artificiales. A ello se suma un ambiente de amenazas y persecuciones simbólicas que a veces se queda en la retórica, pero que puede escalar peligrosamente hacia otros planos.

El país necesita que sus ciudadanos respiren hondo, piensen con serenidad y observen el panorama sin apresuramientos

En el centro de este panorama se sitúa el mecanismo de las encuestas. Más que una herramienta técnica para tomar decisiones, se han convertido en un dispositivo de conducción emocional: moldean percepciones, ordenan la conversación pública, legitiman o deslegitiman candidaturas, producen estados de ánimo y, en muchos casos, reemplazan la deliberación por la lógica del consumo político. Lo programático queda relegado a un segundo plano y lo ético se guarda en carpetas que solo se abren si conviene. La política se reduce a un juego de imágenes, favorabilidades y tendencias que se mueven como productos en un mercado saturado.

Frente a este escenario queda la pregunta por las alternativas ciudadanas. ¿Qué hacer en medio de tantas turbulencias? Tal vez la clave esté en no dejarse arrastrar por el vértigo emocional que se intenta producir desde distintos frentes. El país necesita que sus ciudadanos respiren hondo, piensen con serenidad y observen el panorama sin apresuramientos. Más allá del brillo momentáneo de las encuestas o de las campañas que prometen renovación, conviene revisar las historias, los comportamientos y las huellas políticas de quienes aspiran a gobernar. Las hojas de vida, los programas, las alianzas, las trayectorias de los partidos y las coaliciones son insumos irremplazables para decidir con responsabilidad. La ciudadanía también necesita darse el tiempo: dejar que los debates del próximo año aporten más elementos, escuchar con atención, comparar con calma y no ceder ante ninguna forma de intimidación, compra o presión sobre el voto.

Lo que toca ahora es no dejarse atrapar por los sofismas que circulan con la velocidad de lo urgente. Es necesario mirar con sentido solidario, con respeto democrático y con un compromiso genuino con el país. En medio de tantas estrategias emocionales, pensar por cuenta propia se convierte en un acto ético y, quizá, en una de las pocas formas de fortalecer la democracia desde abajo. En este tiempo de encuestas, vale recordar que la política no debería ser un espectáculo de cifras, sino un ejercicio de responsabilidad colectiva y esa tarea empieza, siempre, por ciudadanías con sentido social que no renuncian a sus criterios de comunalidad.

 

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