El martes 2 de diciembre el municipio Suárez, Tolima, cumplió 36 años. Este año no hubo alborada, ni conciertos, ni orquesta. Hubo un montón de gente pidiendo paz, en silencio, en recogimiento, con banderas blancas y voces entrecortadas.
En el 2025, Suárez ha soportado 82 hechos violentos; el más reciente ocurrió en la mañana de este martes, mientras se escribía esta columna. Aquí, debajo del escritorio, en el suelo, escribo con la tristeza y la indignación de un joven que se siente impotente al ver cómo se desangra su pueblo.
Tres víctimas fatales nos deja el conflicto este año; seis niños quedan huérfanos. Y es que así también nos sentimos. A pesar de que la Defensoría del Pueblo emitió la alerta temprana número 018 de 2025 para las zonas urbana y rural del municipio, ubicado en el norte del departamento, en Suárez no ha habido una atención integral para sus comunidades.
Estamos ante el silencio del Gobierno: ni un escueto comunicado, ni un pronunciamiento, ni un mensaje de solidaridad. ¿Dónde está el comisionado? ¿Dónde está Petro? ¿Dónde está Francia? ¿Dónde están todos?
Aquí no necesitamos militarización. No necesitamos que llueva plomo sobre nuestras veredas. Necesitamos que se despojen de sus egos, de su egoísmo. Necesitamos que los grupos armados nos dejen vivir tranquilos. Somos la población civil la que está sufriendo y pagando las consecuencias.
El comisionado de Paz es una figura cuya presencia aquí no se conoce, no se distingue, así como ya no distinguimos el sonido de la pólvora del de las balas. Nuestros niños no quieren ir a la escuela. Sienten miedo y solo piden irse de Suárez. Están expuestos a vivir una infancia marcada por el temor, para después ser víctimas de reclutamiento, y que tiempo después el Estado, que debió protegerlos, los bombardee.
Ese silencio nos duele. Nuestras banderas blancas ya están cansadas de pedir paz. Acá estamos solos, sosteniéndonos unos a otros, refugiándonos de las balas, las bombas y los drones. Nuestra única defensa son nuestras voces, nuestras palabras, que hoy escribimos debajo de un escritorio, pero que seguramente no serán leídas. No serán escuchadas. Enmudecidas, siendo parte de este silencio que nos tiene huérfanos.
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