El Comité Nobel de Oslo ha decidido distinguir a María Corina Machado. Sí, a la misma mujer que durante años ha pedido a potencias extranjeras endurecer el cerco económico contra su propio país.
La que ha celebrado sanciones, bloqueos y restricciones como si cada medida que asfixia al pueblo venezolano fuera un paso hacia la “libertad”.
El discurso suena heroico desde Europa, pero su eco en América Latina tiene otro timbre: hambre, hospitales vacíos, niños sin medicinas, familias separadas por la necesidad. Las sanciones que Machado impulsó no cayeron sobre los palacios del poder —ellos siguen con sus privilegios y lujos, ellos no tienen necesidades—, sino sobre las ollas vacías de los humildes. No debilitaron a los corruptos, sino a los enfermos, a los ancianos, a los que esperan horas por un litro de gasolina o una bolsa de harina.
Oslo premió la resistencia, dicen. Pero ¿resistencia de quién? ¿De la élite que nunca ha hecho fila para un pan? ¿O del pueblo que sobrevive entre apagones y escasez? El Nobel, alguna vez símbolo de humanidad, parece haberse extraviado en los pasillos de la geopolítica. Premió a quién pidió bloqueos, no a quién tendió puentes. Premió el cálculo, no la compasión.
La historia dirá que un día se confundió la justicia con la venganza, y la paz con la punición.
Y mientras en Oslo se levantan copas por la “lucha democrática”, en Venezuela una madre sigue buscando leche, un niño espera un antibiótico y un pueblo resiste no al gobierno, sino al castigo del mundo.
El verdadero Nobel —si aún existe— lo merecen ellos: los que sobreviven sin odio, los que no piden sanciones sino dignidad. Pero Oslo decidió que quien ha hecho efectivas sanciones, bloqueos e intervenciones extranjeras para su pueblo es una “mensajera de paz”. La extrema derecha está de fiesta. El Comité Nobel de Oslo ha decidido distinguir a María Corina Machado.
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