El fascismo no ha muerto, se encuentra normalizado en nuestro diario vivir

El fascismo del siglo XXI en Colombia no marcha con uniformes, sino con micrófonos, leyes y titulares. Criminaliza la protesta y normaliza la injusticia

Por: Stella Ramirez G
octubre 09, 2025
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El fascismo no ha muerto, se encuentra normalizado en nuestro diario vivir

El fascismo nació con Mussolini en el siglo XX, pero no murió con él. Cambió de rostro, se adaptó a las nuevas formas de comunicación y encontró refugio en democracias debilitadas. En Colombia, sus expresiones no llegan con marchas militares ni símbolos totalitarios, sino con discursos de odio disfrazados de moral, justicia y patria.

El fascismo criollo del siglo XXI se alimenta de la estigmatización. Al campesino que exige tierras se le llama invasor; al joven que protesta, vándalo; al sindicalista, terrorista. Se construye un enemigo interno permanente para justificar la represión y el recorte de derechos.

Los medios hegemónicos cumplen un papel central en esta maquinaria: perfilan, difaman y fabrican culpables antes de que hable un juez. Los micrófonos se convierten en armas y los titulares en sentencias. Mientras tanto, las cortes y el Congreso, parapetados en un supuesto “equilibrio de poderes”, usan la ley como garrote contra un gobierno elegido legítimamente por el pueblo.

Al gobierno que, en ejercicio de su legitimidad democrática, intenta devolverle al Estado lo que le pertenece y que por años estuvo en manos de quienes no eran dueños, le llaman dictador. Esa es otra faceta del fascismo del siglo XXI: manipular el lenguaje para que la justicia parezca abuso, y el abuso parezca normalidad. Se castiga a quien busca reparar, y se protege a quien se enriqueció a costa del pueblo.

Lo más preocupante es que el fascismo está mucho más presente en nuestra sociedad de lo que imaginamos. Está en la indiferencia frente a la pobreza, en el odio que se normaliza en redes sociales, en el clasismo cotidiano que convierte al otro en sospechoso por su acento, su ropa o su color de piel. Está en la forma en que aprendimos a desconfiar del vecino antes que a solidarizarnos con él.

Ese es el fascismo del siglo XXI en Colombia: el que criminaliza la protesta social, blinda a las élites de toda investigación y legitima la desigualdad como si fuera orden natural. No necesita tanques en la calle para imponer miedo; le basta un juez parcializado, una cámara de televisión y un ejército de opinadores serviles.

El mayor peligro no es que este fascismo exista, sino que se normalice. Porque cuando la injusticia se vuelve costumbre, la democracia se convierte en una palabra hueca.

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