Ana Rosa – la película
Opinión

Ana Rosa – la película

Una película que pone a la vista esa relación estrecha entre psiquiatría y ciencia, psiquiatría y poder y psiquiatría y norma

Por:
febrero 20, 2024
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SINOPSIS

Al desocupar la casa de sus padres, Catalina Villar encuentra en el fondo de un cajón una antigua tarjeta de identidad con la foto de Ana Rosa, la abuela paterna de quien lo único que sabe es que fue sometida a una lobotomía a finales de los años 50. La pregunta por el porqué de tal intervención recorre esta película y conduce a descomponer un relato familiar marcado por el silencio. Entrevistas a prestigiosos psiquiatras, visitas familiares y archivos de diversos orígenes ponen en evidencia un memorial de coincidencias y siniestros que trascienden la tragedia privada y revelan una historia colectiva, una historia de control sobre los cuerpos de las mujeres. En una búsqueda personal, la documentalista colombiana radicada en París repara en la estrecha relación entre psiquiatría y sociedad, provocando la revisión de una época en Colombia y, en ella, de las narrativas sobre las que se ha sostenido el gran relato de la buena familia. Esta película hizo parte de la Competencia Internacional en Cinéma du Réel, 2023. Por: Juliana Arana

Hoy me quiero referir a los temas que plantea una película bellísima actualmente en cines: Ana Rosa. De una manera intima la directora – además parienta cercana de psiquiatras de prestigio, estudiosos y pioneros- descubre un secreto familiar que pone a la vista esa relación estrecha entre psiquiatría y ciencia, psiquiatría y poder y psiquiatría y norma. Ana Rosa es muchas Ana Rosas; en este relato se mezclan varias dimensiones y como un abanico, se llena de preguntas al público, seguramente también se refuerzan miedos y prejuicios, y como no cierra, afortunadamente esa no es propiamente la función del arte, deja perturbado el espíritu. A mí especialmente como mujer, psiquiatra y feminista, paciente también cuando he estado rota; dedicada toda la vida al cuidado y bienestar de las mujeres, con mayor razón.

Lo primero que le llama la atención es el silencio que rodea el caso de esta abuela. No se comenta que estuvo hospitalizada en una clínica privada, tampoco que se le practicó una lobotomía y mucho menos de qué gravedad era su trastorno de la conducta. No es raro. En clínica durante la primera fase de la conversación con un paciente es de rigor preguntar por antecedentes familiares de enfermedad mental. Con frecuencia no se conocen los antecedentes y si se tiene referencia, se tergiversan para trivializarlos e incluso se esconden activamente. Es un tabú en nuestra sociedad tener una enfermedad mental y peor aún si dicha enfermedad corre en la familia evidenciando un factor genético determinante y ha causado estragos. Primer dato: Silencio y tabú. Estigma.

Catalina empieza a indagar qué era lo que pasaba con ella. Le cuentan que era una mujer bella, de un pueblo, dónde la conoció su marido médico y se flechó inmediatamente. Tuvo hijos y tocaba el piano. Son datos que dan indicios, según estándares culturales de la época, de un ajuste psicológico y social bueno. Se casó, tuvo hijos y tocó piano. Segundo dato: una mujer virtuosa.

Pero al parecer sus “buenos servicios” se truncaron, probablemente por la enfermedad mental. Es común hablar de ruptura biográfica en salud mental. Un antes y un después. Y entonces aparece otro dato no menor que empieza a explicar, y de paso a justificar su desquiciamiento y luego, en esa época, su necesario borramiento. “Era una mujer alegre - muchos novios - no respetaba las reglas del matrimonio - rebelde”. Resistente a la norma. Era poco funcional a la causa mariana: transgresora, infiel. Tercer dato: ya no tan buena, incomodaba.

Nunca se encuentra su historia clínica en los archivos de la clínica donde estuvo hospitalizada. Refiere un familiar cercano que después de la lobotomía no volvió a tocar piano, se engordó, quedó como boba, ya no sostenía una conversación. Se deshumanizó. Aquí la palabra clave es detención. Retención, tranquilización, contención. Los medicamentos antipsicóticos eran unos cuantos y frente a la grave, continua e incontrolable perturbación de la conducta, en ese entonces, la lobotomía apareció como un salvavidas, entre otros tratamientos considerados extremos como la inducción de abscesos, el choque insulínico y los electroshocks. No había más opciones y se vislumbraba entonces la lobotomía como el tratamiento esperanzador. Cuarto dato: le hicieron un lobotomía.

Tan importante fue para el sistema de salud mental en el mundo que al inventor le dieron el Premio Nobel de Medicina. Era ciencia también en aquel entonces, fallida en este caso específico de la lobotomía, falsable como toda ciencia, pero no por eso mal intencionada. Después, cuando se consolida la evidencia aparece el desastre: no era tal panacea y no se supera el costo al beneficio. Hace daño y no se obtiene lo más preciado en medicina y en psiquiatría: conservar una vida plena, en la cual la enfermedad no arrase con sus capacidades y el tratamiento no arrase con su alegría de vivir; para contribuir a mantener esa asociación inextricable entre las dos, que a mi manera de ver hace vivible la vida.

La lobotomía fue un tratamiento muy cuestionado a posteriori porque arrebataba al ser humano su voluntad, lo más preciado: el libre albedrío. Contención y equilibrio a cambio de tranquilidad. Para el enfermo, en este caso la enferma, y para su entorno. El viejo dilema social, en este caso planteado en el nivel individual: libertad vs seguridad. Desde la década de los setenta ya no se practica más.

Se fueron desarrollando otros tratamientos, no invasivos.  La psicofarmacología permitió que afortunadamente cambiara para siempre lo que en su momento fue necesario: el internamiento a largo plazo como estrategia fundamental de contención – el asilo, el manicomio; la economía de fichas, que reforzaba positivamente las conductas del enfermo que le permitían compartir el espacio con otras personas y todos los otros tratamientos deshumanizantes de entonces.

Como dato al margen- y feliz, a propósito de psiquiatría y ciencia-, les cuento que el electroshock, con el advenimiento de técnicas anestésicas modernas y equipos más sofisticados, se ha reivindicado y con mínimos efectos secundarios pasó a ser el tratamiento más eficaz para la depresión refractaria, aquella que no responde a nada y que condena al/la paciente a una vida en muerte.


Hablemos de las mujeres que no se acomodan: este para mí es el punto nodal de esta película y la gran pregunta de la directora: ¿Todo lo que pasó, pasó porque Ana Rosa era una mujer?


Y entonces hablemos de las mujeres que no se acomodan: este para mí es el punto nodal de esta película y la gran pregunta de la directora: ¿Todo lo que pasó, pasó porque Ana Rosa era una mujer? La evidencia arroja datos interesantes: las mujeres consultamos más, tenemos más posibilidades de ser diagnosticadas como afectadas por una enfermedad mental, se nos prescriben más psicofármacos y entre ellos, más tranquilizantes. ¿Son estos datos una casualidad? No. No lo son. La psiquiatría, la medicina, ha sido otra de las varias instituciones sociales (la escuela, la justicia, la iglesia, la familia) disciplinadoras de mujeres. A pesar de los avances obtenidos, que me reconfortan y ayudan a millones de personas, hay sesgos, y a pesar de los hallazgos y beneficios es indudable que la comprensión y abordaje de la enfermedad mental hunde sus raíces en la cultura. Se le teme y odia, se le oculta. A la psiquiatría se le excluye o se le critica (hasta cuando se les enferma un pariente y tienen, a su pesar, que acudir a sus servicios). En ese momento se acaban los prejuicios. Pura necesidad. La fragilidad que compartimos y la interdependencia que nos es obligada.

Especulemos sobre Ana Rosa: ¿Si hubiera sido un hombre hubiera cambiado algo en su historia psiquiátrica, en la interpretación clínica, en el tiempo de hospitalización o los tratamientos instaurados? ¿Los cambios de conducta presentados, graves al parecer, debidos seguramente a una enfermedad mental, hubieran podido tener un registro clínico distinto? Es indudable. Empecemos por asegurar que el juicio moral jamás se hubiera hecho. Cuando un hombre pierde el juicio y uno de sus síntomas es la promiscuidad, nadie vuelve eso causa y consecuencia. Pues cuando se trata de una mujer sí. Así se juzgaba, y aún en muchos casos todavía se hace.

El sesgo que produce la sanción social hace más proclive a la psiquiatría a imponer su férula. Dice en la película un entrevistado que las mujeres “locas” son más perturbadoras, más temidas, más impresionantes y dejan más familias desamparadas. Puro sesgo patriarcal. Se ven así porque esa mirada YA tiene un sesgo. Miren esta perla: en las historias de las enfermas asiladas que tan amorosa y juiciosamente investigó una colega y contaba a la directora en la película, además de los diagnósticos clínicos de la época, se agregaba con frecuencia: “notable daño del buen servicio”. Sin palabras.  Hay que verla. Por favor, no se la pierdan.

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