El problema no es que el comunismo petrista haya llegado al poder. El verdadero desastre es que llegó sabiendo exactamente qué hacer y lo hizo sin pudor. Gustavo Petro engañó a millones de colombianos, pero no se engañó a sí mismo. Su proyecto no es un accidente ni una suma de errores: es un plan frío, sostenido en falsedades, mentiras útiles y destrucción institucional, con un objetivo central: permanecer.
El engaño como método
“No gobernaré con mentiras”, dijo. Y convirtió la mentira en política de Estado. No la mentira torpe que se desmorona sola, sino la mentira disciplinada: repetida, emocional, diseñada para dividir y desgastar. Petro entendió antes que muchos que, en un país cansado y herido, el relato pesa más que la verdad. Por eso gobierna con consignas, no con resultados; con enemigos, no con soluciones.
Cuando la realidad lo contradice, no corrige: estigmatiza. La prensa es “enemiga”. La justicia, “enemiga”. El empresariado, “enemigo”. El Congreso, “enemigo”. Siempre hay un enemigo porque, sin enemigo, el relato falaz se cae.
La pobreza como instrumento
“El cambio es con los pobres primero”, proclamó. Pero la pobreza no es aquí un efecto colateral: es una herramienta. Un país empobrecido depende más del Estado; un ciudadano asfixiado reclama menos y acepta más. Cada inversión que se va, cada empresa que se frena, cada empleo que se pierde reduce autonomía social y amplía control político. La destrucción económica no es torpeza: es cálculo.
Estigmatizar hasta provocar violencia mortal
En el caso de Miguel Uribe Turbay, la estigmatización y el perfilamiento ideológico crearon un clima donde el opositor dejó de ser adversario y pasó a ser “enemigo”. No se debatieron ideas: se activó la persecución. Ese ambiente de hostilidad terminóderivando en violencia, con consecuencias irreparables que le costaron la vida. No fue debate democrático: fue estigmatización que desata riesgos reales.
El pueblo como escudo
“El pueblo manda”, repite. En la práctica, el pueblo protege. Sirve de escudo retórico para justificar improvisación, errores y fracasos. Se invoca al pueblo, pero no se le rinde cuentas. Se gobierna en nombre del pueblo, no para el pueblo. Cuando algo falla, no hay responsables: hay traidores.
El comunismo Petrista que prometió participación terminó administrando resentimientos. El ciudadano no es sujeto; es coartada.
La moral selectiva
“No más corrupción”, sentenció. Y la corrupción no desapareció: se volvió selectiva. Indigna cuando es del otro; se relativiza cuando roza a los propios. La ética dejó de ser principio y pasó a ser arma. Importa menos el hecho que el apellido político del implicado.
Así, la izquierda que gritó “que caiga quien tenga que caer” titubea cuando el escándalo se acerca a casa. La moral se usa para castigar adversarios y proteger aliados.
La burocracia del ‘cambio’
“Vamos a desmontar las prácticas de siempre”. El Estado hoy está más inflado y colonizado por lealtades ideológicas que por mérito. La burocracia denunciada como botín se convirtió en refugio de activistas reciclados en funcionarios. El cambio no adelgazó el Estado: lo agrandó y lo repartió para crear empleo militante.
Gobernar a punta de frases
“Somos potencia mundial de la vida”. Poético. Vacío. El país no se administra con metáforas ni se arregla con trinos. Pero este gobierno confunde narrativa con acción y cree que nombrar un sueño equivale a cumplirlo. Mucho discurso, poca ejecución.
La soberbia moral y el exceso de arrogancia mesiánica
Aquí está el núcleo. Este proyecto no se siente obligado a rendir cuentas porque se cree moralmente superior. Y quien se cree dueño de la virtud deja de escuchar, de corregir y de aprender. ¿Ni que hablar de los escándalos éticos, morales y familiares?
El oro del poder
Mientras los colombianos nos apretamos, el círculo del poder se blinda. Corrupción, contratación desbocada, desconocimiento de las leyes. viajes, cargos, privilegios. El discurso predica austeridad; el comportamiento revela otra cosa: el poder también es negocio. Oro político, oro simbólico, oro material. El oro del control.
Empobrecer al país y llenarse de oro no es contradicción cuando el objetivo es permanecer.
Permanecer cual Zeus en el Olimpo
Petro no gobierna para gobernar bien; gobierna para quedarse, él o su proyecto, da igual. Para eso necesita instituciones debilitadas, una ciudadanía agotada y una verdad fragmentada. La democracia no se rompe de un día para otro: se erosiona a punta de mentiras útiles y verdades silenciadas.
Petro no se engañó. Sabía exactamente lo que hacía. Los engañados fueron los que votaron por él
Burocracia sin resultados. Moral selectiva. Relato para tapar errores. Poder concentrado en la narrativa. Hoy, el petrismo se parece demasiado a aquello que prometió desmontar. No es traición ideológica decirlo; es honestidad política.
Petro encontró lo que quería: narcotizarse y volverse más adicto al poder.
La ruta constructiva de Don Hernán Echavarría Olózaga: el legado que inspira al Instituto de Ciencia Política (ICP)
La ruta “LP3” desarrollada por el Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga y dirigido por Carlos Augusto Chacón, no es un eslogan ni una fórmula académica: es sentido común republicano. Libertad política para poner límites al poder y evitar caudillos; propiedad privada para que el esfuerzo valga la pena y la inversión no huya; prosperidad como resultado, no como promesa. Esa fue la enseñanza de Don Hernán Echavarría: los países se enderezan con reglas claras, instituciones fuertes y ciudadanos que no delegan su libertad. Menos relato, más ley. Menos fe en líderes, más confianza en las instituciones. Esa es la ruta.
Para el 2026, a votar por un candidato presidencial que sea acompañado por congresistas, ciudadanos y ciudadanas para que entre todos reconstruyamos a Colombia,
Feliz año a los demócratas que vamos a levantar a Colombia, y a los comunistas petristas que respeten el proceso electoral y no se roben las elecciones como en el 2022, hecho totalmente demostrado.
Del mismo autor: De la mala administración y el bandidaje de este gobierno al atraco legal
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