El conductor del camión de basura que montó en el sur de Bogotá una biblioteca donde nadie tiene que devolver los libros

Entre la pobreza, los sueños y los libros hallados en la basura, José Alberto halló un refugio y un motivo para transformar su barrio a punta de lectura

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octubre 05, 2025
El conductor del camión de basura que montó en el sur de Bogotá una biblioteca donde nadie tiene que devolver los libros
Fotos: Julián Narváez/Las2orillas

José Alberto Gutiérrez se ha dedicado a soñar con las vidas amplias que nunca conoció. Desde llegar con una tractomula a las empinadas y estrechas calles de su barrio hasta montar un museo con los libros antiguos que se encontraba en la basura. A la gente pobre se nos va la vida soñando, persiguiendo planes que no se concretan nunca, pero esa ilimitada capacidad de soñar que ha tenido José Alberto, seguro sea producto de las largas horas que su madre duró leyéndole cuentos a él y a sus cuatro hermanos cuando eran niños.

Aunque vivían en un humilde rancho de madera en el que lo único que abundaba era el hambre, aprendieron a vivir dándole cara a los problemas, haciendo lo que tuvieran que hacer para salir adelante a Albertín, como le dicen sus amigos, apenas siendo un niño con segundo de primaria, le tocó ponerse a trabajar para ayudar con el sustento de la familia. Pero cada fin de semana, sin falta, salía con sus amigos a recoger chatarra que vendían para poder comprar historietas que le servían de bálsamo para esquivar un poco su cruda realidad.

Cuando cumplió los 12 años, su padre, Julio Alberto Gutiérrez, le consiguió trabajo cuidando una casa en el barrio Nicolás de Federmán. Don José Alberto todavía recuerda el impacto que le generó aquella casa por sus innumerables cuartos y, sobre todo, por uno que estaba repleto de libros infantiles, los cuales se leyó en un tiempo récord de dos meses, queriendo desentrañar los secretos que se escondían en los libros por gusto y no por obligación, un impulso heroico en una sociedad como la nuestra, en la que cualquier iniciativa de estudio tiene como objetivo conseguir dinero y no el simple y encantador deleite del conocimiento por sí mismo.

Don José Alberto se le ha medido a lo que le toque sin ponerle peros, teniendo claro que lo importante es saber por qué se vive, que el cómo viene con los vaivenes del tiempo. Así que, unos años después, siendo un niño aún, se puso a lavar carros en la Calle 127, donde le empezó a generar curiosidad que todo el mundo utilizaba la palabra odisea, algo nuevo para sus oídos que no habían escuchado esa palabra en el dialecto de su barrio.

Entonces, le preguntó al conductor de un carro BMW si él sabía a qué hacía referencia la palabra odisea. El dueño del lujoso carro le hizo un resumen magistral a José Alberto sobre el poema épico que se volvió un clásico de la literatura, el cual aumentó la curiosidad de aquel niño y con lo que le pagaron ese día por lavar carros se fue corriendo al centro de Bogotá y compró el libro la Odisea de Homero.

La lectura de la Odisea, como era de esperarse para un niño de 16 años que a duras penas aprendió a leer, le causó bastante dificultad, pero eso no lo desanimó, él sabía que ese libro tenía algo mágico que él quería descubrir. Para ese momento, a la vida de José Alberto empezaron a llegar las serias preocupaciones de cualquier adolescente en la azarosa materia del amor, pero se encontraba con que era un muchacho poco aguerrido para conquistar a las muchachas a punta de palabras bonitas y, además, era pobre.

Ante esas dos dificultades, José Alberto se sentía abatido, sin salida, pensando que se quedaría solo toda la vida. Para ese momento, ya estaba trabajando como ayudante de obra con su padre, quien de camino al trabajo le recitaba poemas del chiquinquireño Julio Flórez, y la María de Jorge Isaacs, aunque a José Alberto le causaba curiosidad la prodigiosa memoria de su padre, no encontraba en esas frases ningún consuelo a su situación, hasta que llegó el libro que lo salvó del naufragio en las turbias y heladas aguas del desamor.

Se trata del libro Psicoanálisis y Existencialismo del austriaco creador de la logoterapia Viktor Frankl. José Alberto cuenta que ese libro lo blindó para afrontar con entereza y determinación los meses de rechazo femenino, hasta que llegó Luz Mery Gutiérrez, la mujer que no solo se convirtió en su esposa y madre de sus tres hijos, sino en su fiel compañera, cómplice de cuanto sueño se le ocurrió a José Alberto.

José se fue a vivir con Luz Mery, en el mismo barrio de siempre, pero esta vez se vislumbraban mañanas más esperanzadoras gracias a esa mujer que se había adueñado de su corazón. Entró a trabajar en Eternit, la fábrica del mexicano Carlos Slim que se dedica a la producción de materiales de construcción. La situación económica para la familia Gutiérrez Gutiérrez empezó a mejorar notablemente, además llegó la primera hija María Angélica.

La empresa le prestó para construir su casa, la cual se convirtió, años más tarde, en una trinchera de guerra en la que muchos jóvenes pudieron huirle a la dura realidad que se vive en esas calles empinadas del suroriente de Bogotá. Pero a veces, por más de que se hagan las cosas bien, la vida traza rutas sinuosas que no se pueden evitar, por más de que se empeñe uno en vencerlas.

Entonces, llegó la nefasta ley 100 que dejó sin trabajo a miles de empleados de todo el país, entre ellos a José Alberto Gutiérrez. En Eternit no solo dejó diez años de su vida, sino también una falange del dedo medio de su mano derecha, la cual perdió por el descuido de uno de sus compañeros. Pero este hombre hecho a punta de trabajo puro y duro, no se iba a quedar de brazos cruzados para sacar adelante a su familia que ya contaba con tres niños pequeños.

Entonces, empezó a trabajar como ayudante de buseta, hasta que pudo ingresar al consorcio Aseo Capital, a trabajar como conductor del camión de la basura. Donde se encontraría, sin saberlo, con su verdadero destino: los libros.

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José Alberto Gutiérrez sacando libros del camión de la basura. Foto: Archivo particular

Una mañana mientras ayudaba a sus compañeros a meter la basura en el camión, se encontró con una caja de libros en la que se encontraba Ana Karenina, el gran libro con el que Tolstói criticó la hipócrita sociedad rusa del siglo XIX, este libro terminó cautivando a José Alberto, al punto que hoy considera con gran orgullo que Tolstói es su amigo.

La extraña casualidad de encontrarse libros en la basura del barrio Bolivia, al noroccidente de Bogotá, se volvió costumbre de todos los viajes que hizo en el camión José Alberto durante diez años. Al punto que los libros se fueron tomando la casa con tanta determinación que pudieron sacar al inquilino del primer piso, que solo había pagado dos meses de arriendo, pero se había quedado viviendo por dos años.

Ante tan afortunada invasión, la familia Gutiérrez Gutiérrez decidió abrir una biblioteca en el primer piso de la casa que, sin modestias, fuera única en el mundo. Pues allí las personas podían llegar a consultar los libros y llevárselos sin tener que devolverlos con la única condición de que tenían que leerlos y regalarlos a otro lector, pues la idea es que el libro fuera libre.  

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José Alberto Gutiérrez, entregando libros a la comunidad de Maicao, La Guajira. Foto: Archivo Personal/José Gutiérrez

La biblioteca fue bautizada como “La fuerza de las palabras”, nombre que le pusieron por el viejo pasaje bíblico en el que se dice que “De la abundancia del corazón habla la boca... Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”, que justamente hace referencia al poder de las palabras. Además, José Alberto, desde entonces, fue conocido con el pintoresco alias de “El señor de los libros”.

El consorcio para el que trabajaba José Alberto se acabó. No hubo más trabajo y, una vez más, tenía que mirar qué ponerse a hacer, con la única diferencia que esta vez tenía 55 años, razón por la que nadie más quiso darle trabajo. Pero el proyecto de regalar libros que se recogían en las calles había cogido bastante fuerza y apoyo luego de que José Alberto fuese invitado al antiguo programa Muy buenos días del canal RCN.

Después de esto, José Alberto no tuvo que recoger más libros de la basura, pues lo empezaron a llamar de todos lados para regalarle libros, como si toda la ciudad estuviese encartada con los libros que tenían en casa.

Pero el proyecto necesitaba una inyección económica que les permitiera llevar los libros a todos los rincones del país. Entonces, le pidieron al gobierno ayuda, sin embargo, después de tanto insistir a las instituciones gubernamentales, en medio de un sin fin de procesos burocráticos, la respuesta siempre fue rotundamente negativa.

Con el auge del proyecto, sus hijos María Angélica, Joan Sebastián y Merilyn Marcela creyeron que era hora de que sus padres descansaran y se dedicaran a los libros, mientras ellos se encargaban del sustento económico. Dedicados a la noble y heroica labor de democratizar el conocimiento, José ya ha llegado junto con su esposa a 612 lugares del país, también han sido invitados a la gran feria del libro de Guadalajara y a otras partes del mundo, incluida Austria, donde José pudo conocer la casa del psicoanalista que en su juventud lo salvó del desamor.

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José Alberto y Luz Mery recibiendo su grado de doctorado honoris causa en Letras Humanas por la Escuela de Diseño de New York. Foto: Archivo particular

También recibieron el reconocimiento de la Escuela de Diseño de Parsons en New York, quien les dio a José y a Luz Mery, un doctorado honoris causa en Letras Humanas. El 3 de abril de 2025 le dedicaron una ópera en Francia. Pero, sin duda alguna, el reconocimiento más especial que han recibido esta pareja de esposos es cuando llegan los señores que una vez fueron muchachos que andaban en malos caminos, a agradecerles porque los libros de la biblioteca comunitaria La fuerza de las palabras les salvó la vida.

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