El próximo jueves tendrá lugar la consulta a estudiantes y docentes de la Universidad del Atlántico. Una suerte de ritual democrático que, en apariencia, convoca a la comunidad a elegir a su dirigente. En la práctica, es un teatro de sombras donde las decisiones se incuban en las penumbras de los clanes políticos del Atlántico. Diecinueve candidatos figuran en la lista. De ellos, cinco pasarán a la siguiente ronda, en la que el Consejo Superior Universitario escogerá a uno.
Algunos candidatos han abandonado la contienda. Los menos, por convicción genuina; unos pocos, por mínimo destello de sensatez; pero la mayoría —y esto es lo revelador— lo ha hecho por conveniencia burocrática. Son jugadas frías en el tablero del clientelismo, porque los que se bajan mutan en adherentes, en fichas que se entregan al mejor postor, esperando una migaja del banquete. Y los que permanecen, en su gran parte, son apenas figurantes de un drama cuyo libreto no lo escribe la universidad ni su comunidad, sino las manos invisibles —y poderosas— de la clase politiquera que desde hace décadas ha reducido la academia a un feudo más de sus intereses.
Hay cuatro nombres que concentran la pugna. Leyton Barrios, cuota política de los Char y del gobernador Eduardo Verano, símbolo de la continuidad de un modelo en que la universidad es botín y no proyecto. Danilo Hernández, el actual rector, quien no vaciló en reformar los estatutos para aspirar a la reelección. Wilson Quimbayo, sostenido por el petrismo y por Armando Benedetti. Y Álvaro González, vicerrector de Bienestar, señalado como ficha del exsenador Eduardo Pulgar, condenado por intentar sobornar a un juez. ¿Qué esperanza puede emanar de semejantes apadrinamientos?
No se trata de un debate académico, sino de una contienda eminentemente política. En el Atlántico, los clanes han convertido la elección en una fiesta patronal de pueblo donde gana el que más dinero exhiba, el que mayores dádivas ofrezca, el que despliegue el pick-upmás ruidoso en los patios de la universidad. Lo que debería ser un proceso de deliberación sobre la ciencia, el arte y la educación se redujo a una competencia vulgar de clientelismo y chequera; empero, bien se dice que «en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario», y la realidad incómoda es que en la Universidad del Atlántico se ha normalizado el desprecio por la inteligencia, la crítica y la academia misma.
En el Consejo Superior la pugna será igualmente sórdida. Pues, allí los Char y el gobernador Verano ejercen su dominio como buenos señores feudales sobre la tierra conquistada; en tanto que el petrismo maniobra para arañar cuotas de poder. En general, todo el proceso se reduce a la capacidad de compra, a promesas disfrazadas de programas y chantajes travestidos de contratos, cual vana subasta mercantil.
Los dirigentes estudiantiles, otrora indignados en plazas y pasillos, han mudado sus banderas. Quienes hasta hace días se abrasaban bajo el sol defendiendo la reelección de Hernández, hoy se proclaman con fervor por Barrios. El liderazgo estudiantil, antaño rebelde y contestatario, se ha prostituido en contratos de prestación de servicios y promesas económicas que no valen ni una sombra de dignidad. Un puñado de monedas basta para comprar la complicidad de los que debían ser guardianes del porvenir. Una lástima.
Y surge entonces el asunto que debería sacudirnos. ¿De dónde salen los millones que financian las campañas de Hernández, de Quimbayo, de Barrios, de González? ¿Qué intereses se esconden tras esas chequeras? ¿Por qué la comunidad universitaria ha dejado de cuestionar el cáncer que corroe su propia casa? Porque este proceso, lejos de ser democrático, ha terminado por ser una parodia, una caricatura trágica de lo que debería ser la elección del timonel de la institución más grande del departamento.
Que entre el diablo y escoja, porque no hay ideas, no hay propuestas, no hay proyectos académicos de largo aliento. Abunda la compraventa de respaldos, la manipulación de conciencias, la humillación de la inteligencia. Si la universidad es el espejo de la sociedad, entonces este proceso electoral revela con crudeza el país miserable que hemos construido. Que Dios nos guarde de la tormenta que se avecina en la Universidad del Atlántico.
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