Esta es una historia entre el escándalo eficaz y el esfuerzo visible que para un alcalde que se ha vuelto invisible.
Mientras en Málaga, España, un hueco peligroso se tapó en menos de dos horas gracias a un pene pintado con pintura roja a su alrededor por el ciudadano Vicky Navarro; en Ipiales, un pueblo en la frontera colombo ecuatoriana, un joven concejal pinta cebras peatonales y reductores de velocidad con sus propias manos ante la mirada impasible de un alcalde que parece vivir en otra realidad.
Son dos actos de ciudadanía que superan la moralidad (caso del dibujo del pene) y la decisión del concejal Jaime Revelo de invitar a que los empleados de la alcaldía de Ipiales, en el departamento de Nariño, trabajen, dejen la pereza e indiferencia en favor de peatones y conductores.
Son dos resultados radicalmente opuestos. Esta divergencia no es anecdótica, es el síntoma de una enfermedad profunda: la normalización de la incompetencia y la peligrosa indiferencia de una comunidad que, aunque aplaude, no exige.
La anécdota del joven del malagueño es reveladora. Un ciudadano, cansado de que su queja formal fuera ignorada, recurrió a la herramienta más efectiva a su alcance: la vergüenza pública, la doble moral del gobierno.
Pintar un símbolo sexual gigante alrededor del hueco (socavón le dicen en España) no fue un acto de travesura infantil, sino una estrategia de comunicación brillante, sin ninguna duda.
Para el alcalde, el “pene” transformó un problema aparentemente “invisible” en un foco de atención imposible de obviar. El ayuntamiento actuó inmediatamente, no por eficiencia, sino para evitar el bochorno.
En este primer ejemplo hay un mensaje claro: ante una administración sorda. A veces hay que gritar con el código que sí entiende: el del escándalo mediático y público. Para completar este hombre será sancionado en pocos días por no pedir permiso y escandalizar a la gente.
El caso de Jaime Revelo, concejal de Ipiales en ejercicio, se trata de una suerte de “heroísmo” al que nadie debería tener que acudir para que los burócratas cumplan con su trabajo. El concejal, al ver la negligencia de su alcalde (cuyo mandato está incluso en entredicho por un proceso de revocatoria), decidió no esperar.
Armado con pintura donada por los comerciantes, se ha dedicado a suplir las carencias más básicas de su municipio: señalizar pasos peatonales y reductores de velocidad para proteger a niños, enfermos y ancianos. Es un acto de verdadero liderazgo.
Sin embargo, hay una tragedia detrás de esta “heroicidad” del concejal ipialeño: su acción no ha provocado, como era de esperar, un cambio sistémico, sino pintando la incompetencia de quienes tienen la obligación de actuar.
Lo más grave: el alcalde no se inmuta. Deja que el concejal pinte y pinte, convirtiendo un acto de rebeldía cívica en un síntoma de la descomposición del poder local. Voy al fondo del problema. La comunidad aplaude al concejal, le agradece su labor, pero ¿Dónde está la presión colectiva sobre el alcalde?
La indiferencia ciudadana es el oxígeno que alimenta la irresponsabilidad de los malos gobernantes. Mientras la gente se limite a observar y aplaudir el esfuerzo de un hombre, sin organizarse para exigir nada, el alcalde puede permitirse el lujo de no hacer nada.
Su cálculo es simple: "Si el concejal quiere hacer mi trabajo, que lo haga. La gente está contenta y a mí no me exigen" parece decir como prueba de su ineptitud.
Estos dos casos nos dejan una pregunta incómoda: ¿Tenemos que llegar al extremo de pintar penes en las calles para que nos escuchen? ¿O pintar cebras y reductores de velocidad con pintura no oficial? La respuesta debería ser no.
Recomendaciones al margen: No basta con quejarse en la tienda. Fotografíen los huecos, las cebras borradas, la falta de señalización. Etiqueten a la alcaldía en redes sociales. Conviertan la negligencia en un tema viral de vergüenza pública.
Ante la ceguera del alcalde Amílcar Pantoja de Ipiales ¿Por qué no organizar una "Jornada Cívica de Señalización" masiva? Que no sea solo el concejal, sino cientos de ciudadanos los que salgan a pintar. Eso ya no es un gesto, es una protesta visual poderosa.
La valentía del concejal es admirable, pero no puede ser la solución. La solución real empieza cuando la comunidad decida que el aplauso se convertirá en exigencia. El despropósito no es solo el hueco en la calle; la verdadera trampa es la indiferencia que nos convierte en cómplices silenciosos de la mala gestión.
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