Cómo viven los tropeles los estudiantes de la Universidad Nacional, hoy en su cumpleaños número 158

Lo vivido en la Universidad Nacional refleja cómo el conflicto social y armado persiste en las aulas, entre gases, heridas y el eco de una paz incumplida

Por: Camilo Becerra
septiembre 22, 2025
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Cómo viven los tropeles los estudiantes de la Universidad Nacional, hoy en su cumpleaños número 158
Fotos tomadas por: Leonel Cordero / Las2orillas

Por infortunio y por habitar desde muy joven la tragedia cuasi literaria de este país, lo sucedido el 11 de septiembre del presente año dentro de la Universidad Nacional, no me fue extraño. Ya había vivido eventos similares antes, tanto en esta Universidad, como en la Pedagógica, de la cual también fui estudiante.

Cuando utilizo la palabra “vivido”, la utilizo con todas las implicaciones conceptuales que esta implica: yo he estado allí, arengué, lloré por el gas, me ahogué por él mismo, y, también, salí herido.

Un 25 de septiembre del 2019, en mi segundo o tercer semestre de Licenciatura en Ciencias Sociales, en medio de un tropel, algo estallo al lado mío. Digo “algo” porque no pude observar si fue un artefacto que la policía arrojo desde afuera de la Universidad, o algo que simplemente estallo adentro.

Recuerdo pararme desorientado, ver personas por todos lados corriendo. Algunos ocultaban el miedo y el pánico con una camisa que les cubría el rostro, y otros, mostrando toda la humanidad del terror ante semejante circunstancia. Mientras buscaba a las personas que me acompañaban, recuerdo ver a un conocido estudiante de la facultad de Ciencias, gritando de dolor por los vidrios que tenía enterrados en su cuerpo ­­-la explosión, se dio frente al edificio B, los vidrios de la parte alta cayeron sobre los estudiantes que se encontraban en la parte de abajo-. Fueron varias las personas heridas.

No supe cómo socorrerlo. Cuando lo intenté levantar no paraba de gritar del dolor. Una de las personas de las cuales me había separado me encontró. A penas me vio, me mostró su mano, podía verle todas las articulaciones de la parte superior. Lo único que hice fue abrazarlo.

Encontramos a nuestro segundo compañero. Nos abrimos paso entre el caos, el terror y muchas personas sufriendo. Dirigiéndonos a la entrada de la 76, vimos como el ESMAD rompió los vidrios del B con piedras que tiraban desde afuera. Me sentía en una guerra. Un muchacho de derechos humanos les suplicaba que pararan.

En la noche, ya en mi casa, me enteré de que antes de comenzar el tropel, dos personas encapuchadas de un grupo clandestino habían tirado dos papas bomba a un cajero por la calle de la 72. Dentro del cajero había una mujer que salió de allí con la cara ensangrentada.

Mi primer tropel lo organizó una célula del ELN dentro de la Universidad. Y por ese mismo tiempo, volvía a rearmarse una facción disidente del Acuerdo de Paz del 2016, por el incumplimiento de los acuerdos. La Universidad se estaba volviendo un territorio de conflicto. Fue de tal magnitud lo que ocurría por esa época, que un día, ante el desalojo que protagonizaba otro grupo clandestino del edificio B, las directivas decidieron confrontarlos: no sirvió de absolutamente nada. Luego de gritos de estudiantes con el rostro cubierto y descubierto a las directivas, se dio lugar el tropel.

Por ese entonces yo era aún muy joven, no comprendía del todo por qué ocurría todo esto. Solo sentía, en lo más profundo de mí, que el país necesitaba una transformación y que las personas que organizaban estas manifestaciones eran la expresión de esa necesidad. Pero, además, sentía frustración, porque a mis 16 años, fui uno de los tantos jóvenes que en el 2016 marchamos por la paz de Colombia y la firma de los acuerdos. 

La alta frecuencia de disturbios en la Universidad Nacional son ecos que me recuerdan lo vivido. Con la diferencia de que, ahora, cuento con herramientas para pensarlo.

Los acuerdos nunca se cumplieron o se llevaron a cabo muy miserablemente - de hecho, el único acuerdo que se cumplió en su totalidad fue la dejación de armas -. La clase política tradicional y guerrerista se opuso a ellos, y ahora mismo lo están volviendo a hacer con las reformas desde el Congreso. La entrega de tierras ha tenido muchas limitaciones burocráticas, por lo que se ha entorpecido el proceso. La educación está en crisis, y la tan anhelada reforma de la Ley 30 se olvidó en el horizonte actual del movimiento estudiantil.

En ese sentido, lo que ha venido sucediendo al interior de la Universidad Nacional, en mi lectura, es una de las tantas expresiones de la reconfiguración del conflicto social y armado de nuestro país. Al cual debemos abocarnos, aprendiéndolo a escuchar, observándolo atentamente, adentrándonos con todas las herramientas que hemos adquirido del pasado y construyendo otras nuevas. Y, no solo me refiero a la instancia académica, importante para abordar estos fenómenos, sino también a nuestras propias experiencias de vida alrededor de esta violencia tan particular. Y así, encontrarnos en las banderas que hoy tendremos que volver a alzar: la paz con justicia social y ambiental. Y reconocer quienes se oponen a ellas.

Esto es todo lo contrario a los comunicados institucionales que se limitan a rechazar a “los violentos” y solicitar la intervención institucional para que esto “deje de suceder”. Como si las instituciones - la misma Universidad Nacional - no fueran cómplices de las causas que hoy sostienen el conflicto dentro y fuera de la misma, conflicto con múltiples raíces históricas y sociales que está lejos de acabarse.

Esto es un llamado a abocarnos a lo complejo. A entregar nuestra confianza en la organización al margen de la institución, que por naturaleza será disruptiva, si tenemos principios políticos claros, respecto a que la tan anhelada paz llegará en el momento en que la pulsión de la transformación radical pueda ser apalabrada, concretizada.  

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