Pienso que el fútbol no es un asunto que resuelva la ciencia, pero tampoco la religión. Por eso, me curo en salud con mi conciencia, y espero también con los lectores, al afirmar, después de haber visto a la selección Colombia en el mundial de Rusia 2018, que finalmente nos derrotó la ley de la probabilidad, pues de no haber ido al Mundial nuestra selección no hubiera perdido ante la de Inglaterra, y si perdimos es porque fuimos; ganamos y perdimos. ¡Y de qué manera!
No sé de fútbol, pero me encanta y me divierte, especialmente porque tiene cosas originalmente profundas que, por fortuna, hacen que los resultados se den por fuera del alcance de la ciencia y de la religión, aunque si algo tiene el fútbol de científico y divertido es, precisamente, su existencia objetiva e imprevisible, cargado de incertidumbre; y si algo tiene de fantástico y mágico-religioso es que a muchos los pone a rezar e invocar a sus dioses de acuerdo al contexto cultural desde el que se vea el partido. Por eso creo que todos los grandes problemas de este país y del mundo deberían resolverse, en el momento más crítico, con un partido de fútbol. Quedó demostrado cuando en uno de los momentos más cruciales de los diálogos de La Habana entre el gobierno y las Farc a alguien se le ocurrió proponer que un partido de fútbol fuera la llave maestra para destrabar el proceso.
Pero si algo queda claro en este Mundial es que un partido de fútbol no puede resolverse mediante la aplicación del método científico, ni mediante invocaciones religiosas o míticas. Ahora, si alguna aproximación tiene el fútbol hacia la cientificidad habría que buscarlo por otro lado distinto a la aplicación de las ecuaciones de primer y segundo grado. Sería más recomendable tratar de indagar por los lados del “modelo probabilístico”, pues ofrece la ventaja de que un partido se puede dar o no por perdido, y así no ganamos ni perdemos, simplemente quedamos en una especie de limbo que solo resolverán los veintidós jugadores en la cancha y a las puras patadas.
En el caso del partido que Colombia perdió el martes frente a los ingleses habría que señalar, para no caer en errores que aprovechan quienes en verdad saben de fútbol, que la única forma de que nuestra selección no hubiera perdido es que no hubiera ido al Mundial y que los jugadores se hubieran quedado viéndolo por televisión. Pero se clasificó y de qué manera. Se fue al Mundial y se ganó y se perdió, y de qué manera.
De modo que en el fútbol nada está dicho y todo está por decir, nada está dicho antes del partido y todos encuentran algo por decir después del pitazo final, especialmente aquellos comentaristas que en un tono de seguridad y casi que intimidatorio salen a criticar después del partido sobre lo que el director técnico debió hacer y no hizo. Fueron esos a los que Jorge Valdano, el filósofo del fútbol, llamó “profetas del ayer”. La otra posibilidad de analizar el fútbol sería desde el “escepticismo científico”, para contrastarlo con quienes se la pasan orando o rezando durante los partidos, pues no creo que ningún dios de los que se ha inventado la humanidad esté interesado en realizar falsos milagros; ahora, lo cierto es que en el escepticismo, la duda de que se haga o no un gol, de que se gane o no un partido, se sobrepone a cualquier tipo de creencia religiosa o mítica. Y eso también lo hace divertido y distante del puritanismo fanático.
