Desde hace dos años, cuando estalló nuevamente la guerra entre Israel y Palestina, el presidente Gustavo Petro ha intentado posicionarse como una voz coherente en el escenario internacional, pronunciándose en defensa de los pueblos y abogando por la paz mundial. Sin embargo, su protagonismo en estos debates ha sido cuestionado, pues, como él mismo reprochó en su momento al expresidente Iván Duque cuando este opinaba sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia sin resolver los problemas internos de La Guajira, hoy enfrenta una situación similar.
Tres años después, los avances en esa región siguen siendo escasos, y el país ha estado marcado por escándalos como el de la UNGRD, donde se denunció la pérdida de un billón de pesos. En 2024, Petro aspiraba a ser reconocido con el Premio Nobel de la Paz, pero el galardón fue otorgado a Nihon Hidankyon por su lucha por un mundo libre de armas nucleares y por visibilizar, mediante testimonios, los horrores de su uso. Durante la ceremonia, Hidankyon dedicó parte de su discurso a condenar la violencia en Palestina, denunciando el genocidio contra niños y niñas. Un año después, en 2025, el premio recayó en María Corina Machado, líder opuesta al progresismo latinoamericano, reconocida por su incansable defensa de los derechos democráticos en Venezuela y su lucha por una transición pacífica hacia la democracia.
Ese contraste evidenció que el liderazgo de Petro en materia de paz no ha logrado trascender en el ámbito internacional. Su discurso en la ONU, aunque apasionado, pasó prácticamente inadvertido, más allá de sus seguidores más fieles. A diferencia del expresidente Juan Manuel Santos Calderón, quien obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2016 tras concretar el acuerdo con las FARC-EP, Petro no ha conseguido avances significativos en su política de “paz total”. Santos logró construir paz desde el interior, impulsando un proceso que contó con garantes internacionales, la ONU y países aliados, lo que permitió la desmovilización de más de 14.000 excombatientes que hoy participan en la vida civil.
Aunque el proceso no ha sido perfecto, representó una transformación profunda del país. Petro, por su parte, no ha logrado replicar ese modelo; su gestión interna ha estado marcada por tensiones políticas, escasos resultados en regiones vulnerables como La Guajira y el incumplimiento de varias promesas sociales. Según datos de Indepaz, en 2023 se registraron 93 masacres con 300 víctimas, en 2024 hubo 76 masacres con 267 víctimas, y en lo que va de 2025 ya se contabilizan 59 masacres y 194 víctimas.
A nivel global, su discurso en favor de Palestina perdió protagonismo tras el reciente acuerdo de paz entre Israel y Hamas, mediado por Donald Trump, que marcó un alto al fuego inmediato y la liberación de rehenes a cambio de prisioneros palestinos, así como el retiro gradual de tropas y el restablecimiento de ayuda humanitaria.
Este logro diplomático, sumado a los otros siete acuerdos de paz que Trump reivindica haber impulsado —en Armenia y Azerbaiyán, República Democrática del Congo y Ruanda, India y Pakistán, Israel e Irán, Camboya y Tailandia, Egipto y Etiopía, y Serbia y Kosovo—, lo proyecta como posible candidato al Premio Nobel de la Paz 2026. De ese modo, mientras Petro continúa defendiendo la idea de una paz total desde el progresismo latinoamericano, otros líderes del mundo han conseguido materializar acuerdos concretos. Su sueño del Nobel, al menos por ahora, sigue siendo una meta lejana, eclipsada por los desafíos internos y por una comunidad internacional que mide la paz no solo en discursos, sino en resultados tangibles.
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