Entre las muchas tensiones que generan las democracias, es notoria la que existe entre poder y medios. Los gobiernos necesitan neutralizar, manipular, o distraer a los periodistas para gobernar con libertad. Convencer a las mayorías que sus acciones son necesarias, que las políticas y programas son las que la sociedad necesita, requiere manejo. Al igual que para superar el asedio, los periodistas necesitan herramientas, formación, ética.
Para ejercer el poder se requiere ocultar hechos, sembrar mentiras, exageraciones. La mentira es parte del poder y los periodistas son un estorbo en esta tarea. En la era Uribe cuando se libró la campaña militar contra las Farc se ocultaron las violaciones al derecho internacional humanitario, los excesos contra los civiles, en el afán por dar de baja -ni siquiera capturar- a los guerrilleros. Más de seis mil civiles fueron asesinados gracias a las sórdidas mentiras del gobierno. Los medios tardaron mucho en confirmar el montaje.
Los medios que aun tenían la credibilidad por encima del 70% dejaron pasar esa política, sin revisar, investigar o confrontar. Es una práctica que hoy parecería imposible de ocultar, pero es la misma que se usó para prolongar la guerra en Viet Nam (ya casi ganamos), invadir Irak (por sus armas de distracción masiva) o asesinar a los civiles en el Palacio de Justicia en 1985 (si se salvaba a los civiles ganaban los guerrilleros).
Los medios en todos estos casos y muchos más fueron cómplices del poder al permitir que se estableciera la gran mentira como verdad. Logró el poder que los periodistas omitieran los hechos que desdibujaban las mentiras para que la población creyera que el gobierno actuaba como se debía, exterminando a las Farc como lo hizo el estado con la Unión Patriótica en los ochenta, o sacrificando civiles para “salvar las instituciones.”
Los periodistas no sabía que ayudaban a esconder crímenes de estado. Aunque las madres de las víctimas si lo supieron y buscaron con tenacidad, sin miedo, la verdad sobre lo que les ocurrió a sus hijos. Y la encontraron. Mientras las empresas de periodismo facilitaron que las mentiras del poder parecieran verdades, las madres hicieron además de su labor humanitaria maternal, la labor periodística. ¿Hubo una decisión editorial detrás del silencio cómplice?
-______________________________________________________________________________
Mientras las empresas de periodismo facilitaron que las mentiras del poder parecieran verdades, las madres hicieron la labor periodística. ¿Hubo una decisión editorial detrás del silencio cómplice?
________________________________________________________________________________
Las mentiras desde el poder se favorecen por la falta de herramientas para llegar a los hechos y controvertir. Las corporaciones propietarias de medios hoy tienen micro presupuestos para viajes -tiquetes, hospedajes, viáticos. Mientras el tiempo para lograr una buena investigación es largo (más costos) las publicaciones digitales exigen más y más contenidos a lo largo de las 24 horas diarias del ciclo periodístico actual. Los trabajos de profundidad, las investigaciones no sean rentables y por eso el boom de los libros periodísticos donde se puede contar toda la historia, exponer todos los hechos y narrar como se debe.
Mientras el poder siembra obstáculos en el camino de los hechos, el negocio del periodismo se ha vuelto otro obstáculo, una trampa interna que tiene facetas como el de la timidez reverencial. No contrariar al gobernante, no enemistarse con el poder, ser condescendiente, porque el poder mismo es la fuente de valiosa información que se necesita publicar para ser el primero y mantener la credibilidad.
Cuando las autoridades le piden al periodista (al editor, al director, o al propietario) que espere mientras investigan y aclaran los hechos que le traen y le periodista se somete, gana el poder. Usan argumentos que sirven para su excusarse. El poder solicita el favor: que los medios no vayan a hacer un daño innecesario, irreparable, revelando cosas que aún no están probadas, porque ayudan al enemigo, acaban la gobernabilidad, destruyen a los funcionarios sin el debido derecho a defenderse. El editor cede y aplaza la divulgación alegando que faltan pruebas y el periodista deja su investigación en hold. Son los actores civiles, las víctimas como las madres de Soacha- quienes actúan por su cuenta para descubrir el horror.
El poder usa argumentos como que se está salvando a la sociedad de un peligro tan grande que es la propia sobrevivencia de la comunidad la que está en juego. Si las Farc ganan se acaba la democracia, el capitalismo, las libertades. De manera que dejar pasar algunos excesos -asesinatos, torturas, o desapariciones- se justifica porque se trata de salvar la patria. Siempre mueren inocentes por pecadores, sostienen. Pero es falso. Lo que ocultan no son las víctimas inocentes sino la política criminal que impulsa el poder y esto es lo que la población no debe conocer, que la gobiernan criminales.
La necesidad de hacer rentables a los medios distorsiona la información y facilita someterse a las necesidades del poder. Entonces se esfuma un principio fundamental que propietarios y periodistas olvidan con demasiada frecuencia: su poder radica en contar lo que el poder no quiere que la sociedad conozca. Los gobiernos de izquierda y de derecha actúan igual frente a la verdad.