El país – dicen -, se mueve en un terreno inestable; pero Colombia ha sido siempre así: un torbellino de emociones y de proyectos encontrados, que avanzan y retroceden, que nunca terminan de llegar o de irse del todo. En estos tiempos de expectativas de cambio político y social, recurrentemente nos sentamos prevenidos en mesas separadas; habitamos entre grietas y calles fragmentadas que vamos cavando a fuerza de epítetos, resquemores y desconfianzas colectivas.
La pulsión de las fuerzas vivas del país parece orientarse hoy al enfrentamiento: el viejo orden no termina de irse, se resiste a desaparecer y busca volver a sembrarse; el nuevo aún no alcanza a llegar, aunque se anuncia por momentos como si fuera ya una realidad y una tradición en ciernes. Incluso las facciones que proclaman diferencias comienzan en la práctica a parecerse, especialmente terminan acercándose en los gestos de venganza que enuncian cada vez con más fuerza unos y otros: como recordaba la vieja sentencia de Heráclito, retomada por Hegel y Marx, los contrarios se atraen.
Vivimos un tiempo en el que el bosque de las convergencias se descompone sin que sintamos en ninguna parte el florecer de un nuevo verdor de confluencias; las instituciones, obsesionadas con el orden y la regulación, se desregulan y pierden su capacidad de comprender y mediar el desorden que creamos al estar juntos. ¿Cómo podrían entonces inspirar confianza y posibilidades de transacción entre diferentes? Por esa razón conocemos dolorosamente de las violencias que circulan y de los silencios que esconden temores. El miedo se ha convertido en un arma política y social para excluir, engañar y despojar.
Es saludable que hayan elecciones, que existan consultas, que proliferen candidaturas
En ese contexto, es saludable que hayan elecciones, que existan consultas, que proliferen candidaturas como ejercicio que busca la representación política y, sin embargo, pareciera que esa gimnasia no alcanza; una mera democracia política basada en liderazgos, partidos y movimientos, es necesaria pero insuficiente, no logra arraigarnos en un sentido compartido de democracia social, no nos permite habitarnos entre propios y extraños con una mínima tranquilidad; tal vez por eso moramos en un pathos de distancia e inseguridad; tal vez por eso las violencias y las muertes nos obsesionan y preferimos las armas, las afrentas y las disputas.
Algún lector dirá que esta reflexión habita en la desesperación frente a los improperios cotidianos que nos arrinconan en el planeta - en Gaza, por supuesto, pero también en Colombia, en la soledad de barrios y veredas humildes donde no llegan respuestas ni oportunidades -. Y, sin embargo, no es así: este tiempo exige esperanza; es preciso arrancarle a la contingencia un nuevo espacio para armonizar los conflictos; no se trata de acumular disputas indolentes, sino de abrir caminos de convivencia que encuentren equilibrios entre la manifestación de diferencias y conflictos, y la posibilidad de un relato común.
En ese sentido, el problema no es elegir, la elección representa la posibilidad de una sociedad abierta; el verdadero problema es contar con opciones dignas, y que el proceso eleccionario no esté contaminado por vicios y triquiñuelas que hieren la dignidad humana y ofenden el pensamiento; muchos ciudadanos y ciudadanas se sienten agotados por la repetición de pugnas y vociferaciones, atrapados en una teatralidad colectiva que busca el poder a toda costa y que multiplica por todos los puntos cardinales consignas vacías.
Tal vez ante esa situación debemos insistir: las elecciones pueden y deben ser una conversación, si no reposada, al menos responsable sobre los destinos colectivos. Lo que necesitamos no son más enfrentamientos en torno a consignas huecas, sino diagnósticos, miradas, horizontes y propuestas serias que nos permitan vestir el mundo con sentido solidario.
Se puede avanzar si dejamos de envenenar el entorno con manipulaciones y enfrentamientos, y nos concentramos en programas, compromisos y garantías para la vida común. Hay asuntos que no gobernamos, que están llenos de incertidumbre política; sin embargo, hay asuntos individuales y colectivos que si están en nuestras manos. Somos responsables de evitar exacerbar las violencias de todo tipo, somos responsables de elegir con trasparencia, somos responsables de mantener la posibilidad del diálogo en medio de grandes diferencias y conflictos; somos responsables de negarnos a la indiferencia y al individualismo posesivo movilizado por los agentes de la violencia que corroen nuestro medio social. Somos, sin duda, corresponsables.
Anuncios.
Anuncios.


