Opinión

La tarea pendiente: un proyecto de país

Hagamos de la pluralidad en proyecto común, el reto es construir caminos que reparen heridas y hagan de la diferencia una fuerza para la democracia y la justicia

Por:
noviembre 28, 2025
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Colombia es un país que siempre se desborda a sí mismo. Es Latinoamérica, está en la frontera movediza con Centroamérica; es un país tropical asentado en el meridiano caliente, pero también es páramo, sabana y ciudad aferrada a las montañas. Somos Pacífico y somos Caribe; somos cordillera vertical y valle profundo. Esta geografía, tan exuberante como desigual, es metáfora de un país que convive con múltiples mundos sin lograr hilarlos del todo.

Nuestra diversidad no es un adorno: es una realidad que atraviesa los nexos sociales, étnicos, culturales, económicos y políticos. Somos una mezcla de ancestralidades vivas, memorias en disputa, migraciones, resistencias y violencias acumuladas. Las instituciones que hemos construido —o heredado— son, en muchos casos, el resultado de tensiones históricas entre modelos impuestos, adaptaciones locales y búsquedas inconclusas de representación. Así hemos llegado a la paradoja que aún nos define: poseer, según las convenciones, una de las democracias más estables del continente y al mismo tiempo cargar con una de las desigualdades más altas del planeta.

Vivimos entre contrastes: nos dicen que somos un país joven, pero los demógrafos anuncian el envejecimiento de la población; se proclama que Colombia es “el mejor vividero del mundo”, pero nuestras formas de convivencia se tensan a diario; se habla con algunas razones de potencia de vida, mientras los territorios siguen marcados por exclusiones, despojos y disputas interminables. Aquí siempre estamos buscando la paz y encontrando la guerra; sembrando esperanza y cosechando heridas.

En este paisaje, nuestras riquezas - naturales, humanas, culturales -, siguen mal distribuidas, no solo en el sentido económico, sino en el acceso desigual a los derechos, a las oportunidades y al reconocimiento. Abundan proyectos de país, pero casi todos son pequeños, localizados, personalizados: propuestas que funcionan para unos pocos, agendas fragmentadas que raras veces dialogan entre sí. Faltan puentes que permitan transformar la diversidad en encuentro, la diferencia en cooperación y no en desconfianza. Colombia no necesita uniformidad, necesita nuevas transacciones entre lo distinto; no requiere un país idéntico, sino una sociedad capaz de conversar consigo misma. Un proyecto de nación no se impone: se teje en medio de la pluralidad, la escucha y la capacidad de reconocer que ninguna región, ningún grupo y ningún sector posee la totalidad de la verdad.

Colombia no requiere un país idéntico, sino una sociedad capaz de conversar consigo misma

Los próximos años serán decisivos. Nos atravesarán transformaciones demográficas, transiciones productivas, desafíos ecológicos, reacomodos institucionales y la persistencia de múltiples violencias que piden ser reparadas. Desde ya, el reto es construir una ruta común y mínima que nos permita actuar como país y no como archipiélago de intereses dispersos. Esa ruta implica pactos creativos para redistribuir recursos, ampliar la justicia, fortalecer la convivencia y garantizar que la diversidad sea un valor político activo y no un pretexto para seguir divididos.

En ese horizonte, la ciudadanía tiene una responsabilidad ineludible. No basta con denunciar la fragmentación: debemos asumir el papel de tejedores de puentes, de guardianes de la conversación democrática. En tiempos de elecciones - y este es un punto crucial -, la tarea no es escoger al que mejor insulte, sino al que pueda convocar voluntades diversas, integrar territorios desconectados y orientar la política hacia la reparación de nuestras heridas colectivas.

Elegir no es solo un acto electoral: es un gesto de confianza en la posibilidad de un país compartido. Un proyecto de nación no se reduce a un programa de gobierno; es la apuesta de generaciones que deciden, conscientemente, que su pluralidad no será excusa para la hostilidad, sino motor para la gestación colectiva. Colombia, con todas sus montañas, riberas, selvas, ciudades y soledades, merece que esa diversidad se convierta por fin en fuerza común.

La pregunta ya no es si tenemos identidad nacional - la hemos tenido siempre, aunque fragmentada -, sino si seremos capaces de transformar esa inmensa riqueza en un camino común. Ese, finalmente, es nuestro proyecto pendiente: pasar de la simultaneidad de Colombias dispersas a la construcción de un país que se reconozca en su pluralidad y la convierta en horizonte compartido, en medio de una dinámica telúrica a nivel planetario.

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