Indignación a la colombiana

Indignación a la colombiana

Una invitación para empezar a aceptar el país

Por: Mónica Hurtado
mayo 13, 2015
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Indignación a la colombiana
Foto: tomada de noticiasmontreal.com

La palabra “indignado” significa estar muy enfadado o disgustado por algo que se considera injusto, ofensivo o perjudicial. Y aquí en Colombia hay muchos indignados. Hay quienes se indignan porque la señorita San Andrés no tuvo más palabras que “belleza” para definir este país, o porque la señorita Atlántico cree que vivimos “en otro mundo”. Y es que a veces sí parecemos de “otro mundo”. Aquí es más fácil indignarse por un partido de fútbol que por unas elecciones presidenciales. Un voto vendido se queda pendejo ante un auto-gol. Y así por el estilo, en Colombia se subvaloran algunos hechos y se sobrevaloran otros.

Aquí en Popayán, por ejemplo, algunas personas rayan las paredes del centro histórico de la ciudad, con mensajes, a veces bien escritos, otras veces no, para que la gente se indigne y resulta que sí. Sí se indignan. Se indignan de la mala ortografía, de la falta de estética, del costo de la pintura blanca, etc. “Los grafiteros” han de estar contentos, siempre consiguen que la gente se indigne. Y es que la “fachada” es lo que representa esta ciudad. Realmente no interesa lo que haya detrás de ella, así que si el centro histórico está bien, toda la ciudad está bien. Con algunos huecos, pero está bien.

Somos de las ciudades donde más desempleo hay, pero mientras lleguen turistas en Semana Santa, todo está bien. Pagamos 1.500 pesos de pasaje del transporte público pero somos “la Jerusalén de América”. Hay más vías destapadas que universidades públicas, pero nuestras iglesias son de las más hermosas del país.

Hay un carro de “chicharrones” en cada esquina, 3 locales por cuadra donde venden los mismos productos y “minutos, minutos, minutos” por doquier. Pero es que somos la ciudad de las empanaditas de pipián y de la carantanta, todo está bien. Antes sale como barato vivir en un lugar tan prestigioso, que hasta la Unesco ya se fijó en él.

Por eso hay que seguirse indignando cuando alguien pasa en cicla por el parque Caldas, cuando alguien se acuesta afuera del Banco de la República o cuando alguien cruza las piernas dentro de las iglesias. Para qué ponernos a pensar en la pobreza de los barrios que hay después de salir del centro, sobre todo por el sur. Qué motivos tendría pensar en la economía de nuestra ciudad, ¿para qué más empleos? Por qué habríamos de elegir a otro tipo de alcaldes si los que siempre elegimos han sabido mantener nuestras tradiciones desde el siglo XVI.

Y es que para qué complicarnos la vida en reflexiones que a fin de cuentas solo van a mostrarnos lo feo que tenemos, lo triste, aquí como somos de los países más felices del mundo, ¿para qué? Para qué recordar la violencia que nos muestran los noticieros, si en las telenovelas siempre habrá un final feliz, de esos inolvidables. Para qué agudizar nuestra memoria o nuestro sentido común en hechos históricos, si antes de que lo pensemos ya salió algo más sensacional. O una nueva telenovela.
Mientras tanto, por si alguna noticia nos impacta o nos afecta, no le demos más larga a eso. Sigamos echando risa y mirando fútbol o telenovelas. Si le parece que todo está bien así, preocúpese por conservarlo, pero si quiere un cambio, si le dio por indignarse de verdad, lo felicito, eso es de valientes. Ojalá y no tenga el mismo destino de indignados como Jorge Eliécer Gaitán, como Luis Carlos Galán o como Jaime Garzón. Es que este país es una “belleza”, y recuerde que quererlo representa aceptarlo tal y como es. Si no, usted puede ser confundido con un antipatriota, un resentido social o un terrorista.

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