Enero
Opinión

Enero

Enero es corto como polvo de gallo. Enero es triste como un miércoles de ceniza. Enero es seco —en el Caribe— como el beso de una monja.

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enero 15, 2016
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Casi nunca nos justificamos en esencia y en existencia con el mes al que pertenecemos. Lo creemos —la mayoría— como un fortuito y preciso sorteo genético que la naturaleza burlona y nuestros padres apostadores nos hicieron sin pensarlo. Eso de que todos los hijos ya vienen programados y que hacían parte del proyecto de vida de una pareja, siempre ha sido escaso y a lo mejor, somos un ejército de indeseables o inesperados visitantes a los que toca criar y de paso convertir en lo que no fuimos capaces de ser.

Mínimos serán esos hijos que vienen con su tarjeta de control. Abundantes los que se convierten —primero en negados y renegados— y luego, en aceptados social y culturalmente.

En parte somos una turba de indeseables a los que la vida les expide carné de convivencia y de paso, algunos —muy pocos— alcanzarán la gloria en el cuarto de hora destinado en las runas del tiempo. Si el hijo nace y se hace bueno, será apreciado y querido. El orgullo de la familia, la comunidad y hasta toda una nación. Si el hijo nace y se hace malo, solo lo consuela saber que su madre estará encabezando el club de fans.

Una cabra montaraz vigila desde las constelaciones
para que los hijos de enero lleguen a la cima de la montaña,
no importa lo grande o pequeña que esta sea.

Nacer en enero tiene sus ventajas. Es un mes bifronte. Por lo tanto, el cansancio del pasado impide que lo que trae de pesado el presente se vaya tomando de un solo golpe. Además, una cabra montaraz vigila desde las constelaciones para que los hijos de enero lleguen a la cima de la montaña, no importa lo grande o pequeña que esta sea.

Otra ventaja, salimos de las cuentas rápido y en los calendarios de festejos nos desocupamos ligero y prestos. Tenemos todo un trayecto de almanaque por deshojar con un camino para andar mondo y lirondo. Ya cumplimos. Que se preocupe el resto por llegar a su propio bosque de otoños eternos.

El mes de enero inaugura un ciclo que para nosotros los humanos es angustiante. Los calendarios son máquinas de torturas silentes y filosas que aceptamos merecer sin pestañear y reclamar. El paso del tiempo —como invento humano— nos distrae de otras cosas esenciales de la vida.

Enero es corto como polvo de gallo. Enero es triste como un miércoles de ceniza. Enero es seco —en el caribe— como el beso de una monja.

Enero trae brisas que tumban techos como dice una popular canción de Joe Arroyo. En sus brazos trae el verano y la resequedad que nos pone iracundos porque los labios se cuartean, la piel se frunce y se deshidrata con la canícula.

Las lluvias de finales de año las devora enero con su sed de andariego. Con sus pasos cortos en el calendario y su ganas de andar poco.

En enero se hacen planes fallidos. Se hacen listados de propósitos que pronto se olvidan con los afanes del tiempo post moderno. Se estrenan sueños que se evaporan en tisanas de melancolías. Nos proponemos cambios que incrédulamente asumimos con la esperanza de lo fortuito y el azar que todo lo trastoca y confirma que los golpes de suerte son los destinos inexorables de los hombres afligidos.

En enero se esperan las olvidadas cabañuelas de nuestros bisabuelos que reposan con la mirada serena en el viejo retrato de familia. Aún somos hijos de la tradición sabia y milenaria de leer en la naturaleza las primeras líneas de unas extensas páginas que no alcanzamos a contemplar con la mirada y por ello, creemos que los días pequeños y agotables, son la miniatura de lo inmenso que nos tiene guardado el clima del universo.

Enero es un pábilo que no alcanza a incendiar las esperanzas de todo un año para gastar.

Coda: en enero también Joche se cogió un mochuelo en los Montes de María, nos los recuerda Adolfo Pacheco en su inmortal canto.

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