El soldado que cambió el bazuco por el bordado y terminó confeccionando una prestigiosa colección de ropa

Su pasión por el dibujo junto a las ganas de salir de las drogas lo llevaron a ser parte del equipo que confeccionó la colección ‘Yo soy medicina’ de la Bienal BOG25

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noviembre 16, 2025
El soldado que cambió el bazuco por el bordado y terminó confeccionando una prestigiosa colección de ropa
Fotos: Felipe Páez / Las2orillas

El soldado Yesid Beltrán pidió un permiso de ocho días en el batallón para poder ir al velorio de su madre, que acababa de fallecer por un cáncer. La licencia le fue dada sin ningún problema, pero Beltrán nunca más volvió a cruzar la puerta de entrada al cuartel. Se internó en las calles del centro de Bogotá en las que encontró el escape para sobrellevar la perdida del ser más importante de su vida, pues su padre lo había abandonado siendo un niño y su madre fue la que tuvo que echarse la familia al hombro para sacar adelante cuatro hijos varones.

Para ese momento, la calle todavía no había seducido por completo a Yesid, entonces vivía con su pareja con la que tuvo dos hijos, mientras, a escondidas, el bazuco y la calle lo iban arrastrando de a pocos fuera de su hogar. El destino de sus otros tres hermanos menores fue el mismo.

Ante la perdida de la madre, el padre buscó a los cuatro hermanos y movido, seguramente, por un sentimiento de remordimiento por los años de abandono y desatención, intentó convencer a sus hijos de que abandonaran la calle, pero tal como dice un escritor paisa: el cuchillo olvida la puñalada pero la herida no, y ninguno de los hermanos quiso prestar atención al hombre que los había dejado a la deriva cuando más lo necesitaban.

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Cada uno de los Beltrán aprendió a moverse en el azaroso mundo de la habitabilidad de la calle, ganándose la vida a como diera lugar, durmiendo donde les cogiera la noche, pero siempre con un ojo abierto, porque las liebres, como le dicen los enemigos, nunca duermen.

Yesid cansado de caminar día y noche las calles de Bogotá rebuscándose para poder cumplir con su dosis diaria, metiéndose en problemas y extrañando a sus dos pequeños hijos, decidió buscar ayuda.

Entonces lo llevaron a una finca en Sasaima, donde estaría lejos de toda tentación de consumo y podría empezar caminar por las sendas de la sobriedad. Con los días, le comentó a uno de los profesores que extrañaba mucho a sus hijos. Entonces, el profesor se embarcó en la aventura de crearle un perfil de Facebook a Yesid y ayudarle a encontrar a la niña, su hija mayor. Le escribieron un mensaje y la joven respondió rehacía por la bronca que le cargaba a su papá por haberlos abandonado.

Yesid empezó a tener una conversación más recurrente con su hija, la cual le contó que el niño, el hijo menor, había cogido malos pasos, que había conocido la droga y que por andar con una gente del barrio que robaba supermercados lo habían cogido preso. Para Yesid esta noticia fue devastadora. Se sintió culpable por haber abandonado a sus hijos.

El proceso de rehabilitación fracasó y volvió a coger la calle. Pero aun cuando el vicio se apoderaba de su voluntad, él seguía luchando por liberarse de la esclavizante rutina del adicto. En medio de esa lucha pasaron otros dos intentos de rehabilitarse, hasta que un día se vio cara a cara con la muerte y supo que si no dejaba la calle, ella misma se iba a encargar de acabar con él.

Como pudo consiguió un teléfono, llamó a su hija y le contó que iba a dejar la calle. Aunque la joven fue escéptica, Yesid ingresó decidido a los hogares de paso de la Secretaría de Integración Social. Allí vieron su recurrencia y su voluntad por salir de las drogas. Entonces le enseñaron a bordar.

Yesid recuerda su primer bordado, un Tasmania que no quedó muy bien, pero que le hizo recordar su gran pasión por el dibujo, la cual había sido sepultada por las noches frías entre cartones y costales que le brindaban un precario abrigo.

Como todo es cuestión de práctica, Yesid terminó adquiriendo gran habilidad para maniobrar el hilo y la aguja, por lo cual fue incluido como parte del proyecto “Yo soy medicina”, una colección de ropa que estuvo a cargo de la fundación Amor Real en colaboración con la Secretaría de Integración Social para el importante evento cultural Bienal de Arte y Ciudad BOG25.

La colección constaba de cincuenta prendas diseñadas por Diamantina Arcoíris, directora de la fundación Amor Real. Allí trabajaron veintidós habitantes y exhabitantes de calle que hacen parte de la comunidad de ciudadanos en proceso de rehabilitación de la Secretaría de Integración Social.  

Las prendas fueron presentadas en un desfile de modas en el primer piso del Palacio San Francisco. Los modelos de la pasarela fueron los integrantes de la fundación Amor Real, quienes en cada paso que dieron por la alfombra recibieron la ovación, el chiflido, y el apoyo del caluroso público de la primera fila que estaba conformado por los exhabitantes de calle que veían pasar con orgullo las prendas confeccionadas con sus propias manos.

 - El soldado que cambió el bazuco por el bordado y terminó confeccionando una prestigiosa colección de ropa
Desfile de moda de la colección "Yo soy medicina" Bienal BOG 25. Foto: Felipe Páez / Las2orillas

Finalizado el evento, se hizo a puerta cerrada una ceremonia en la que cada uno de los participantes de la colección recibió una condecoración por el magnífico trabajo realizado. Para Yesid el reconocimiento recibido fue un verdadero logro que celebró por todo lo alto entre los abrazos y aplausos de sus compañeros, quienes más que celebrar la entrega de un diploma y un kit de bordado, celebraron el esfuerzo y las batallas internas que había tenido que dar cada uno para llegar hasta ese día.  

 - El soldado que cambió el bazuco por el bordado y terminó confeccionando una prestigiosa colección de ropa
Yesid Beltrán recibiendo su condecoración por participar en la confección de la colección. Foto: Felipe Páez / Las2orillas

Yesid cuenta con bastante júbilo que ya lleva cuatro meses sin consumir, aunque en sus ojos inyectados en sangre, en su voz pausada y algunas cicatrices que saltan a la vista se nota el paso de los veintidós años que estuvo habitando las calles bogotanas, ahora se gana la vida trabajando en un lavadero de carros en el 20 de julio, donde empieza su jornada recién entrada la mañana hasta que cae la tarde, cuando se marcha al hogar de paso con la satisfacción de haberle ganado un día más de su vida a la drogadicción.

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