El rumbeadero favorito de los caleños donde a punta de salsa y desenfrenos hicieron historia

La Topa Tolondra cumple 14 años como epicentro de la rumba caleña y referente cultural de la salsa que conecta generaciones y memorias colectivas

Por: Lizandro Penagos
septiembre 30, 2025
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El rumbeadero favorito de los caleños donde a punta de salsa y desenfrenos hicieron historia

La expresión es tan coloquial y antigua que la mayoría de los jóvenes la desconoce (no soy tan joven para saberlo todo, decía Oscar Wilde), pero ha renacido entre ellos mismos y entre todos los amantes de la rumba en Cali, bajo el amparo de un sitio que hace 14 años era apenas el sueño de un hombre que tiene salsa en las venas. Carlos Ospina es un individuo adusto y circunspecto, con unos ojos verdes algo huraños y una barba como de duendecillo esquivo, pero basta hablarle de música afrolatina, de sus protagonistas y de su historia, para que se torne en un ser tan amable y encantador como el lugar del que es el anfitrión: La Topa Tolondra.

Aunque ya García Márquez había utilizado la expresión en Crónica de una muerte anunciada (1981), cuando una mujer desnuda se atraganta de comida para poder llorar la muerte de su amante Santiago Nasar, a manos de los hermanos Vicario, solo los colombianos más veteranos saben que ir a la topa tolondra es avanzar sin medir las consecuencias, ser guiado por el desorden so pena de estrellarse contra el mundo y chocarse con la vida. Pero lo de esta joven y emblemática discoteca caleña es otra cosa. Si bien Gabo ha dejado inservible cada cosa escritural con su literatura fundacional, La Topa Tolondra rehízo el término y le otorgó otro sentido.

La Topa, así, en confianza, le dicen los caleños raizales, los visitantes esporádicos que van atraídos por el rumor rumbero y los extranjeros que en legión asisten a sus clases de baile y en la noche van a ponerlas en práctica, con mochos y sandalias; es el lugar que lidera el circuito salsero en la capital de la salsa. Otros, por supuesto, tienen su propio bembé. Casa Latina, es el templo de los sabios; Zaperoco, el culto nostálgico; Tintindeo, una evocación; Punto Baré, el del encuentro; Mala Maña, una remembranza del underground; Mulato y Deliro, son el espectáculo; El Aterrizaje y La Ponceña, el barrio; pero La Topa Tolondra es salsa con criterio, con autenticidad, con una mixtura de atractivos que la hacen original, genuina y particular.

Lo primero que destaca es su forma. No es un gran galpón rectangular ni una bodega convertida en discoteca, tampoco el diseño de algún arquitecto restaurador o un postmoderno ingeniero de marras. No. La Topa se fue haciendo ella misma. Se ganó su espacio físico con su espacio emocional. Comenzó como comienza todo lo grande. De a poco. Un pequeño negocito sobre esa Calle Quinta a la que le cantara el grupo Niche, esa que corre paralela a los cerros y en sentido sur-norte avanza como si quisiera treparse a las Tres Cruces. Un pequeño lugar derruido, olvidado, perdido entre el barullo de la ciudad que casi se lo traga. Creció como crecen los pueblos cuando se vuelven ciudades, conquistó bailadores y baldosas, melómanos y ladrillos; creció como su dueño, como crecen los cinéfilos que se vuelven cineastas, porque la vida como las historias reclaman ser contadas y cantadas.

La Topa es un negocio, sí, pero también es arte, es esencia y presencia. Es legado y proyección. Es pasado y futuro de un presente que se siente en cada esquina de Cali, que reclama a sus protagonistas dejar para la posteridad un testimonio del momento histórico que vive la ciudad. Hay quienes han comparado el piso del lugar con un tablero de ajedrez (vino tinto y amarillo) y pueden hacerlo si así lo quieren, porque si hay algo verdaderamente libre es la interpretación. Así eran los pisos de la Cali de los agüelulos, de los años sesenta y setentas, baldosas de colores que se alternaban, a veces limpias, a veces con figuras, siempre azotadas por peones y por reinas, por reyes y caballos, que terminado el juego irán todos a la misma caja. También las iglesias eran así, antes de llegar la cerámica y el brillo impoluto que contrasta con las conciencias. La Topa es un atrio del sagrado templo salsero.

Su mural principal al interior es una preciosa blasfemia, un emblema de ella, una representación gráfica de la cultura popular que brota por todos los lados del sitio. Una bendición, una Última Cena de la salsa donde apenas quedan tres vivos: Oscar D´ León, Rubén Blades y Ángel Luis Canales. Una reconversión de Da Vinci. Trece monstruos de la salsa con Maelo al centro, el sonoro mayor, al que todos le rinden culto. A su derecha, Celia, la reina rumba; Pete el Conde Rodríguez; nuestro Piper Pimienta e Ismael Quintana. Y a su izquierda, Frankie Dante hace la ve de la victoria; el Joe pregona, Lavoe emociona; Cheo sonríe y Chirivico aún vive… como todos, en la memoria de los saleros, porque los artistas jamás se mueren del todo.  

En su frontis una tumbadora grita que la salsa vino del África en el cuero de un tambor, como canta Freddy Concepción; y por eso el Pacífico también emerge con el blanco afroantillano de sus ropajes que echó mano del color para no quedarse en la negredumbre de su diáspora relegada. Cada imagen en La Topa recita como transfigurada y poseída, una historia de ciudad y de su culto al baile de todos los ritmos, que si usted quiere puede seguir llamando salsa. Y Carlos Ospina, sigue allí, hasta cuando la gente quiera asegura, hasta que el sitio pase de moda y el inexorable paso del tiempo y de las generaciones lo cambie por otros; o se ancle en el imaginario, como otros tantos pocos que regidos por un sumo sacerdote que ordena el sacrificio de sentir alegría, se quedan en la historia y se seguirán llenando mientras a él asistan con devoción los que los convierten en santuarios.

En este espacio, abierto para la cultura, para el baile de los expertos y de los nadies, de los bailarines y de los bailadores, de los melómanos que le reconocen su acierto y los coleccionistas que le dan la razón de su escucha, de orquestas y artistas nuevos y leyendas que el espacio no me permite enumerar, de escritores consagrados y conferencistas avezados, estaré el sábado 27 de septiembre a las 5:00 p.m. conversando con Alejandro Gálvez, el director de Radio Uno Cali, sobre dos de mis más recientes libros: la tercera edición de Si en Nueva York llovía en Cali no escampaba. Migración, salsa y caína; y la presentación oficial de Salsología. Letras que inspiran, luego de su lanzamiento, en el festival Internacional OigaMireLea.

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