El día que Abelardo despreció el Ajiaco típico bogotano y lo tildó de comida para presos

Hace 7 años, lejos de la política, dijo que el tradicional ajiaco era un potaje carcelario. Pero hoy en campaña recorre el país comiendo como el pueblo

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octubre 16, 2025
El día que Abelardo despreció el Ajiaco típico bogotano y lo tildó de comida para presos

Abelardo de la Espriella nunca pasa desapercibido. Desde que lanzó su campaña política hace dos meses y medio, su nombre ha estado en titulares, debates y encuestas que lo ubican entre los primeros lugares de intención de voto. Pero más allá de su discurso sobre “la regeneración moral del país”, fue una frase sobre comida la que volvió a ponerlo en el centro de la conversación: su desprecio por el ajiaco bogotano.

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La declaración no es reciente. En realidad, De la Espriella la pronunció hace siete años, en una entrevista con el personaje Juanpis González —interpretado por el humorista y creador de contenido Alejandro Riaño—, cuando aún no tenía en su cabeza la idea de lanzarse a la política. En ese entonces, aseguró sin rodeos que “no puede ser que esta ciudad, Bogotá, que se precia de ser cosmopolita, tenga como plato insignia el ajiaco”. Luego, con el tono tajante que lo caracteriza, agregó que el ajiaco es “un potaje carcelario de papa con pollo”, una comida “que le dan a los presos” y que, según él, “vuelve nada a las personas”. Para rematar, puso un ejemplo: “Mire a Juan Manuel Santos”.

En la misma entrevista, dijo además que no tenía aspiraciones políticas y que su mundo era el del derecho penal y la opinión. Pero eso cambió con los años, especialmente con la llegada al poder de Gustavo Petro, a quien De la Espriella considera el mayor símbolo de lo que critica. Su oposición frontal al actual gobierno terminó empujándolo hacia un camino que, por entonces, decía que no le interesaba. Hoy es una de las figuras más visibles de la derecha y uno de los candidatos más mediáticos del momento.

El comentario sobre el ajiaco, que parecía una simple provocación gastronómica, terminó siendo una metáfora de clase y poder. En una sola frase, De la Espriella —abogado de reconocidas figuras de la política y el espectáculo, y ahora aspirante al poder— trazó la línea entre lo que considera “comida del pueblo” y su propio gusto, que se ubica más cerca del Mediterráneo que de la sabana cundiboyacense.

“Yo soy un costeño mediterráneo”, dijo también en la entrevista. “No como arepa de huevo. Yo como comida del Mediterráneo: pastas, branzino, spigola”. La declaración fue suficiente para que en ese momento se desatara en redes sociales una ola de críticas y burlas. Muchos lo acusaron de clasista; otros, de no entender la cultura colombiana que ahora pretende representar. Pero el abogado no se retractó. Como suele hacerlo, usó la polémica a su favor: convirtió la ofensa en conversación, y la conversación en visibilidad.

Ahora, desde su lanzamiento, su campaña ha estado marcada precisamente por eso: el ruido. En un escenario político saturado de promesas recicladas, De la Espriella ha apostado por una estrategia de confrontación y espectáculo. Con su verbo afilado, su imagen cuidada y su tono desafiante, ha construido un personaje que divide, pero atrae. Mientras algunos lo ven como una figura altiva e histriónica, otros lo consideran una voz que encarna la frustración de una parte del electorado que busca “mano dura” y un discurso sin filtros.

En sus recorridos de campaña, ha intentado mostrarse más cercano, menos distante del país real. En Cali, por ejemplo, comió chontaduro en un puesto callejero del centro. En redes compartió el momento con un gesto entre curioso y valiente, intentando marcar un punto de conexión con la gente.

Aun así, su relación con la comida sigue siendo un reflejo de su manera de ver el mundo: jerárquica, selectiva, simbólica. Lo que para muchos colombianos es identidad, para él es contraste. Lo que para Bogotá es tradición, para él es atraso. Su frase sobre el ajiaco —ese plato que resume la mezcla de ingredientes y regiones— terminó sirviendo como una radiografía involuntaria de su propio perfil: un candidato que busca representar a todos, pero que no siempre parece dispuesto a comer lo mismo que ellos.

A pesar de las polémicas, las encuestas lo siguen favoreciendo. Su nombre aparece entre los primeros lugares de intención de voto, especialmente en la Costa Caribe y en algunos sectores urbanos que valoran su discurso de “orden y autoridad”. Sus críticos insisten en que su figura es más mediática que política; sus seguidores, en cambio, lo defienden como alguien que “dice lo que otros no se atreven”.

En un país donde la política se ha vuelto un espectáculo y la comida un símbolo de identidad, la historia de Abelardo de la Espriella tiene un sabor particular: mezcla de poder, polémica y vanidad. Y aunque él insista en que el ajiaco es “comida de presos”, lo cierto es que, en esta campaña, cada cucharada de controversia parece alimentarlo más que cualquier plato del Mediterráneo.

En el minuto 8:40 hace la referencia del ajiaco bogotano

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