En Colombia, la política se ha convertido en un tablero donde las piezas se mueven con astucia, disfraz y cálculo. El presidente Gustavo Petro ha advertido desde Cali sobre un plan de injerencia electoral que, según sus denuncias, se estaría gestando desde Estados Unidos con el uso del BID como instrumento para financiar la compra de votos. Una alerta que toca el corazón mismo de la soberanía democrática.
Pero mientras se señala la amenaza externa, no podemos ignorar los entramados internos. Carlos Caicedo, quien logró mantener la Gobernación del Magdalena con apoyos que cruzan las fronteras ideológicas, aparece como un actor capaz de vestirse de progresista mientras juega con sectores de derecha. Su trayectoria muestra que no le tiembla la mano a la hora de pactar con quienes le aseguren continuidad y poder, incluso si eso significa hacerle el juego a sectores que buscan debilitar el proyecto transformador de Petro. Las elecciones atípicas revelaron que la política local no se mueve solo por convicciones, sino por conveniencias.
La pregunta de fondo es: ¿qué significa para el país que figuras que se presentan como alternativas progresistas terminen siendo funcionales a los mismos poderes que históricamente han frenado la justicia social? La advertencia de Petro sobre la injerencia internacional se complementa con la necesidad de desenmascarar las estrategias internas que, bajo el ropaje de la renovación, reproducen viejas prácticas de poder.
Hoy, más que nunca, la ciudadanía debe estar alerta. No basta con denunciar la intervención extranjera; también debemos reconocer cómo ciertos liderazgos locales se convierten en engranajes de esa maquinaria. El reto es defender la democracia no solo de las presiones externas, sino también de las simulaciones internas que terminan debilitando el camino hacia la transformación.
Votaciones atípicas y doble moral
Otro hecho que llama la atención es la atipicidad de la votación en varios municipios, donde hubo una concentración del voto entre el 73% y el 93%, lo que refleja algo preocupante porque puede obedecer a una presunta masiva compra de votos o a un proceso de constreñimiento del electorado. Esta situación se observó en Plato, El Banco, Salamina y Chivolo. En Plato, Caicedo pactó con el alcalde de Cambio Radical. Siendo así, ¿con qué moral cuestiona el coaval recibido por Rafael Noya en su inscripción como candidato a la Gobernación del Magdalena? ¿O cómo puede fustigar la presencia de una diputada del Centro Democrático en la campaña de Noya cuando él tiene a Holmes Echeverría y a otros miembros del partido de Uribe en la suya? De nuevo, la doble moral de Caicedo y de Fuerza Ciudadana.
Es necesario que el movimiento naranja explique esa votación atípica, que recuerda los días en que Trino Luna obtenía votaciones muy altas, solo que siendo él candidato único. En esta ocasión había competencia.
El caicedismo en territorios paramilitares
Otro hecho que debe analizarse es que Fuerza Ciudadana se impuso en zonas de amplia influencia paramilitar, lo que sugiere que quien presuntamente tenía los vínculos era el movimiento naranja y no el candidato Rafael Noya. Sin embargo, se conoció la estigmatización a Noya y a su equipo asesor como narcopolíticos, pero fueron los caicedistas quienes se impusieron en las zonas de mayor influencia paramilitar. Sería oportuno que las autoridades electorales y judiciales investiguen estos graves hechos.
Una victoria que es derrota
Finalmente, aunque Caicedo haya mantenido la Gobernación, ese triunfo constata una dramática derrota, pues muestra a un movimiento que pierde fuerza argumentativa, emocional y política, y que ha terminado entregado a alianzas con criminales y corruptos. El autoritarismo, el personalismo y el narcisismo político de Carlos Caicedo lo han conducido a una ruta de individualismo político y a no apostar por un proyecto común y compartido.
Hoy ha quedado reducido a 188 mil votos, lo que indica que sus apoyos cotizan a la baja en el mercado político-electoral nacional. A pesar de esto, seguirá con su campaña presidencial, una candidatura que —según el texto— desune el proyecto del presidente Gustavo Petro, con quien compite de manera desleal. Aunque Caicedo suele tildar a sus contrarios o antiguos compañeros de traidores y desleales, aquí —según el autor del texto— quien ha traicionado al pueblo con su falso progresismo es él.
Ahora le corresponde al Pacto Histórico construir un progresismo real, que interprete las verdaderas angustias y necesidades del pueblo del Magdalena.
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