La bahía de Santa Marta tenía antes seis playas, las cuales recorríamos de extremo a extremo, caminando o trotando sobre la arena. Cuando nos sentíamos acalorados por el recorrido largo y el inclemente sol canicular, nos zambullíamos al mar para refrescarnos y descansar un rato; luego continuábamos con el itinerario único. De esas seis playas, solo quedan cuatro y una menos de la mitad.
La playa “menos de la mitad”, la más importante, era la que utilizaban los samarios que no tenían cómo irse a bañar en las playas de los balnearios El Rodadero y las ubicadas en el Parque Nacional Tayrona, como Neguanje, Arrecifes, Villa Concha y otras más.
Era la que se extendía desde el puerto marítimo, calle 11, hasta la calle 22. Ahora solo existe un cuarto de playa, que se llena con apenas 30 personas, cuando antes se atiborraba con más de mil bañistas, sobre todo los fines de semana.
Su fin como playa llegó poco después de que construyeron cerca a ella la Marina privada, la cual semi-encerraron con piedras enormes, lo que ocasionó la destrucción casi total de esa principal playa.
Pero la Marina no solo ha destruido en un 80 por ciento la principal playa de los samarios; también desapareció por completo la segunda de las seis playas de la bahía, quedando solamente las de Mar Lindo, Los Cocos, la del Ejército y playa Lipe, la última de todas y la que aún sigue virgen.
La playa que desapareció estaba entre la principal y la de Mar Lindo (nunca supe por qué la llamaron Mar Lindo, si es bañada por el mismo mar como a todas). La desaparecida playa se llamaba El Kabuqui y se hallaba en donde hoy se encuentra la Marina.
Pero la playa Kabuqui no era como todas las existentes. Era diferente, porque su arena era gris y a ella no llegaban casi bañistas, sino pescadores aficionados que, con sus garapines de anzuelos, se sentaban en los muelles rectangulares que allí existían y pasaban ahí todas las tardes y hasta altas horas de la noche pescando.
En esa playa, además, la luna se reflejaba con intensidad y tal vez por eso había más movimiento de vida marina en ese lugar. En ella los cangrejos tenían orificios por todos lados y, dentro del agua, se podían encontrar erizos, pulpos, anguilas eléctricas, morenas y una infinita variedad de peces diminutos de distintos colores, llamados peces de acuario.
En la playa del Kabuqui uno disfrutaba no bañándose ni sentándose sobre ella, sino contemplando la vida marina que parecía concentrarse frente a ella. Allí aprendí a pescar con anzuelos, a bucear con máscara y conocí personalmente los erizos negros, los pececillos de colores, la raya, los congríos, la aguamala, el chipichipi, los pulpos, los peces mariposa y hasta las chopas, que devoraban cuanto mojón dejaban flotando los bañistas en las playas contiguas y los cuales, no se sabe aún por qué, terminaban en la playa de El Kabuqui.
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