No deja de sorprender la impavidez con la que el presidente de los Estados Unidos penetra nuevos territorios en la degradación de la política. A veces se podría creer que ha tocado fondo, pero no es así. Trump se encarga de demostrarle al mundo que no, que siempre es posible caer aún más bajo. El hombre que quiso desconocer los resultados electorales y propició la toma del Capitolio en enero del 2020, el presidente convicto, está para sorprendernos cada semana.
La forma en que se refiere y amenaza a los dirigentes demócratas, a antiguos aliados republicanos caídos en desgracia, a las mujeres periodistas que le hacen preguntas incómodas, el trato salvaje a los inmigrantes, sus ataques a líderes de países aliados de los Estados Unidos y las reverencias aduladoras hacia personajes como Putin, invasor de Ucrania, o hacia el príncipe árabe que le vistó la semana pasada, señalado por la inteligencia gringa de haber ordenado el asesinato y desmembramiento del periodista Jamal Kasshoggi, hacen parte del repertorio de un presidente bárbaro que se empeña en destruir valores democráticos que parecían intocables.
En los últimos días, los actos de infamia han cruzado, de nuevo, límites que pocos imaginaban.
Un grupo de congresistas demócratas, exmilitares, grabó un video que el que se instaba a los miembros del ejército a no acatar órdenes ilegales. Algo obvio en una democracia en la que rige, en teoría, el imperio de la ley. El presidente los acusó de sedición, pidió su encarcelamiento y, sin el menor escrúpulo, sugirió la pena de muerte para ellos.
Sus copartidarios republicanos también reciben su dosis. Marjorie Taylor Green, congresista de Georgia y aliada incondicional en el movimiento MAGA, fue tratada de traidora y loca por atreverse a cuestionar a Trump. Entre varios temas, el de la exigencia de liberación de los archivos Epstein, por parte de unos pocos congresistas republicanos, incluyendo a Greene, mortificó mucho a la Casa Blanca que, finalmente, no tuvo otra alternativa que promover la votación en ambas cámaras. El solvente pedófilo, que construyó una densa red de poder y extorsión alrededor de la explotación sexual de adolescentes engañadas, reclutadas y abusadas, fue muy cercano a Trump. Doña Marjorie, valga la verdad, tuvo el valor de ponerse del lado de las mujeres víctimas.
La de Epstein es una historia que amenza con fragmentar la unidad de MAGA en la medida en que se vayan conociendo nuevos detalles de víctimas y victimarios.
Otra joya reciente ocurrió durante la rueda de prensa al final de la visita del príncipe Mohamed bin Salmán a la Casa Blanca. Mary Bruce, periodista de ABC News, preguntó al príncipe sobre el asesinato de Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post asesinado y descuartizado en 2018 en el consulado saudí en Estambul. La inteligencia de los Estados Unidos había concluido que el crimen se cometió por orden del príncipe. Trump insultó a la periodista, amenazó a ABC News con el retiro de la licencia y, para completar la infamia, puso en duda la integridad de Kashoggi, insinuando que de alguna manera merecía su destino. Podemos imaginar la reacción de la esposa de Kashoggi…
Ni hablar de las detenciones a inmigrantes en los Estados Unidos, fiel espejo de las infamias trumpianas: muchos de ellos con sus papeles en regla, han sido encadenados e incomunicados, como lo relata una reciente crónica del New York Times.
Acá, en el platanal, el cuento, para las extremas, es maniqueo. De un lado, Trump bienaventurado, salvador. Del otro, la ausencia total de crítica a la dictadura de Maduro, al atraco a los resultados electorales del 2024, a las arbitrarias detenciones e infames desapariciones de miembros de la oposición. Si de democracia se trata, los modelos no son ni Trump ni Maduro.
Las cifras de popularidad de Trump están cayendo de forma acelerada. Perdió tres elecciones (Nueva York, Virginia, Nueva Jersey). El costo de vida va en alza y eventos como la liberación de los archivos de Epstein podrían quitarle oxígeno político al autor de tanta infamia.
Del mismo autor: La discapacidad en Colombia: una realidad social, no individual
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