Opinión

La discapacidad en Colombia: una realidad social, no individual

En Colombia, como en el mundo, la discapacidad no es solo una cuestión de salud o anatomía: es una realidad dinámica y socialmente construida

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octubre 27, 2025
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Hace unos días tomé un Uber en Bogotá. El conductor, amable y seguro en el feroz tráfico capitalino, me preguntó si quería escuchar alguna emisora en particular. Solo al detenernos en un semáforo noté que manejaba el vehículo por medio de controles manuales, como los de los viejos Renault 4.

—“Una mina antipersonal… pero, mire, aquí estamos, trabajando” —me dijo con una sonrisa serena.

Había sido amputado de las rodillas hacia abajo y ahora usaba prótesis. Era un exmilitar, de unos cincuenta años, uno de los más de diez mil colombianos víctimas de minas antipersonal. Lo observé con respeto: al volante, eficiente, digno, sin drama ni heroísmo.

Cada jueves, en El Espectador, leo las columnas de Luis Fernando Montoya, el exdirector técnico de Once Caldas que, tras un asalto en el que recibió un disparo hace 20 años, quedó cuadripléjico. Su condición no le impide escribir análisis lúcidos sobre el fútbol y la vida.

En ambos casos podríamos hablar de “personas con discapacidad”. Pero esas historias —y muchas otras que pasan desapercibidas— me llevan a reflexionar: la discapacidad no está en el cuerpo, sino en la sociedad.

Más que una condición médica

En Colombia, como en el mundo, la discapacidad no es solo una cuestión de salud o anatomía: es una realidad dinámica y socialmente construida.

Según la OMS, 1 de cada 6 personas en el planeta (1.300 millones) vive con una discapacidad importante. Si aplicamos esa proporción a Colombia —53 millones de habitantes— estaríamos hablando de 8,8 millones de personas.

Sin embargo, las cifras oficiales del Dane (Encuesta de Calidad de Vida 2020) hablan de apenas 2,65 millones de colombianos con discapacidad, es decir, el 5,6% de la población de cinco años o más.

La diferencia revela un subregistro enorme, que parece estar presente en las distintas estimaciones como lo ha advertido la Fundación Saldarriaga Concha que, en Colombia, juega un papel de liderazgo en el tema de las personas con discapacidad (p.11).

No solo hay problemas de medición: persiste una mirada limitada, centrada en el déficit, que no reconoce la interacción entre las limitaciones físicas y los entornos sociales.

El cambio de mirada: el modelo biopsicosocial

Durante décadas, la discapacidad se entendió como un defecto individual. Hoy, con la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ratificada por Colombia mediante la Ley 1346 de 2009), el enfoque ha cambiado:

La discapacidad resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno

En el caso del conductor con quien inicié esta columna, su paso por el Centro de Rehabilitación Inclusiva (CRI) del Ejército Nacional simboliza ese nuevo paradigma: fisioterapia, prótesis, entrenamiento, reintegración laboral. Lo que hace posible su vida cotidiana no es solo su fortaleza personal, sino un entorno que lo habilita, apoyándose, entre otras cosas, en la tecnología.

La discapacidad, entonces, no es un atributo del cuerpo, sino el reflejo de una sociedad que se adapta —o no— a la diversidad humana.

Desigualdades que persisten

Según la OMS, las personas con discapacidad tienen el doble de riesgo de padecer enfermedades crónicas, mueren hasta 20 años antes que el resto y enfrentan barreras hasta 15 veces mayores para acceder al transporte o a la salud.

En Colombia, tales brechas se agravan con la pobreza, el desempleo, la falta de apoyos institucionales y la discriminación cotidiana.

El modelo biopsicosocial nos da un tirón de orejas: la exclusión no proviene de la discapacidad en sí, sino del fracaso colectivo en crear entornos inclusivos.

Hacia una sociedad inclusiva

Superar la tendencia a medir el valor humano por la “capacidad funcional” implica repensar políticas públicas, lenguaje y cultura. El reto no consiste en “integrar” a las personas con discapacidad, sino en construir una sociedad en la que no haya que integrarlas.

Como recuerda la OMS, invertir en accesibilidad y participación no es un costo, sino una inversión social: cada peso destinado a inclusión se multiplica en bienestar, productividad y cohesión.

Colombia ha avanzado, pero aún, culturalmente, mide la discapacidad como si fuera un diagnóstico, un déficit, no una interacción entre cuerpo y mente, por un lado, y entorno, por otro.

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