Un eje de la nueva estrategia de seguridad nacional lanzada por el gobierno de Trump el pasado 5 de diciembre es el de controlar América Latina y el Caribe, acceder a sus recursos naturales, minerales, energéticos y de todo tipo, fortalecer su influencia en gobiernos que considera amigos y promover mandatarios que compartan sus enfoques.
Incluye también hacer un despliegue militar que garantice su hegemonía en la región, intervenir, chantajear y sancionar con el pretexto de combatir la invasión de inmigrantes y detener la llegada a Estados Unidos de drogas consideradas ilícitas.
No hay tanta novedad
En la retórica y en la realidad no hay tantas diferencias frente a lo que han venido haciendo desde hace décadas los gobiernos yanquis. Para ello bastaría recordar las intervenciones militares, los golpes de Estado, la desestabilización de países con programas como el Plan Colombia y similares para México y Centroamérica En la nueva estrategia, este enfoque fue denominado el Corolario Trump a la Doctrina Monroe, pero presenta algunos matices que la distinguen de las estrategias elaboradas por administraciones anteriores.
En primer lugar, nunca se había detallado tanto el papel que Estados Unidos asigna a la región. Las anteriores estrategias apenas le dedicaban unas pocas líneas, pero siempre el supuesto implícito era que América Latina siempre sería el patio trasero. La actual desnuda de manera descarnada sus ambiciones abandonando la fraseología sobre la libertad y la democracia. En segundo lugar, identifica explícitamente su propósito de enfrentar la influencia china al considerarla una potencia externa que amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos. Y en tercer lugar, elimina las referencias al libre comercio, el cual, más que un objetivo en sí mismo, sería un medio adicional para conseguir los objetivos geopolíticos y, más que un programa sistemático, buscaría lograr acuerdos al detal, dependiendo de las circunstancias, como es el caso del acuerdo rápido con el gobierno de Milei para conseguir el acceso exclusivo o prioritario al cobre y el litio de Argentina, o las presiones sobre Panamá para eliminar la influencia china en el Canal. También los ofrecimientos comerciales a Uruguay para que cese sus acercamientos con China y de paso busque un acuerdo comercial con EE.UU. al margen del Mercosur. También ha amenazado a Nicaragua de excluirla del CAFTA y amenazado a Guatemala con imponer aranceles si no controla los flujos migratorios.
La nueva estrategia de Trump en realidad se ha venido implementando con el despliegue naval en las costas de Venezuela, los ataques y asesinatos que han arrojado decenas de muertos como producto del bombardeo a pequeñas embarcaciones acusadas de un presunto e indemostrado tráfico de drogas y las amenazas a Colombia.
En el caso de México, la preocupación de Trump es la creciente influencia de China. De ahí que lo presione con imponer mayores aranceles a productos que contengan insumos chinos, lo cual ha llevado a que el Congreso mexicano imponga nuevos aranceles a aquellos países con los cuales no tiene tratados de libre comercio, o sea, a China.
La intervención en asuntos internos de los países de la región se ha hecho más directa, como, por ejemplo, apoyar a Milei en el reciente debate electoral, pedir la excarcelación de Bolsonaro acusado de intento de golpe de Estado en Brasil, designar al nuevo presidente de Honduras y calificar el proceso contra Uribe en Colombia como un caso de persecución política. Ha sancionado además a las empresas rusas y chinas que comercian con el litio boliviano.
Por más que Trump saque pecho, amenace y acuda a todo tipo de presiones, no hay una diferencia sustancial con la conducta de las administraciones demócratas anteriores, salvo en la forma, groseramente caprichosa y arrogante.
Se puede prever que si Trump pierde el control del Congreso estadounidense en las elecciones de noviembre de 2026, nada cambiará sustancialmente en la relación con América Latina. Si el sucesor de Trump es un demócrata, se mantendrá el intervencionismo, el propósito de sacar a Rusia y China de la región, el control militar y las relaciones comerciales asimétricas
Lo que ha cambiado es el mundo
Lo que ha venido cambiando es el contexto internacional. La nueva estrategia de Trump implica un reconocimiento amargo de que el mundo ya no es el de antes y un esfuerzo de atrincherarse en América, incluyendo el Caribe y Canadá, a fin de disputar en mejor forma la lucha por recuperar la influencia mundial que ha venido disminuyendo a pasos agigantados.
Para agredir a Venezuela, el presidente Trump está aprovechando la docilidad de varios gobiernos del Caribe como Trinidad, República Dominicana y Puerto Rico
También ha cambiado la postura frente a Rusia, antes considerada enemiga existencial, pues ahora está hablando de una cooperación estratégica con ella. Ya no la califica como enemiga existencial sino como adversaria.
La realidad de su derrota inminente en la guerra con Rusia en territorio ucraniano y la decadencia europea con una OTAN dividida e impotente han llevado a Washington a doblegar a Europa y a no subestimar a Rusia, concentrando sus esfuerzos en separar a China de Rusia y entender, que, desde el punto de vista económico, comercial y energético, las oportunidades de negocios con ese país pueden ser inmensas y que el poderío nuclear ruso no es fácil de desafiar. El viraje se está dando paso a paso, aunque en la clase dominante de Estados Unidos un sector muy influyente siga siendo rabiosamente antirruso.
Con China el problema es mas complicado y la nueva estrategia de seguridad de Estados Unidos se da cuenta de que esta es su real competidor. Todo lo que han hecho los anteriores gobiernos contra esa potencia ha fracasado. China disputa la superioridad tecnológica en muchos sectores claves, su economía crece al doble de ritmo del de Estados Unidos, cuenta con más socios comerciales, predomina en la industria manufacturera y no está ni mucho menos aislada, pues lidera, junto con Rusia, a los BRICS en la construcción de una arquitectura financiera que pone en cuestión la hegemonía del dólar. Mientras que Estados Unidos batalla con Rusia la preponderancia militar en Ucrania, con China la disputa económica, tecnológica y financiera es global
La nueva estrategia, en resumen, hace esfuerzos por el mayor control del Continente, se concentra en la rivalidad con China, tiende a desconocer toda multilateralidad y evalúa todo acontecimiento local o internacional midiendo si sirve o no a los intereses nacionales de Estados Unidos, únicos intereses nacionales que cuentan para las élites gobernantes.
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