Quiénes se inventaron Monastery, la marca de lujo paisa que viste a las estrellas

Una idea universitaria, años de deuda y una apuesta por el lujo convirtieron a Monastery en un fenómeno internacional

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diciembre 21, 2025
Quiénes se inventaron Monastery, la marca de lujo paisa que viste a las estrellas

La idea apareció una noche cualquiera de Medellín, cuando todavía no existía la palabra Monastery bordada en ninguna prenda y el lujo era apenas una intuición. No fue una revelación mística ni una epifanía creativa: fue una conversación entre dos jóvenes que no estaban conformes con hacer negocios pequeños. Uno de ellos, Pedro Castellanos, tenía claro que no quería pasar la vida montando empresas que se agotaran en una esquina del barrio o en los límites de la ciudad. El otro, Esteban Velásquez, conocía las telas, los proveedores, el pulso real de una industria que parecía lejana pero que, en el fondo, se podía aprender caminándola.

Castellanos venía de probar suerte en distintos frentes: alimentos, gimnasios, proyectos inmobiliarios. Negocios que daban para vivir, pero no para soñar en grande. En la universidad, en Eafit, entendió que si quería algo distinto tenía que meterse en un mundo completamente nuevo. La moda apareció así, no como una vocación estética sino como una oportunidad empresarial. El encuentro con Velásquez selló una alianza que al comienzo no tenía nombre ni logo, solo una obsesión compartida: construir una marca que no pareciera local, aunque naciera en Medellín.

Lea también: El reguetonero que disparó la marca colombiana de ropa Monastery

Durante años hicieron lo que hacen casi todos los que empiezan desde abajo: viajar, observar, equivocarse. Fueron a China, a Estados Unidos, a Europa. Caminaron ferias, tocaron telas, compararon etiquetas, miraron precios. Probaron vender camisetas sin demasiada ambición, trajeron mercancía ajena para generar caja, se endeudaron. La decisión clave llegó cuando entendieron que no querían competir por volumen ni por precio. Querían competir por símbolo. Querían que alguien se pusiera una prenda no solo por cómo se veía, sino por lo que representaba.

El nombre fue una construcción lenta, casi accidental, asi se lo contó el mismo creador a El Colombiano. Pasaron por ideas descartadas, asociaciones vagas, hasta llegar a Monastery Couture. Sonaba extranjero, sobrio, sólido. Eso era exactamente lo que buscaban. Para entonces ya habían gastado cerca de 1.500 millones de pesos en muestras, viajes, aprendizajes. El lujo, entendieron pronto, no admite atajos. Cada error costaba meses y dinero. Cada tela que no convencía implicaba esperar otras que llegaban desde Asia semanas después. Castellanos insistía en no lanzar nada hasta que todo estuviera listo: producto, comunicación, imagen, narrativa.

El 9 de diciembre de 2019 decidieron salir al ruedo. Con lo poco que quedaba hicieron un lanzamiento excesivo para una marca desconocida: carros de alta gama, modelos internacionales, una puesta en escena que no correspondía con su tamaño real. Vendieron gorros, polos, camibusos, maletas. Los primeros compradores fueron amigos, familiares, conocidos. Ese primer mes facturaron 50 millones de pesos. No era mucho, pero era una señal.

Tres meses después, el mundo se cerró. La pandemia cayó como un golpe seco sobre un negocio que apenas empezaba. Nadie quería comprar ropa de lujo cuando la prioridad era sobrevivir. El riesgo de cerrar fue real. Castellanos optó por exponerse: salir, mostrar la marca, regalar prendas, vestir Monastery en cada evento posible. Entendió que, si no podían vender, al menos podían hacerse visibles. Las redes sociales se convirtieron en su vitrina principal.

Aprovechando permisos especiales de otros negocios, recorrió el país por carretera en pleno confinamiento. Cali, Pereira, Manizales, Bogotá. Regaló ropa, abrió puntos de venta pequeños, habló con todo el que quisiera escucharlo. Contra todo pronóstico, Monastery cerró 2020 con ventas cercanas a los 4.000 millones de pesos.

El salto siguiente llegó de la mano de la música y de los artistas. No hubo contratos millonarios ni campañas estructuradas. Hubo relaciones, afinidad, presencia. Zion, Lennox, J Balvin, Randy y otros empezaron a usar la marca. Más tarde se sumarían James Rodríguez, Radamel Falcao, Maluma, Daddy Yankee. Monastery empezó a verse donde antes no estaba. En 2021 ya tenían equipo, gerente, estructura. Ese año facturaron cerca de 14.500 millones.

El episodio que terminó de disparar el reconocimiento fue inesperado: una canción. Monastery, interpretada por Ryan Castro y Feid, se volvió un fenómeno regional, superó cientos de millones de reproducciones y puso el nombre de la marca en la cabeza de personas que no tenían idea de que se trataba de ropa. La asociación fue inmediata. La curiosidad también.

En 2022 llegó otro giro decisivo. Castellanos decidió que el producto debía subir un escalón más. Llevó la producción a Perú, a fábricas que trabajan para casas europeas de lujo. La calidad mejoró, los precios subieron, la identidad se consolidó. Una camiseta pasó de costar poco más de 200.000 pesos a rozar los 360.000. Las ventas alcanzaron los 45.000 millones.

Hoy Monastery es una marca de lujo nacida en Medellín que muchos todavía creen extranjera. Vende en Colombia, Venezuela, Chile, Estados Unidos, Puerto Rico, República Dominicana, España. Tiene presencia en tiendas multimarca y prepara sus propias tiendas. Recibe propuestas de inversión y de expansión en lugares tan lejanos como Dubái. Castellanos, con apenas 30 años, sigue siendo el CEO y el principal guardián de una idea que empezó como una intuición universitaria.

Monastery no quiere ser vista como una marca colombiana, sino como una marca global hecha por colombianos. Tal vez por eso su mayor orgullo no son las cifras, sino verse colgada en tiendas estadounidenses junto a nombres históricos del lujo. Ahí, en ese gesto silencioso, se completa la historia: la de una empresa que nació sin permiso, aprendió a golpes y decidió, desde el principio, que el origen no debía notarse en la ambición.

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