Opinión

¿Armero volverá a suceder?

En septiembre de 1985 se citó a un debate sobre la inminente erupción del nevado del Ruíz y los estragos que causaría. Nadie dibujó un plan de evacuación

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noviembre 13, 2025
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Foto: Fundación Armando Armero

Desde el mediodía del 7 de noviembre de 1985, las noticias progresivas se concentraban no solo en el infierno escenificado en el Palacio de Justicia, en los magistrados y civiles asesinados, sino en la versión de que Luis Otero, del M-19, había salido vivo (una filmación publicada años después, mostraría que pudo ser Alfonso Jacquim) y era torturado igual que otros sobrevivientes, en batallones militares.

El 13, miércoles, amaneció en apariencia como otros días y ni el presagio atávico del número despertó mayor inquietud. Belisario Betancur y funcionarios divagaban en cuanto al Palacio, lo que insólitamente compartía titulares de prensa de similar espacio con la coronación de la reina de belleza en Cartagena.

De manera que en esa dislocación en la que no imperaba el gobierno civil sino una tosca represión militar, como consumido en un viaje de drogas sintéticas para huir de la realidad el país no dio atención a que de tiempo atrás se pronosticaba el estallido del volcán Nevado del Ruíz y su onda de estragos.

Justamente ayer, en el Banco de la República de Honda, el excongresista Hernando Arango Monedero describió la citación que sobre la inminente erupción hizo a todo el gabinete ministerial en septiembre de 1985.

Aquel escalofriante debate dos meses antes de la catástrofe, al que asistieron tan solo dos ministros inconmovibles, no fue algo aislado. El volcán hablaba, tiritaba, enviaba señales que geólogos, ingenieros, socorristas y campesinos descifraban, pero esto, igual que toda desgracia que se anuncia a una pared, pasó de largo entre los burócratas de rango. Ni una mesa de prevención fue instalada de forma seria o mucho menos se dibujó en un papel algún plan de evacuación.

Así es que las primeras noticias del día 14 de noviembre, tras la avalancha que en efecto tocó el perímetro de Armero pasadas las 11 horas de la noche anterior, ya registraban el peor desastre natural de la historia en Colombia, si es que algo así puede atribuirse a la naturaleza y no a la desidia humana.

La memoria, dicen, es ir al pasado y volver ileso; la memoria en su dimensión literal (la narración, el recuerdo, que a veces corre el riesgo de quedarse solo en ello) y en su dimensión ejemplar (ver el pasado, aprovechar las lecciones, reparar y evitar que la dureza de lo acontecido se perpetúe de algún modo).

Entre lo que fue antes y durante el desastre, entre lo que fue de cuarenta años posteriores que hoy transitan en esas formas de la memoria, entre las paradojas de las sangres y la esperanza, están los muertos, los trozos, el desastre, los cuerpos sin nombre, las expresiones de solidaridad y valentía que también hubo. Está la desidia estatal, circulan historias desgarradoras de disparos desde helicópteros a personas vivas que ya no podían ser rescatadas y padecían hundiéndose en el barro, están los huérfanos, está el anuncio de museos, de monumentos o de parques de la vida que no fueron o quedaron a medio hacer, está la muerte de cerca de 26.000 personas y el aliento de sobrevivientes.

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Búsqueda, Foto: Ángel Moreno

Entre aquellas historias contadas y descontadas están también cerca de 600 menores desaparecidos que terminaron en otras manos. Hijos que sus familiares han buscado por décadas y que pudieron ser adoptados a partir de la solidaridad en algunos casos, o de corrupción y tráfico en otras.

La Fundación Armando Armero lleva más de una década tejiendo entre familias, y entre instancias oficiales que unas veces actúan y otras se cierran como frías cajas herméticas, en el objetivo de esa búsqueda. Con la intervención artística de Francisco González, ha sido posible el montaje “El Olvido que navega”, barcas que van sobre el río Gualí con fotografías de menores perdidos y antes de desembocar en el Magdalena son rescatadas por pescadores, significando que no hay olvido ni descanso hasta dar con ellos, que lo que fue no fue para siempre.

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Casa tomada por l tiempo y la memoria Foto: Fernando Vicario

En la misma línea, la Casa Museo Alfonso López en Honda mantiene en estos días una conmovedora exposición documental. Quiere decirse allí que Armero pudo sucumbir, pero no desaparece, lo que significa que hay una conmemoración de la memoria, pero un deber de rehacer lugares y vidas que permanecen afectados, lo que pasa por la obligación de que la desidia oficial no vuelva a ocurrir o no siga ocurriendo.

Aunque lo dicen con argumentos sólidos los expertos, no hay que serlo exactamente para afirmar que el volcán es eso, algo vivo que reposa y que en algún momento toserá otra vez su entraña.

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