La gramática tiene una importancia que, con la excepción de los académicos de la lengua, solemos pasar por alto. Como es el caso del título de esta columna que cambiaría completamente su significado si lo hubiera reemplazado por La retórica de Trump. Si lo hubiera empleado este último título habría ignorado el hecho de que las palabras del presidente de Estados Unidos ya no tienen el poder que dice tener y que por lo tanto carecen de la capacidad de producir cambios significativos en el mundo. Sus palabras se han convertido en pura retórica, en palabras completamente divorciadas de la realidad. No hace falta consultar las hemerotecas para comprobar y contabilizar cuántas veces ha repetido en los últimos meses que Estados Unidos es el país más poderoso del mundo, que sus fuerzas armadas son invencibles y que su mercado es el mayor mercado del mundo. Nada de eso es ya verdad. El mismo Trump se convirtió en un importante líder político de su pais, diciendo que tales certezas estaban perdiendo fundamento.
De hecho, ganó la presidencia por primera vez en 2017 utilizando como exitoso éxito de campaña su Make America Great Again. Hacer grande América de nuevo. No lo consiguió como lo reconoció de hecho al utilizar la misma consigna MAGA la campaña electoral de 2023 que le permitió derrotar a Kamala Harris, la candidata del partido demócrata, y acceder por segunda vez a la presidencia. Y lo que ha hecho en los 10 meses que lleva en el cargo no ha conseguido revertir la tendencia a la decadencia del poderío americano que él fue de los primeros en denunciar públicamente. América, o Estados Unidos para ser más preciso, no ha conseguido convertirse de nuevo en la primera potencia del mundo. El mercado de los países que conforman la Organización de Cooperación de Shanghái es el mayor y mas dinámico mercado del mundo, las fuerzas armadas combinadas de Rusia y China aventajan claramente a las suyas en todos los terrenos y sus guerras arancelarias, su despiada campaña de expulsión de inmigrantes latinos y su apoyo irrestricto al genocidio del pueblo palestino perpetrado por Israel, han aislado políticamente a Estados Unidos hasta un punto hace muy pocos años inimaginable. Para no hablar de la solemne promesa que hizo a sus electores de poner fin a la guerra de Ucrania en ¡24 horas! Hoy convertida en palabrería, en pura retórica.
Algo semejante ocurre con Venezuela, su bestia negra desde su primer mandato. Trump fue quien impuso por primera vez el régimen de sanciones tan abrumador que generó la crisis económica, social y política que tuvo al borde del colapso a la hermana república de Venezuela. Y forzó la emigración de millones de sus conciudadanos. Él fue quien apoyó con todos los medios mediáticos, políticos y diplomáticos a su disposición al auto proclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó. Él fue quien permitió la confiscación de Citgo, filial de Pdvsa (la empresa petrolera estatal de Venezuela), que operaba en Estados Unidos. Como también permitió que el gobierno de Iván Duque confiscara Monómeros de Colombia. Y fue Trump quién respaldó la decisión del Banco de Inglaterra de confiscar las 31 toneladas de oro venezolano depositado en sus bóvedas, que al día de hoy están valoradas en más de 2.000 millones de dólares. La lista de agravios es más larga, pero los mencionados bastan para demostrar que Trump hizo durante su presidencia todo lo posible para derrocar al presidente Maduro y de paso destruir a Venezuela. Como hizo Obama con Libia y Siria y George W Bush con Afganistán e Irak.
El método americano para derrocar dictadores pasa por dejar en ruinas al país en el que ellos mandan
Pero como es de público conocimiento, la república bolivariana de Venezuela sobrevivió a la devastadora guerra híbrida desencadenada por Trump y prolongada por Joe Biden. Nicolas Maduro fue reelegido presidente el 28 de julio de 2024 por una holgada mayoría, impugnada sin fundamento jurídico alguno por la fracción extremista de la oposición, secundada internacionalmente por los países y los medios que guardaban y todavía guardan un diplomático silencio ante los 16 años en los que Benjamín Netanyahu ha ejercido y aún sigue ejerciendo el poder en Israel. Venezuela, además, ha hecho de la necesidad virtud y el bloqueo financiero que todavía existe y que le cerró a las importaciones procedentes de los países fieles a los mandatos de Washington, lo ha aprovechado para desarrollar lo que siempre le prometieron los gobiernos anteriores a la revolución bolivariana: desarrollar su agricultura y su industria. Hoy Venezuela produce el 80% de los productos que consume, cuando antes de la revolución producía sólo el 25%. He aquí una lección que todos debemos aprender: la agricultura y la industria de un país crecen más en un país sancionado que en un país que reciba la ayuda de Estados Unidos.
La industria petrolera también ha experimentado una recuperación espectacular desde aquellos años fatídicos marcados por el impacto de las sanciones impuestas por Trump. Entonces la producción de crudo se redujo en un 90%. Hoy dicha producción dista de alcanzar los niveles previos a la vigencia de dichas sanciones, pero ya ha superado la cifra de 1 millón de barriles diarios, un incremento de 18,4% con respecto al año anterior. Datos que confirman la tendencia a la recuperación de la industria petrolera, con la que han colaborado las compras de petróleo por China, los suministros por Rusia de la gasolina indispensable para procesar el petróleo pesado venezolano y la asistencia tecnológica de Irán que ha permitido a Pdsva mejorar significativamente sus capacidades productivas, deterioradas por el bloqueo. Y desde luego se puede omitir el aporte en la recuperación de la industria petrolera del hermano país cumplido por la multinacional estadounidense Chevron, que desde 2023 opera en Venezuela, autorizada por el gobierno de Joe Biden.
Tiene toda la razón el reconocido economista político estadounidense, Jeffrey Sachs, cuando afirma que hoy Venezuela es un ejemplo de lo que puede lograr un país modesto del Sur global cuando decide aprovechar en su beneficio las oportunidades de relacionarse en pie de igualdad con el resto de los países del mundo en un contexto multipolar. Añado que es precisamente es esta y no simplemente el robo del petróleo, la principal razón por la que Trump ha ordenado el despliegue de la armada estadounidense en aguas caribeñas vecinas a Venezuela y autorizado a la CIA a realizar <<operaciones letales>> en su territorio. El lo que ciertamente teme es el ejemplo ofrecido a nuestra América y al resto del Sur global lo que puede lograr un país cuando se libera de la tutela de Washington y se convierte en verdaderamente independiente y soberano. La política, no lo olviden nuestros sedicentes economistas, siempre está al mando.
Venezuela imparte otra enseñanza igualmente valiosa. Se puede avanzar decididamente por el camino de la independencia y la soberanía nacionales por vías compatibles con la democracia parlamentaria. Porque la Venezuela bajo el liderazgo primero de Hugo Chávez y luego de Nicolás Maduro, se ha dotado de un régimen político democrático, que incluye la separación entre cuatro poderes (a los tres poderes clásicos, legislativo, ejecutivo y judicial ha añadido el poder electoral), la celebración regular de elecciones para todos los órganos de poder ejecutivo (alcaldías, gobernaciones, presidencia, etcétera), en las que han podido participar todos los partidos y movimientos de oposición. De hecho, en las pasadas elecciones presidenciales de 2024, Edmundo González, el candidato de la oposición, obtuvo la nada desdeñable suma de cinco millones de votos. Y María Corina Machado, la flamante premio Nobel de la paz, no está encarcelada: está privada de derechos políticos por sus invitaciones públicas a Estados Unidos y a Israel a invadir a su propio país y por su vinculación con bandas paramilitares que durante años han promovido disturbios que se han saldado con muertos, numerosos heridos y cuantiosos daños en los bienes públicos.
Pero si la vía democrática de Venezuela a la independencia y la soberanía nacionales , no ha fracasado, como fracasó en su día la dirigida por el socialista Salvador Allende, es por un cúmulo de factores, entre los que destaco el cambio en la correlación de fuerzas generada a escala planetaria por el ascenso de la república popular China al rango de primer potencia económica y política del mundo, al hecho de que el ejército venezolano cambió de bando y se puso del lado del pueblo y al hecho de que la democracia venezolana no es una mera democracia liberal. Cuando a Hugo Chávez le preguntaron qué era el "socialismo del siglo XXI" que él defendía, respondió que la base del mismo era el poder popular organizado territorialmente en comunas. Las comunas cuya existencia legal está consagrada por la Constitución venezolana, cuya número y fortaleza y ejercicio efectivo del poder no ha parado de crecer. Y que ahora, cuando la amenaza de una invasión de Estados Unidos se agrava, se acoplan a las unidades de mando territorial de las milicias populares. Es esta articulación de las comunas con las milicias integradas por cuatro millones y medio de ciudadanos, lo que permitirá convertir la resistencia a una eventual intervención militar estadounidense en una guerra popular y prolongada. Venezuela no va a ser un paseo militar como lo fue la invasión de Panamá. Sería una guerra larga y muy sangrienta, que terminaría por dar el puntillazo final a las pretensiones de Washington de continuar siendo el amo del mundo. Los estrategas más realistas del Pentágono lo saben, por lo que no me sorprende que nadie menos que el comandante del Comando Sur, el almirante Alvin Hosley, renunciara a su cargo. Supongo que es consciente que el envío de fuerzas aeronavales bajo su mando con el fin de preparar la invasión de Venezuela no es solo un crimen. Ciertamente lo es, que allí están las 31 víctimas mortales producidas por los ataques de la marina de guerra estadounidenses a lanchas civiles en aguas internacionales y en aguas colombianas. Pero es más que un crimen: es un error político mayúsculo de consecuencias incalculables, que ahora mismo Estados Unidos no se puede dar el lujo de cometer. Y menos que menos un Trump cuya retórica se ha hundido completamente en el descrédito.
Del mismo autor:¿Quién está ganando la guerra en Ucrania?
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