Treinta años después, el fantasma de la descertificación vuelve a rondar a Colombia. La última vez fue con Bill Clinton; ahora la figura es Donald Trump. En su estilo particular, nos descertifica, pero al mismo tiempo deja abierta la puerta a “revertir” la decisión si nos portamos bien. Diplomacia de amenaza disfrazada de sugerencia.
Trump ya había considerado esa posibilidad años atrás, pero se le olvidó. Hoy parece disfrutarla, quizás como una forma de reafirmar que “él manda”, como si estuviéramos todavía en los noventa. Para él, la descertificación es sobre todo una moneda de cambio en la política interna de EE. UU., y Colombia se convierte en saco de boxeo para sus discursos.
Entre la sanción y el favor
Lo irónico es que las implicaciones reales son mínimas. El Departamento de Estado dejó claro que la cooperación se mantendrá porque es “vital para los intereses nacionales de Estados Unidos”. Es decir, nos sancionan, pero nos siguen dando recursos. El expresidente Ernesto Samper, que vivió la descertificación en los noventa, lo resumió: “no es el fin del mundo”.
En el fondo, la medida es más simbólica que práctica. Sirve para enviar un mensaje de desconfianza, para ponernos en la misma lista que países como Venezuela o Bolivia, pero sin romper la cooperación estratégica.
El error de cálculo
Más allá de la sátira, la descertificación es un error. La lucha contra las drogas no es unilateral, sino compartida. Si Colombia pierde capacidad para controlar cultivos y rutas, el narcotráfico no desaparece: la droga terminará llegando en mayores cantidades a las calles y escuelas de Estados Unidos.
El problema de fondo es la visión simplista. La cadena del narcotráfico empieza en los cultivos ilícitos, pasa por las rutas de tráfico y termina en las redes de consumo dentro de EE. UU. Debilitar a Colombia significa también debilitar la capacidad de Washington para enfrentar su propio mercado interno.
Una política de amenazas
La descertificación encaja en el estilo Trump: sanciones, amenazas y chantajes como forma de diplomacia. Lo hizo con la Unión Europea, Canadá y la OTAN; lo repite ahora con Colombia. En un mundo multipolar, esta estrategia termina aislando a Estados Unidos y abriendo espacios para rivales como China y Rusia.
La diferencia con 1996 es clara: entonces el país se sintió humillado; hoy, la reacción es un “aquí vamos de nuevo”. Mientras tanto, el negocio del narcotráfico sigue intacto.
También le puede interesar:
Anuncios.
Anuncios.


