Para la gran mayoría de observadores colombianos y para buena parte de los analistas internacionales la situación que está viviendo desde hace varios meses el Ecuador, es una repetición de lo que ya vivió Colombia. Me temo que están equivocados.
La que está comenzando a vivir los prolegómenos de lo que ha terminado por estallar en el Ecuador es Colombia, pero muy pocos quieren admitirla. Con la disculpa de que aquí ya pasamos los años de la guerra de los narcos y de las guerrillas y de los paracos, no se advierte la gravedad de lo que se está viviendo hoy en Colombia. Cuando aquí pasaron cosas algo parecidas a las de estos días en las ciudades ecuatorianas, las motivaciones y el nivel de los horrores que soportamos no salieron de las manos de criminales de oficio, sino de comandantes y combatientes imbuidos en ideologías políticas y en ambiciones económicas.
Lo del Ecuador es el resultado de haber permitido el crecimiento desmesurado de las bandas criminales
Lo del Ecuador es el resultado de haber permitido el crecimiento desmesurado de las bandas criminales que fueron controlando territorios y estructuras de comercio y producción frente a la pasividad de las autoridades constitucionales. Allá fueron cayendo un tras de otra las instituciones uniformadas en poder de bandas criminales lumpen hasta reventar. En Colombia, aunque se nieguen a reconocerlo, vamos para allá. Hemos tolerado que muchas ciudades y regiones estén hoy en manos de bandas criminales que se disfrazan de lo que sea para dominar territorios y negocios apareciendo al tiempo como dialogantes y amigos de la paz.
La pasividad de los gobernantes y de sus fuerzas uniformadas creyendo que negociar con guerrillos o paracos es lo mismo que negociar con organizaciones que se constituyeron para vivir de la explotación diversa de estructuras criminales, cuando no extorsivas y sicariales, nos puede llevar a convertirnos o en un Haití o en un Ecuador más grande, más rico y mucho más curtido en el ejercicio de la violencia y el atropello.